Hace 14 años que Cristina vive con su pareja. No están casados y a la hora de repartirse los gastos del hogar, intentan ser equitativos y adaptarse al poder adquisitivo de cada parte. Exceptuando el alquiler, que siempre han cubierto a partes iguales, su aportación al resto de pagos ha variado según su situación económica. “A lo largo de estos años he ido cambiando de trabajos y, por lo tanto, de sueldos”, dice a elDiario.es. “En las temporadas en las que he cobrado menos que él, decidimos que no podía ser un reparto al 50%, así que nos íbamos ajustando de manera más o menos proporcional”. Ahora tienen salarios muy parecidos, así que lo pagan todo a medias. No tienen una cuenta conjunta para evitar comisiones de mantenimiento y se organizan con domiciliaciones de los recibos, bizums o transferencias. Cada uno puede entrar en la cuenta del otro, de modo que ambos pueden controlar los movimientos que se han hecho. “Aunque parezca complicado, nunca hemos tenido ningún problema ni discusión sobre dinero, nos funciona así y cada uno es responsable de sus gastos y compartimos los comunes”, afirma.
Puede que para la conocida como generación X (nacidos a mediados de los 60) y anteriores lo más habitual haya sido que todo el dinero que llegase al hogar fuese a una única cuenta, pero las cosas han cambiado. Según los datos de una encuesta realizada en Estados Unidos y recogidos por The Guardian: “El 43% de la generación zeta y el 31% de los millennials prefieren mantener todas sus cuentas separadas. En las generaciones mayores –donde los gastos compartidos como actividades escolares e hipotecas son más comunes– las cifras estaban por debajo del 20%”.
La manera de organizarse se ha diversificado porque también lo han hecho las condiciones de vida. Una pareja puede convivir sin estar casada en un piso de alquiler, residir en un apartamento que solo es propiedad de uno de los miembros, tener hijos en común o de otras relaciones, sueldos dispares o ideas de para qué o cómo ahorrar. Además, los elevados números de divorcios en el mundo occidental (el 50% de los matrimonios se rompe después de 25 años) indican que pensar en una pareja 'para toda la vida' quizá no sea el método más práctico a la hora de organizar las finanzas.
El caso de la hipoteca no compartida es uno de los puntos de conflicto más notables. Hace unas semanas, la usuaria de X @malacamarada hizo una publicación referida al tema que recibió más de 120 respuestas y generó más de 250 retuits: “Se está empezando a abrir el debate de que si tú estás pagando una hipoteca y tu pareja se muda a vivir contigo, si es justo que no pague la mitad de la hipoteca aunque no esté en las escrituras. Porque, al parecer, es injusto 'que viva gratis'. ¿Por qué es injusto vivir gratis?”. El intercambio de opiniones es airado –como casi siempre en esa red social– y sirve de muestra –limitada, por supuesto– de lo que piensa parte de la sociedad.
Victoria es una de esas personas que residen en la casa de su pareja, que está pagando la hipoteca en solitario. “Él cobra el doble (teniendo yo un buen sueldo) y yo le pago un precio redondo de la mitad de la hipoteca + gastos + media plaza de parking para la moto. En realidad, sumaría mucho más porque la hipoteca es variable pero yo igualmente tendría que pagar un sitio donde vivir y él una hipoteca. No es por renta ni vivo de su limosna, pero es un precio menor que la realidad de mercado”, explica.
Operan bajo la lógica de que, en caso de separación, él sería quien se quedase con todo así que los gastos relacionados con la casa son cosa suya. “Ahora se ha comprado el apartamento del lado. En un futuro podría juntarlos, así que lo ha comprado en solitario porque no tendría sentido que yo tuviese una cuarta parte de un piso común ni la mitad de un apartamento de 30m² pared con pared del suyo si nos separamos”, explica. Victoria tampoco ha participado en los desembolsos de dinero importantes relacionados con la vivienda, como reparaciones o la adquisición de los electrodomésticos. “Aquí también influye el nivel de las cosas que él quiere como, por ejemplo, una nevera más cara y su amortización”, puntualiza.
Para ella es importante resaltar que todas estas decisiones pueden tomarlas “desde el privilegio” de que ninguno de los dos necesita vivir acompañado. “Estaría peor si tuviese que pagar 1.200 euros solo de alquiler vs los 600 euros que le pago a mi pareja ahora con gastos, pero con un sueldo de 3.000 euros es asumible. Y también sé que, si yo lo necesitase, me dejaría vivir gratis”, afirma. Solo se imagina un conflicto en el caso de que decidiese adquirir una vivienda para sí misma: “Es algo que tengo 'pospuesto'. Si eso no llega a pasar, mi reflexión es que yo estaría pagando igualmente un alquiler y, si [la relación] es para toda la vida, cuando esté pagada la hipoteca yo estaré viviendo de gratis porque no le estoy pagando tampoco el coste de mercado y él no sacaría dinero de allí”.
