De 'Callejeros' a YouTube: cómo el contenido sobre barriadas y territorios empobrecidos actualiza viejos estigmas
En uno de sus vídeos, Guillem, más conocido como BCN A PIE DE CALLE (su nombre de usuario en YouTube, donde tiene 145.000 suscriptores) entrevista a Raquel, una joven estudiante de periodismo que pasa la tarde junto a sus amigos en el barrio de Los Pajaritos, en Sevilla. Guillem le pregunta si considera que el programa Callejeros es periodismo. Raquel lo tiene claro: por lo que a ella respecta, ni Callejeros ni proyectos similares lo son. “El periodismo necesita hechos veraces y que no se oculte o se modifique la información, y eso aquí lo hacen mucho”, zanja la joven.
Cuando se busca “barrio de Los Pajaritos Sevilla” en Google algunas de las primeras entradas tienen por titular “los niños crecen entre drogas, crimen y pobreza” (Telecinco) o “ME QUIEREN PEGAR en el BARRIO con MÁS HOMICIDIOS de SEVILLA” (Zazza, otro youtuber muy popular). Los Pajaritos es una de las zonas con menos renta de España, pero como pretenden demostrar trabajos como el de Guillem, alejado en su enfoque de los ejemplos anteriores, allí, además de pobreza, hay mucho más.
Los condenados de la ciudad. Gueto, periferias y estado (Siglo XXI, 2007) es un ensayo del sociólogo Loïc Wacquant centrado en lo que desde fuera se conoce como “los barrios salvajes y prohibidos de la ciudad”: “territorios de privación y abandono de los que hay que huir y es necesario temer pues constituyen focos de violencia, vicios y disolución social”. Una de las primeras cosas que explica el francés es que en estas zonas, además de los muchos problemas causados por “la erosión de un Estado del Bienestar en retroceso en todas las metrópolis del primer mundo”, el sesgo mediático termina reproduciendo la estigmatización territorial antisolidaria que, a su vez, contribuye al deterioro de las ya precarias condiciones de vida de sus habitantes.
Pierre Bourdieu lo advirtió antes cuando afirmó que “el espacio social está inscrito simultáneamente en las estructuras espaciales y en las estructuras mentales” y que a partir de esas estructuras mentales surge la “violencia simbólica” que medios y sociedad practican contra los habitantes de los espacios urbanos más desfavorecidos. O, lo que es lo mismo: el discurso dominante sobre las zonas invisibles de la ciudad (o visibles solo a través de la rentabilización de la violencia) no es inocente y contribuye, en forma de bucle perverso, al mismo deterioro que solo muy superficialmente estaría denunciando.
Los ejemplos serían interminables y podrían incluir tanto a los higienistas bienintencionados de finales del S.XIX que con sus prejuicios alimentaron involuntariamente ciertos estigmas sobre las periferias hasta a los youtubers más recientes y no tan altruistas que estarían ganando seguidores a costa de mostrar lo más escabroso de lo que sucede en las afueras. En cualquier caso, aunque la cuestión de la representación de la pobreza —en este caso, urbana— es tan antigua como la propia prensa o el género documental, Internet ha actualizado el debate y está sirviendo como soporte para representaciones y discursos que —como en tantos otros campos— parecían superados.
El discurso dominante sobre las zonas invisibles de la ciudad (o visibles solo a través de la rentabilización de la violencia) no es inocente y contribuye, en forma de bucle perverso, al mismo deterioro que solo muy superficialmente estaría denunciando
A la vez que el estado de bienestar se repliega y nuevos problemas de descomposición social aparecen y se cronifican, en la red, casi con la ironía de aquellas estrategias fatales a las que se refería Baudrillard, los discursos individualistas despegan. Unos relatos que encuentran en el emprendedor solitario a su héroe y en el desheredado o en el habitante precarizado del gueto al necesario antagonista culpable de su propia miseria.
En el Diccionario de las periferias. Métodos y saberes autónomos desde los barrios, del colectivo Carabancheleando (Traficantes de Sueños, 2017), se dice que “representaciones mediáticas del tipo del programa Callejeros actualizan la devaluación simbólica que acompaña a la material” y Pasolini escribió hace más de cincuenta años que “la responsabilidad de la televisión en la destrucción de una vida propia y sustancialmente libre en las periferias es enorme. No solamente en cuanto medio técnico, sino en cuanto instrumento del poder y poder en sí misma”. Tanto tiempo después, cuando la economía de mercado ha llegado incluso más lejos de lo que el poeta italiano llegó a imaginar tiene sentido sustituir la palabra “televisión” por “YouTube” o el programa Callejeros por el nombre del canal de alguno de los creadores de contenido presuntamente social más populares.
