“¿Por qué me cuesta tanto darme valor?”
¿Por qué me cuesta tanto darme valor? O mejor dicho, ¿por qué busco complacer en busca de validación?
No eres tú, soy yo. ¿Cómo sabes eso de mí? Mamá, para si us plau, no pots escriure aquí i fer preguntes per veure si així t'explico coses. En fin, sigamos, nunca podré saber si mi madre se ha puesto 'Carbonara' para escribir en el formulario. Lo dudo, pero nunca se sabe.
Esta pregunta la podría haber escrito yo, es mi herida supurante, ya por eso me caes bien (sé que acabo de hacer trampas yendo directa a ese lugar común que compartimos, esa zona reconfortante donde van todas las buenas palabras; demasiado obvia, discúlpame por este burdo intento, pero aún así me caes bien).
Me declaro ávida del agrado ajeno, mi objetivo vital es agradar al otro, entendiendo otro como cualquier habitante del planeta. No importa si a esa persona no la vuelvo a ver. Necesito que se vaya a casa sin pensar mal de mí. Estoy hablando de querer complacer al conductor del H14: digo el buenos días muy alto, le sonrío, usted no me entiende señor autobusero, de su mirada dependerá que yo pueda seguir con mi vida, por favor, estoy siendo simpática, se lo juro, devuélvame la sonrisa, buenos días he dicho, BUENOS DÍAS. Y así cada día. Acumulando frustración tras frustración en un intento somático y algo patoso de estirar mucho la sonrisa.
El libro La ternura (Altamarea) de la escritora y filósofa Paula Ducay (y responsable de que tolere la filosofía) contiene una frase en la primera página que nos ayudará a entender que no eres tú ni soy yo, sino un poco todas. “Esa es la imagen tras la que le gusta imaginarse, una mujer joven sin dudas ni temblores”, escribe Paula sobre su protagonista. Una chica de edad indefinida que como todas se imagina y se proyecta algo mejor de lo que cree ser. En ese 'cree' está el asunto. Porque entre lo que una cree, lo que una ve, lo que proyecta y lo que es, tenemos aquí un lío montado que ríete tú de la marimorena.
Pero no es un problema individual —lejos estoy de teorizar sobre ello—, es algo que entendí después de mi experiencia entrevistando a muchas mujeres. A muchísimas (me permito decir muchísimas porque he ido a Spotify y he llegado a contabilizar más de cincuenta, por un momento he querido hacerme pequeña, pero después de ir una por una y contarlas me he permitido poner este “muchísimas”, espero que lo entiendas).
Si tuviera que sacar una conclusión de todas esas entrevistas, solo una, este sería el titular: Las mujeres se hacen pequeñas en las entrevistas. Yo lanzo preguntas, ensalzo, exagero, admiro a lo grande, mientras ellas se encogen, no se reconocen en esas palabras, el espejo no les devuelve mi mirada. Y yo sigo ahí alabando sus libros, su música, sus películas, y ellas niegan con la cabeza, curvan la columna, rojeces en la piel. Quizás algún bueno, vale, pero con la boca muy pequeña.
Si tuviera que sacar una conclusión de todas esas entrevistas, este sería el titular: 'Las mujeres se hacen pequeñas en las entrevistas'. Yo lanzo preguntas, ensalzo, ellas se encogen, no se reconocen en esas palabras, el espejo no les devuelve mi mirada
Y no estoy hablando del síndrome del impostor, no soporto este término, me da dentera, sino del tratarse mal a una. He salido más de una vez de una entrevista pensando ojalá se viera con mis ojos. Ojalá regalarle mis ojos por unos días, para que pueda contemplarse de forma menos exigente, con un poco de mimo. Seguro que algo parecido has sentido alguna vez con una amiga. El clásico día de no me soporto, qué mal me queda todo, dónde voy con esta cara. Llega un punto que una cree que la amiga está mintiendo, que exagera, va para, no digas tonterías. Y tú la mirás, y ves esa cara de la que un día quedaste prendada, y ese carácter que tan cómodo te parece, y esa ropa que es tan suya, y que no hay otra que la lleve igual. Y le dirías. Ten, ten mis ojos, mírate.