Cuando Joana y su ex se enfrentaban a algún gasto importante, como un viaje o la adquisición de un mueble, el reparto era 40% ella y 60% él porque ella ganaba menos: 'Me salió un poco mal, algunas cosas que compramos para la casa se quedaron allí
El anterior novio de Joana también estaba pagando la hipoteca de la casa en la que convivían. Según el mes, él ganaba el triple o el cuádruple que ella, así que aunque Joana aportaba un alquiler con el que abonaban gastos del hogar, cuando salían por ahí, él se encargaba de la cuenta. “Éramos muy dados a eso, así que lo solía pagar él y yo iba de invitada. Me parecía bastante justo dada la diferencia de salario. Era como un acuerdo tácito, no escrito: él siempre me invitó, yo siempre me dejé invitar”, relata. Cuando se enfrentaban a algún gasto importante como un viaje o la adquisición de un mueble, el reparto era 40% ella y 60% él. “Ese sí fue un pacto al que llegamos hablando. Ahí me salió un poco mal, porque alguna de las cosas que compramos para la casa, se quedó allí cuando nos separamos”, recuerda entre risas. “Pero nunca tuvimos mal rollo con eso. De hecho, era yo la que insistía en aclarar las cuentas. No quiero que el tema del dinero sea nunca un chantaje, no porque tú me pagues vas a tener más derechos”.
Antonio tiene una hija con su pareja y están a punto de tener otro. Hace un año se compraron una casa juntos, pero el aporte de dinero ha sido desigual por el momento: ella tenía ahorros así que los puso para dar la entrada y ahora es él quien paga la hipoteca además de un préstamo que solicitaron. Aún no sabe cómo se repartirán esos pagos cuando él llegue a la cantidad que adelantó ella, quizás ir a medias como hacen ahora con el resto de los gastos. “Tenemos una cuenta común en la que intentamos poner 300 o 400 euros cada uno para los gastos de la niña y suministros y luego tenemos nuestras cuentas propias. Siempre nos quedamos cortos, llegamos a mitad de mes y ya nos lo hemos gastado todo. Entonces, o vamos pagando cosas por nuestra cuenta y luego cuadramos o volvemos a hacer ingresos los dos”, explica.
Susana también tiene una cuenta compartida con su pareja en la que ambos aportan el mismo dinero cada mes y si se acaba, como cuenta Antonio, ingresan más. Tienen dos hijas en común y, aunque ella tiene un sueldo superior, ahora está con reducción de jornada por lo que gana menos así que el reparto de gastos es más o menos equitativo. Si tienen algún gasto extra puntual como un arreglo del coche o las vacaciones, se van alternando. “Para que no me cobraran comisión tuve que domiciliar tres recibos en mi cuenta así que el internet, la luz y el agua me los pasan a mí. Luego hago cuentas y vamos equilibrando”, especifica. Han pasado momentos excepcionales en los que solo entraba un sueldo en casa y se repartió entre los dos. “Hemos tenido diversas excedencias por las niñas y claro, no cobras un duro. Entonces si era yo la que tenía excedencia, él me daba la mitad de su salario y viceversa. Ahora queremos abrir una cuenta común para ahorrar un poquito”, explica.
Tenemos una cuenta común en la que intentamos poner 300 o 400 euros cada uno para los gastos de la niña y suministros y luego tenemos nuestras cuentas propias. Siempre nos quedamos cortos, llegamos a mitad de mes y ya nos lo hemos gastado todo
Conflictos financieros
Rosario se acaba de separar pero compartió piso de alquiler con su pareja durante seis años. Durante ese tiempo fueron a medias con los gastos fijos y luego dejaban “un poco de espacio a la improvisación con el tema de salir por ahí o incluso con las compras. Al principio yo ganaba bastante menos, entonces era él quien me invitaba más a comer por ahí y esas cosas. Luego fue al revés y se esperaba un poco eso de mí también”, desgrana. Aunque ellos funcionaban de esa manera, ella se considera “un poco cuadriculada” y cree que es mejor “lo de ir proporcionalmente, cada cual según sus capacidades para los gastos fijos o las compras”. Pero lo que le causó un verdadero conflicto fue el tema del ahorro, porque pensaba que ambos estaban guardando dinero a la par para proyectos futuros pero no era así. “En los últimos tiempos me sentaba bastante mal que me pidiese que le invitase a cosas cuando yo estaba ahorrando para un proyecto común en el que él no estaba poniendo un duro, no es que fuese una agarrada”, declara.
Elena Crespo Lorenzo, abogada de familia y fundadora del despacho Crespo Law de Barcelona, explica que el principal motivo del malestar financiero en la pareja lo provoca la falta de comunicación. “Las cuestiones económicas no se abordan por miedo a perder a esa persona, por no molestar o generar conflicto y aguantan hasta que un día estallan. Al final una de las causas de divorcio son las cuestiones económicas que no se han tratado”, comenta. El hecho de no saber cuánto dinero gana la otra parte es algo muy habitual y puede dar lugar a lo que se conoce como infidelidad financiera. “Es ocultación de gastos e ingresos a tu pareja. Por ejemplo, recibir un bonus o un extra y guardarlo sin decir nada. Eso genera mucho malestar”, explica Crespo.
No se abordan por miedo a perder a esa persona, por no molestar o generar conflicto y aguantan hasta que un día estallan. Al final una de las causas de divorcio son las cuestiones económicas que no se han tratado
Cuando la diferencia salarial es muy acusada y los gastos se reparten a medias, la persona que gana menos dinero ve mermada su capacidad de ahorro, otro motivo de conflicto. “Me encuentro muchos casos en donde cada uno tiene su cuenta personal y luego una común para los gastos. Lo ideal sería que si ganan lo mismo fuesen al 50% y si no, que se haga una proporción para que ambos puedan ahorrar un poco”, dice. Su consejo como experta es que haya sinceridad sobre las cuentas, conocer cuáles son los ingresos de cada parte y llegar a consensos sobre los pagos de manera consciente. “Para construir una pareja entra en juego la economía, hace falta dinero para comprar una casa, muebles o criar hijos si se tienen. Es una inversión muy fuerte a nivel emocional y económico y hay que tener mucha transparencia”, concluye.