Violencia y responsabilidad individual
Elisa Brey es profesora de Sociología en la Facultad de Ciencias de la Información de la UCM y cree que piezas como las de Zazza (de nuevo, el más conocido de quienes se internan donde “hay peligro”, según dice en la descripción de su canal) no son neutras en absoluto. “En su contenido se puede captar la espectacularización de la violencia, busca el hecho violento, la calle donde han sucedido peleas o asesinatos, tiene un objetivo muy delimitado y no sale de ahí. A su vez, ofrece contenido descontextualizado y donde el fracaso se presenta como un hecho individual, no colectivo. Eso permite al espectador distanciarse de la población que no crea empatía con los que aparecen en el vídeo. Incluso si le llegan a decir a Zazza que son seguidores suyos, les ignora. En general, adopta un discurso de rechazo excluyente, haciendo hincapié en los vicios de los hombres jóvenes, que aparecen consumiendo droga y alcohol en el espacio público”.
Inés Gutiérrez Cueli, antropóloga especializada en periferias urbanas, está de acuerdo: “Enfocan lo más morboso: suciedad, ruido, presión policial... y no las causas estructurales de esos desajustes: población expulsada del mercado laboral, trabajos extremadamente precarios, muy poca inversión de las administraciones públicas que no cuidan el espacio público ni rehabilitan viviendas. Si no se habla de desigualdad social, no se está explicando el origen de esas situaciones tan llamativas”.
Guillem prefiere no opinar sobre otros creadores de contenido, pero explica que él siempre indaga para saber “por qué pasa lo que pasa” y nunca mostraría, por ejemplo, un punto de venta de droga “sin enseñar también a qué problemas responde eso”. “Nunca eres pobre porque quieres, y la pobreza lleva a tener muchos problemas”, comenta este youtuber que está especialmente sensibilizado con el sinhogarismo y parte del convencimiento de que “la vivienda es un derecho, no un bien para especular”. “En mis vídeos se puede ver a personas como Jose, un tipo que tomó malas decisiones, acabó en la cárcel y al salir se encontró en la calle. En España no hay un verdadero estado del bienestar, el peso de los cuidados lo aportan las familias y si cuando tienes problemas no tienes una familia que te ampara, es muy fácil quedarte en la calle”, opina.
En su contenido [del 'youtuber' Zazza] se puede captar la espectacularización de la violencia, busca el hecho violento, la calle donde han sucedido peleas o asesinatos (...) Contenido descontextualizado donde el fracaso se presenta como un hecho individual
En cuanto a los propios barrios, la antropóloga Gutiérrez Cueli recuerda que “las zonas más estigmatizadas acogen la mano de obra más precarizada y también a los expulsados y expulsadas del sistema de trabajo. También son lugares de relegación donde se agolpa lo que la ciudad no quiere o esconde, incluso en forma de plantas potabilizadoras o vertederos y ese tipo de equipamientos. Lo curioso es que todo eso es absolutamente imprescindible para que el resto de la ciudad funcione y personas tan necesarias como las que hacen las camas de los hoteles, limpian el hospital o se manchan las manos poniendo hormigón muchas veces viven allí”.
Entonces, ¿qué sentido tendría añadir a la falta de inversión todo un discurso mediático que señala y estigmatiza? Por un lado, esos relatos son solo una pieza más de todo un sistema de pensamiento o ideología que, entre otras muchas cosas, defiende y difunde la idea de que la riqueza es la consecuencia inmediata del mérito y de la capacidad de sacrificio y, por tanto, la pobreza lo sería de la ausencia de esas y de otras virtudes. Y, por otro, ese discurso cumple, estén al tanto quienes lo propagan o no, otra función todavía más concreta, según explica la socióloga Elisa Brey: “La puesta en escena los pone a una distancia suficiente, detrás de la cámara, para que no sean un peligro real, pero constituyen un peligro suficiente para que aceptemos recortes y prácticas represivas que les afectan a ellos más directamente. A excepción de las clases más acomodadas de la sociedad, estos recortes de derechos pueden afectar a cualquiera”.
Eso sí, precisamente porque “en este contexto neoliberal, de retirada del estado y de lo público se ha generado una competición entre grupos próximos por recursos escasos”, advierte Gutiérrez Cueli, “no debemos lanzarnos contra los discursos de las clases medias-bajas cuando intentan diferenciarse de las más marginalizadas”. “Las élites —insiste la antropóloga— no están afectadas por lo que pasa en los barrios pobres, más allá de tener un chivo expiatorio. Pero a quienes viven en las zonas algo mejores de esos barrios pobres o a su costado, sí que les afectan en su vida cotidiana. La ciudad está organizada a partir de la desigualdad en la distribución de los recursos y los bienes materiales, pero también inmateriales. Y en esta distribución desigual es legítimo que las familias tejan sus estrategias”.