Propongo un intercambio de ojos. Me gustaría conocerte para poder darte el valor que te falta, ponerte en valor, qué bonita expresión, poner de relieve, destacar, subrayar. Te subrayo. Ese valor está ahí, ya lo sabes. Lo peor es que lo sabes. La primera vez que fui a la oftalmóloga me hizo una eversión del párpado, ¿tú sabes lo que es? Porque yo no lo sabía y de repente me encontré ahí sentada mientras la doctora le daba la vuelta al párpado para observar el interior de mi ojo. Caí redonda. Así que lo de los ojos no va a funcionar.
Tengo otra propuesta, menos Mariana Enríquez, más factible. Que esos ojos que sí ven el valor, que ven que una es soportable, que le queda bien todo, y que tiene una cara idónea, lo verbalicen. En voz alta, sin miedo. Pongamos en valor nuestro entorno. Subrayemos a las amigas. Ojo, atención, por favor que esto no vaya a convertirse ahora en la comunidad de las frases azucaradas, esto no es un videoclips de mujeres desnudas de trenzas largas cogidas de la mano. Todo en su justa medida. No al positivismo radical. No me vengáis con falsas bondades que nos conocemos.
Pero visto que no podemos dejar de ser duras con nosotras mismas, seamos sinceras con nuestro entorno. Qué buen corte de pelo; así sí; tía hoy tienes un día muy gracioso; bonita bufanda; hubiera jurado que el azul no era tu color pero oye, te queda de muerte; muy buen tuit el del otro día, me hiciste reír en el bus; las fotos esas que te haces en el ascensor del curro, buen trabajo. Suena terrible, lo sé. Pero me ha parecido mejor que intercambiarnos los ojos. Sabes que por complacerte lo haría, pero es muy probable que me acabe desmayando.
Hay entrevistas a mujeres que me han descubierto que otra vida es posible. Otra vida con la barbilla alta, que por lo que parece, ni tú ni yo hemos conocido. De todas las mujeres que he entrevistado, muchísimas como te contaba antes, solo una me dio la sensación que no se encogía, que no usaba diminutivos para referirse a su trabajo, que no vacilaba, que me dijo —con otras palabras—: sí, lo sé, escribo de puta madre. Se trata de Núria Bendicho, te recomiendo que la leas. Escribe igual que habla, con muchísima fuerza. Me dejó agarrada a la silla, ¿dónde iba esa muchacha con tanto amor propio? Así de primeras, el fulgor ajeno provoca rechazo, porque no estamos nada acostumbradas a que alguien venga con el valor puesto ya de casa. Mírala ella, qué segura de sí misma, decía mi envidia.
Acordarme de ella me ha dado un poco de esperanza. Carbonara, vamos a salir de esta, te lo digo.
Así de primeras, el fulgor ajeno provoca rechazo, porque no estamos nada acostumbradas a que alguien venga con el valor puesto ya de casa
No sé si sabes que la escritora estadounidense Ottesa Moshfegh estuvo por aquí hará unos días, de gira, presentando su primera novela, McGlue, que ahora se publica en catalán y castellano. El libro es de 2017. A mí me hubiera dado una vergüenza terrible irme de gira con un libro que escribí cuando tenía Fotolog. Qué horror reencontrarse con esas primeras palabras. Pues ella no, ella ha venido con la cabeza bien alta. No sé si conoces a Ottesa pero ella odia a la gente, odia a sus fans, odia a las lectoras de su archifamoso libro Mi año de descanso y relajación (Alfaguara).
Tengo la ligera sospecha que ella no quería nada de todo esto, ella lo único que quería era ganar un poco de dinero para estar tranquila en su cabaña en Pasadena y leer y escribir y reírse de todas nosotras, ahí desde ese montículo en medio del bosque, lo suficientemente cerca de Los Ángeles para poder tener aguacates sin tener que plantarlos en el jardín. Una tía lista, ahora te la presento. Todo lo que viene a partir de aquí son las consecuencias de cierta obsesión. Puedes saltártelo.
