Dermatilomanía: la compulsión por rascarse y pellizcarse

Existe un trastorno llamado dermatilomanía que lleva a quienes lo padecen a rascarse y pellizcarse de manera compulsiva. Estas personas se hacen daño en la piel, se dejan marcas, pústulas y cicatrices, de las cuales a menudo se avergüenzan e intentan ocultarlas. 

En ocasiones, las heridas derivan en sangrados, infecciones e incluso septicemias, es decir, infecciones que alcanzan el torrente sanguíneo y pueden afectar todo el organismo. El problema, es conocido como pellizcado cutáneo patológico o trastorno por excoriación.

Afecta –según el prestigioso Manual Merck de Diagnóstico y Terapia– a entre un 1 y 2% de la población. Y tres de cada cuatro personas que lo padecen son mujeres. Fue incluido en la última edición del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM, por sus siglas en inglés), editado por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría.

¿Por qué pellizcarse y rascarse hasta hacerse daño?

La dermatilomanía se considera, en general, un tipo de trastorno obsesivo–compulsivo (TOC). Para las personas con esta clase de problemas, ciertas conductas repetitivas son una manera de reducir los altos niveles de ansiedad que las aquejan. Por ello, a menudo la compulsión por pellizcarse y arañarse es una respuesta a un estrés psicosocial.

Sin embargo, hay casos en los cuales este problema se presenta como más relacionado con el trastorno dismórfico corporal: la preocupación excesiva por un defecto físico (que puede ser real o solo percibido por quien lo padece). En esas situaciones, la persona actúa sobre zonas de su piel en la que encuentra imperfecciones, como granos, callos, descamaciones, lunares, cicatrices previas, etc.

Por su parte, un estudio de 2010 propuso la hipótesis de que el trastorno por excoriación, pese a compartir varias similitudes clínicas con los TOC, en realidad estaría más cerca de ser una adicción. La explicación radicaría en el hecho de rascarse y pellizcarse produce, en estas personas, emociones placenteras: en concreto, un aumento de la dopamina, sustancia implicada en el sistema de recompensas del cerebro.

Problemas derivados de la dermatilomanía

Como se ha señalado, esta compulsión puede llevar a consecuencias peligrosas. Las heridas en la piel pueden generar infecciones que luego se extiendan al resto del organismo. 

Las personas que sufren este problema suelen lastimarse la cara, pero también otras partes del cuerpo: brazos, piernas, pecho, espalda, cuero cabelludo, manos y dedos. La mayoría de las veces lo hacen con los dedos, pero en ocasiones también emplean pinzas, agujas u otros instrumentos.

De hecho, este trastorno se agrupa junto a otros en los cuales las conductas repetitivas centradas en el propio cuerpo, como la onicofagia (morderse o comerse las uñas) y la tricotilomanía (arrancarse el cabello o los vellos del resto del cuerpo). 

A menudo estos problemas conviven en una misma persona, junto a otros como morderse el lado interno de las mejillas, comerse los pedacitos de piel arrancados por la excoriación e incluso no poder resistir el impulso de pellizcar a los demás.

El diagnóstico de dermatilomanía se efectúa cuando una persona presenta heridas en la piel debido a sus propios pellizcos o arañazos, cuando se proponen dejar de maltratarse la piel y no pueden dejar de hacerlo, y cuando esta conducta les genera una aflicción importante, les genera malestar o disminuye su calidad de vida. 

Cómo dejar de pellizcarse

Los estudios sobre este problema proponen, como principal método de tratamiento, la terapia cognitivo–conductual. Lo que se utiliza con mayor frecuencia son las llamadas técnicas de inversión del hábito, desarrolladas en la década de 1970 por los psicólogos Nathan Azrin y Richard Nunn. Tales técnicas permiten combatir y dejar atrás la compulsión. Las más importantes son las siguientes:

1. Tomar conciencia del problema

El primero de los objetivos es lograr que la persona sea consciente de que tiene un hábito nocivo que no puede controlar. Esto es importante sobre todo en el caso de quienes se pellizcan de una forma tan “automática” que ni siquiera se dan cuenta de que lo hacen. Para otras, que sí lo advierten, lo valioso estará en comprobar que, por ejemplo, quieren dejar de hacerlo y no pueden, porque el impulso es demasiado fuerte.

2. Identificar qué situaciones desencadenan la excoriación

Por lo general, las sesiones de pellizcado, rascado y otras acciones sobre la piel son –al igual que otros tics– una respuesta a momentos de tensión emocional. Ser capaz de comprender cuáles son esas situaciones es fundamental para que la persona, en el futuro, pueda anticiparse a su propia compulsión y evitar llevarla a cabo.

3. Buscar otras maneras de eliminar la ansiedad

Existen varias técnicas o remedios naturales que permiten combatir la ansiedad sin necesidad de recurrir a pastillas. La actividad física, las relaciones sexuales, los paseos por espacios verdes, la meditación, la escritura y hasta el mantenimiento y cuidado de un jardín o de plantas de interior son métodos que ayudan a relajarse.

Tomar medidas para reducir la ansiedad no es un objetivo menor. Sobre todo, si se tiene en cuenta que –según una encuesta sobre Percepción y hábitos de la población española en torno al estrés, publicada en 2017– una de cada seis personas sufre de ansiedad a causa del estrés cotidiano. Una cifra aumentada este año, además, a causa de la pandemia de COVID-19.

4. Diseñar estrategias incompatibles con el pellizcado

Además de las técnicas para reducir la ansiedad, una estrategia muy efectiva es sustituir la excoriación por otra actividad que impida pellizcarse. Puede consistir en una actividad creativa como escribir, dibujar o tocar un instrumento musical. 

O bien algo que simplemente funcione como un bloqueo (apretar los puños, sentarse sobre las manos). Lo importante es que se pueda recurrir a ellas siempre que la persona reconozca una de las situaciones que antes daban lugar al pellizcado.

Por lo demás, en ciertos casos muy pronunciados de pellizcado patológico, el médico puede indicar la administración de fármacos como ansiolíticos o antidepresivos. Pero lo más común –y recomendado– es que con estas técnicas sea suficiente para que este trastorno se pueda superar.

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