Enfocan lo más morboso: suciedad, ruido, presión policial... y no las causas estructurales de esos desajustes (población expulsada del mercado laboral, trabajos extremadamente precarios, muy poca inversión de las administraciones públicas...)
Girar la cámara, escuchar
El derribo del complejo de viviendas sociales de Pruitt-Igoe en San Luis (Estados Unidos), en 1972, es considerado por muchos teóricos como el inicio de un nuevo régimen político, estético y social: la posmodernidad. Las viviendas de Pruitt-Igoe, proyectadas por el arquitecto Minoru Yamasaki, habían servido para realojar a población de bajos ingresos a principios de los cincuenta, pero durante los años siguientes la dejadez de las administraciones aceleró su deterioro. Cuando se demolieron, la barriada era una zona violenta y ya se había impuesto la idea tramposa de que los responsables de aquel fracaso habían sido sus propios habitantes. Fue el inicio del fin de las grandes iniciativas públicas en Estados Unidos (una tendencia que pronto llegaría a Europa) y es que si Vacquant afirma que “las transformaciones en un barrio jamás hallarán su fuente y principio en el seno del barrio en cuestión”, muchas veces sus consecuencias también llegan mucho más lejos.
Esos relatos son una pieza más de todo un sistema de pensamiento que defiende y difunde la idea de que la riqueza es consecuencia inmediata del mérito y de la capacidad de sacrificio, y la pobreza lo sería de la ausencia de esas y otras virtudes
Esta cuestión de la responsabilidad es fundamental para entender el tratamiento mediático sobre las zonas desfavorecidas. El artista Eduardo Balanza, conductor de la performance Radio Cobra (“la radio en directo de onda más corta del mundo: solo la escuchas si te acercas”) también ha trabajado en barriadas de toda España. “La única forma de acceder es a través de la convivencia. Si eres parte de su entorno, aunque sea momentáneamente, todos se confiesan, te cuentan su realidad y cosas sumergidas sobre las que no sabrías ni preguntar. Yo siempre me he introducido a través de intermediarios, de asociaciones bien implantadas como CEPAIM”, relata. “Son zonas que se definen por oposición a la ciudad: no siguen las mismas reglas. Son diferentes y lo hacen notar. Los cantaores del Espíritu Santo hablan de sus héroes, de sus miserias, tienen su propia identidad y la filtran, en ese caso a través del cante jondo, otros lo harán a través del hip hop… Me interesa mucho conectar con esa periferia porque mantienen secretos, tienen formas de entender el tiempo y la existencia distintas. Sin exotismos y muy cerca de tu propia comunidad”.
Balanza, después de años trabajando con comunidades estigmatizadas dice que “se ha pasado la lija muchas veces”. Con todo, nadie está libre de reproducir partes del discurso dominante y es que, como indica Brey: “Las personas funcionamos con un sesgo de confirmación que nos hace más atentos a la información que confirma lo que ya opinamos”. La profesora ha elaborado cuatro recomendaciones para abordar este tipo de contenidos, una especie de código de buenas prácticas para el tratamiento informativo de los territorios desfavorecidos en redes sociales: “En primer lugar, dar voz a los protagonistas, sin aplicar preconcepciones y prejuicios propios, sino dejando que ellos mismos interpreten su realidad social. En segundo, pasar temporadas en el barrio, implicándose en iniciativas vecinales, plataformas, asociaciones, etc., con el fin de participar del bien social para la colectividad, y no solamente generar un bien individual en términos de ingresos económicos utilizando la imagen del otro. También se puede entregar una cámara de foto o de vídeo a los habitantes del barrio, o pedirles que graben y fotografíen contenidos de su vida cotidiana para luego compartirlos en el canal y, por último, ejemplos en grandes urbes de América Latina donde se pintan las casas de colores, como en el cerro de San Cristóbal, en Lima, o en la periferia sur de Madrid, en San Cristóbal, demuestran que el arte dignifica el espacio y que una intervención en el terreno, implicando a la población, especialmente a los más jóvenes es muy beneficiosa”.
En mayor o menor medida, Guillem, como otros creadores poco sensacionalistas, ya estaba aplicando estas orientaciones, centrándose en la desigualdad social que los demás ocultan o convierten en espectáculo. Para terminar, le pido que sea optimista, pero enseguida le vuelve a cambiar la voz: “Es esperanzador ver a gente de los barrios humildes que ha logrado cumplir sus sueños, como ser cantante, o que Jose por fin haya conseguido una vivienda. Pero no hay que olvidar que allí la mayoría de la gente, por mucho que tenga sueños, no los va a lograr cumplir nunca”.
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