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Entrevista

Bob Pop: “No beberíamos como bebemos si no viviéramos como vivimos”

“Cuando bebo alcohol pasan cosas. Cuanto más bebo, más cosas pasan”. Bob Pop (Madrid, 1971) explica así su fascinación por las borracheras, quizá su relación más longeva y estable: esa afición que tiene desde siempre por ponerse “cocido como un piojo”. O 'Como las grecas'. Así se titula el ensayo publicado por En Debate en el que reflexiona sobre nuestra relación (la suya, la mía, la de usted) con el alcohol. Un texto que se mueve entre la celebración del jolgorio y del despelote y la reflexión alrededor de las cosas que nos hacen beber, esas de las que queremos –o necesitamos– escapar. Es un pequeño librito que también sirve como nostálgica despedida de uno de los amores de la vida del periodista y escritor: beber “para olvidar que estoy bebiendo”, que escribió Gloria Fuertes.

Es arriesgado publicar un ensayo sobre el alcohol hoy en día, y que no sea un panfleto en contra.

Yo tenía muy claro que quería hacer una cosa lúdica y reflexiva, pero sin posicionarme. No tengo una posición al respecto. A mí me gustaría beber mucho más de lo que bebo, y también entiendo que beber no es bueno. Pero la pregunta no es si tengo o tenemos un problema con el alcohol, sino qué problemas tenemos y por qué usamos el alcohol para disolverlos o licuarlos. ¿Y quién soy yo para posicionarme? Lo que sí quise dejar muy claro desde el principio es que no entraba en alcoholismo ni en cuestiones graves, donde no me siento nada autorizado porque no me competen.

¿Cuál es la línea entre la bebida lúdica y el alcoholismo?

No lo sé, ni sé si la he cruzado alguna vez. Una amiga mía, que fue alcohólica y pasó por un tratamiento, me dio una clave que le valía: ella entendió que era alcohólica cuando empezó a usar el alcohol para soportar las resacas. Y ahí se convirtió en un círculo vicioso. Los médicos o psiquiatras tendrán sus baremos, pero a mí esta tesis de mi amiga me sirvió mucho. Cuando he tenido esa tentación, he dicho: “Ten cuidado, porque así se empieza fatal”.

Este es un ensayo sobre ese anestesiante que es el alcohol, pero se podría sustituir por otros anestesiantes de los muchísimos a los que recurrimos, ¿no?

Claro, perfectamente. Lo que pasa es que el resto no están tan socialmente aceptados, ni establecen los vínculos y la complicidad que establece el alcohol. Pero yo creo que esa evasión, ese adormecerse, nos ayuda a entender en qué tiempos vivimos. Por qué bebemos como bebemos no tiene tanto que ver con nosotros individualmente, sino con lo colectivo. También podría ser: ¿por qué lloramos como lloramos solas en el metro? Pues podría ser algo muy similar, solo que me he decidido por algo más divertido.

La pregunta no es si tengo o tenemos un problema con el alcohol, sino qué problemas tenemos y por qué usamos el alcohol para disolverlos o licuarlos

Defiende que es mejor beber acompañado que beber solo. ¿Le parece que es más digno, menos preocupante…?

Supongo que es por el imaginario que hemos creado. Cuando bebes acompañado, el alcohol no es tanto el protagonista, aunque luego lo acabe siendo, pero siempre hay otras cosas con las que disimulamos la ingesta brutal de alcohol. Es una celebración, es un refugio, es una forma de enfrentarnos a los problemas con menos pudor, con la lengua más suelta, con menos tabúes. Es como si, entre muchas y muchos, el alcohol se disolviera. Pero en el fondo la cantidad ingerida puede ser igual o mayor en grupo que a solas.

Hay un reverso tenebroso de eso, un fenómeno que habrá observado: el de la presión social. Esos amigos que quieren que bebas con ellos, que necesitan que 'caigas' con ellos.

El alcohol genera una sensación grupal de compañía, y cuando alguien no bebe es como si estuviera rompiendo esa cadena de amor, energía, intimidades o enajenación. Es literalmente un aguafiestas. La gente insiste porque les parece, además, que les estás juzgando si dices que no. Estás rompiendo la energía del grupo, la comunidad… Es como si vas a misa y hay una señora del pueblo que no comulga. Pues mal, esa señora hay que tirarla al pilón con la peineta y todo.

En el libro dice que se “autosecuestraba” cuando habla de esa escapada de uno mismo. ¿Por qué tenemos esta necesidad de escapar? Y ¿es tan malo escapar?

Creo que es necesario escapar de uno mismo. Todo este pensamiento positivo de “conócete, sé la mejor versión de ti mismo”… No, mira, hay un rato que está muy bien hacer un paréntesis, no soportarte, salirte de ti, enajenarte, y descansar un poco de tanta tensión, de mantener el tipo, la figura y la respetabilidad.

El resto de anestesiantes a los que recurrimos no están tan socialmente aceptados, ni establecen los vínculos y la complicidad que establece el alcohol

Lo interesante de las borracheras es que el alcohol saca algo distinto de cada uno de nosotros.