Pero, para entender mejor a Otessa, déjame que te cuente que la cabaña se llama “Casa de Pájaros”, así en castellano, y no es una cabaña, es una maldita casa de piedra envuelta de plantas y con un interior digno de un reportaje de la revista Apartamento (por supuesto estoy yo aquí para facilitarte las fotos del reportaje que efectivamente le hizo la revista Apartamento). Déjame que te cuente también —perdón si nos estamos yendo del hilo, pero te necesito aquí con Otessa un minuto más— que el anuncio donde se vendía la casa acaba con esta frase, que por lo que sea, no consigo olvidar: “La propiedad se ofrece entendiendo que el nuevo propietario no encontrará la casa, sino que Casa de Pájaros seleccionará a su nuevo propietario”. Creo que cuando dicen que la casa escoge al propietario es básicamente que escoge el dinero, pero en fin, qué sabré yo.
La Casa de Pájaros está actualmente habitada por Otessa junto a su pareja, el escritor Luke Goebel, un tipo guapísimo que va con jerséis de nudos y descalzo por la vida. Todo es insoportablemente bello. Ya te lo puedes imaginar. Todo el día escribiendo, diciendo que quieren hacer películas juntos y regando las plantas. Estomagante. Pero no sé por qué pienso en ellos de vez en cuando. Cada vez que entro a Idealista, para ser más exactos. ¿Quieres saber cómo se conocieron? Por supuesto. Él fue a su casa para hacerle una entrevista. Según cuenta ella, no hizo falta ninguna cita, llegó para la entrevista, y nunca más se fue. Seis semanas después de ese encuentro se prometieron. ¿Y esa entrevista que le hizo Luke?, podrías preguntarme. No está publicada, por supuesto. ¿En qué momento crees que Otessa dejaría que se publicara un texto donde ella flojea un poco, coquetea y se enamora?
Total, que va, y la hacen venir aquí de promoción a vender su primer libro que ni ella recuerda de qué iba. Pues la actitud, Carbonara, déjame que te hable de su actitud en esta estadía hispana. Atiende. En la charla que dio en Barcelona junto a Lucía Lijtmaer, lejos de hacerse pequeña, se iba creciendo con cada respuesta. Y no solo eso, no quería agradar a su público, lo último que buscaba era complacernos. “I hate asking for help, I'm perfect as you can see, I've never had a problem”, dijo mientras se comparaba con esa protagonista que engulle diazepams mientras mira películas de Whoopi Goldberg. Repito. Dijo “I'm perfect”. Soy perfecta. Sin sonrisa en la cara, sin guiño, sin movimiento en la mano que pudiera decir estoy exagerando, jaja, ya me entendéis. No. Lo dijo sin pestañear.
¿Cuándo fue la última vez que oíste a alguien decir 'soy perfecta'? ¿Y que realmente se lo crea? Sé que Otessa lo dijo de verdad, sin descaro ni complacencia, ni ganas de gustar. Ella es así, no le importa lo más mínimo lo que pensemos de ella. Quiere irse al hotel, coger su bolsa y volver a su cabaña, a sus pájaros, al señor que va descalzo y a sus lecturas. Ese “I'm perfect” fue como una bofetada con la mano abierta. Fue un codazo a mi autoestima. Me recordó que de esta tontería que llevamos encima se sale. Piensa en ella. Cuando te levantes por la mañana, piensa en Otessa:
Lo de la autoestima es una movida. Como habrás podido comprobar no hay muchacha que vaya sobrada de autorrespeto. Hacemos lo que podemos. Un día te miras al espejo y dices, bueno, mira, hoy quizás con un rimmel tonto así bien puesto todavía podemos levantar el día, y hay mañanas que:
En ese largo documental de C.Tangana que es serie, es película, es publirrepor —nunca me quedó claro, pero lo disfruté—, hay un momento en el que su madre antes de que salga de gira le dice algo así como: Antón, ten cuidado, vigila, no te pases. Y él le contesta algo así como: tranquila, todo lo que haga lo haré como si tú estuvieras mirando. Es brillante, ¿no te parece? Los ojos de la madre del madrileño ahí en cada fiesta, en cada habitación de hotel. Pues lo mismo. Cuando te veas regalando sonrisas tirantes y bailando melodías al otro, ahí estarán mis ojos. Ponte en valor. Te estaré mirando.
Siempre tuya,
Andrea
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