Una vez Andreu Buenafuente me dijo una cosa que me pareció muy interesante: el alcohol es como el éxito, o el éxito es como el alcohol. Al final acaba sacando a quien eres de verdad. Por ejemplo, hay una masculinidad cishetero tóxica que se está rebelando ante el espacio de privilegio que pierde, y el alcohol ayuda a sacar ese tigre que hay en ellos.

En el libro habla de la amistad borracha, esa que ocurre exclusivamente entre copas. ¿Es menos valiosa?

No, no lo es. Y además es más exclusiva, porque solo ocurre en unas circunstancias determinadas. Es casi como un eclipse, tiene que darse que los dos os chucéis como botas y os encontréis en el mismo lugar. Hay un submundo que emerge con el alcohol y que os une, y que seguramente no os hubiera unido de otra manera. También porque muchas veces no estamos preparados para ese tipo de amistad sobrios. Muchas veces entendemos que uno tiene ya los amigos que tiene, y que a cierta edad ya no haces amigos nuevos, etcétera… El alcohol y las drogas vienen muy bien para eso. A mí no me parece ni mejor ni peor, en absoluto, ni menos sincero. Simplemente está bajo otras condiciones de estudio. Es como si solo fuera legítimo quienes somos sobrios, pero es que también somos borrachos, también existimos borrachos, y drogados, y cansados, y medio dormidos, y con el corazón roto, y cachondos… Todos esos también somos nosotros, y yo creo que está muy bien que lo asumamos, y que podamos elegir en qué momento estamos. Yo no iría a un concierto de música clásica chuzado, pero oye, pues a lo mejor a ver uno de tontipop… feliz de la vida.

Sí, a lo mejor al de tontipop sobrio es mejor no ir.

Yo el día que fui a una sauna sobrio pensé: “¿cómo he podido venir aquí?”.

Hablaba de cuando estamos cachondos: follamos más cuando estamos borrachos, que es cuando peor follamos.

Pero también es cuando menos nos importa el juicio. Es una desinhibición muy negativa. Yo creo que el sexo borracho no funciona. Es imposible. El alcohol como desinhibidor está muy bien, pero luego como material de trabajo sexual es un desastre, porque además nos hace súper egoístas.

El subtexto del libro, y de esta conversación, es que necesitamos el alcohol para desinhibirnos, para escapar… ¿Quizá el problema no está en el alcohol, sino en que vivimos llenos de represión, de opresión, de inhibición, de prejuicios que tenemos sobre nosotros mismos, sobre los demás…?

Es el sistema el que tiene un problema. Y creo que el alcohol es un vehículo barato y rápido para salir de allí, y comprobado científicamente durante mucho tiempo, y asumido culturalmente, y no demasiado estigmatizado. Pero en realidad no beberíamos como bebemos si no viviéramos como vivimos.

O sea que beber es antisistema y es activismo, podríamos decir.

Me gusta mucho esa. También es lo que cuento en el libro: beber es una forma de vivir el presente de un modo intensísimo, algo que no hacemos habitualmente. Porque siempre estamos con la expectativa, el plan, el circo de tres pistas, todo lo que tenemos que hacer pendiente… y en cambio, al beber todo se para.

El alcohol genera una sensación grupal de compañía, y cuando alguien no bebe es como si estuviera rompiendo esa cadena de amor, energía, intimidades o enajenación. La gente insiste porque les parece, además, que les estás juzgando si dices que no

¿Cómo sería una sociedad sin alcohol?

Depende. Si a la que vivimos ahora le quitáramos el alcohol, sería insoportable en muchas ocasiones. Si fuera al revés, es decir, si nos quitaran el alcohol y nos dijeran: hay que remontar esto, hay que volver a pensar una sociedad nueva para que no necesitemos el alcohol para escaparnos… Y entonces que de repente replanteáramos nuestros vínculos afectivos, nuestra relación con el trabajo, nuestra relación con los demás, con la familia, con la conversación… pues sería muchísimo mejor. Lo que pasa es que mientras llega… agárrame el cubata, Javi.

Leyendo el libro, uno siente su nostalgia. Me da la sensación de que el alcohol es uno de sus amores y este libro parece una despedida.

Sí, pero por la situación de dependencia en la que vivo. Porque el alcohol, como bebedor, te da una sensación de libertad, de transgresión… que yo no me puedo permitir, porque en el fondo es una ficción. Porque al final quien tiene que hacerse cargo de mí es mi marido, mi cuidador o los amigos, que son los que tienen que llevarme al baño, sostenerme para que no me caiga, que no estampe la silla de ruedas contra un parterre… que estas cosas han pasado. Está bien que yo asuma que todo eso ha dejado de ser una posibilidad. Y no pasa nada. Uno entiende que hay cosas que ya ha hecho en la vida, y que para eso también están los libros, para despedirse de ellas y saber que estuvieron allí.

Los próximos 28 y 29 de junio elDiario.es celebra el Festival de las Ideas y la Cultura (FIC) en Barcelona, donde Bob Pop llevará su espectáculo 'Días simétricos', un show de aplastante sinceridad cargado de literatura y humor.