“Hace unos meses perdí al amor de mi vida por un cáncer y una amiga me ayudó a superarlo, ¿es normal que me enamore de ella?”

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Hace unos meses perdí al amor de mi vida, murió de cáncer con 57 años yo tengo 71, mi plan de vida se fue al carajo. Una amiga me ayudó al principio a superar el dolor con charlas nocturnas, ¿es normal que me enamore de ella?

Hay un misterio dulce en el modo en que la vida se abre paso entre la angustia más profunda. Por el peso de agujero negro que abre en el pecho, la angustia se parece a un pozo dentro de nosotras mismas por el que caemos y desde el cual es imposible vislumbrar la salida. Densidad de las aguas negras, en una noche sin luna, la angustia, cuando se expresa, no parece reversible. Como afecto, señala un punto ciego en el dolor, donde el cuerpo-mente no es capaz de imaginar una alternativa. Es el afecto que acompaña, no a los eventos que suponen un obstáculo que es posible sortear, sino a las grandes pérdidas que nos suponen la desorientación más grande. Podemos entrar en la angustia ante situaciones que los demás podrían considerar menores, pero sólo el secreto complejo de nuestro organismo tiene la clave para interpretar qué pérdida nos resultará aparentemente irreparable.

Y digo aparentemente porque, en esa pequeña muerte de la esperanza que es la angustia, alcanzamos el dolor más profundo y a la vez liberamos una energía creativa a la que no podríamos acceder de otro modo. Y es que las sabias de otro tiempo lo dejaron escrito, que la angustia no es un pozo, sino un pasadizo estrecho, que estrangula y asfixia. Como pasadizo, la naturaleza del afecto es la del tránsito. Es decir, que la angustia no suspende la agencia ni el movimiento de la vida, sino que la expone a una ruptura tan profunda que el cuerpo que transita vive el miedo y la ansiedad hasta conocer el mismo vacío. Y una vez ahí ¿es posible amar?

Al perder un vínculo a través del cual sosteníamos la cotidianidad y su sentido, estamos viendo morir una parte de nosotras mismas que solamente podía existir en conversación con aquella otra que nos deja. Lloramos a quien muere, sí, pero también la muerte propia

Según el principio vitalista de Spinoza, nadie sabe de lo que es capaz un cuerpo. Tampoco el propio cuerpo en duelo puede imaginar de lo que será capaz. Su estado, después de la muerte de un gran amor, de tan angustioso es irrepresentable. Al perder un vínculo a través del cual sosteníamos la cotidianidad y su sentido, estamos viendo morir una parte de nosotras mismas que solamente podía existir en conversación con aquella otra que nos deja. Lloramos a quien muere, sí, pero también la muerte propia. Miramos hacia atrás y rememoramos momentos del pasado mientras que el futuro se estrecha, porque la conversación que estamos manteniendo es con la memoria. Sensación de pozo de la angustia: nuestra mirada clavada en las aguas negras, buscando rescatar imágenes del pasado, pequeñas alucinaciones. El cuerpo en duelo a veces habla solo, ensordece el presente para poder embriagarse de pasado. Su relación con la pérdida es erótica.

Pero de pronto, alguien nos invita a una conversación. ¿Quién es? Solamente una voz amiga podría acompañar ese momento, respetando nuestra elipsis deseada, el cuerpo ofrecido al fantasma, el bucle mental que repasa los momentos vividos. Una conversación entre dos cuerpos vivos ofrece algo único: la unión de dos imaginaciones, de dos libertades. El libre albedrío de una imaginación distinta rompe la cadena de repetición del pasado. Poco a poco nos aleja con suavidad del monólogo, incluyendo nuevas formas en el paisaje de la mirada.

Una conversación entre dos cuerpos vivos ofrece algo único: la unión de dos imaginaciones, de dos libertades. El libre albedrío de una imaginación distinta rompe la cadena de repetición del pasado. Poco a poco nos aleja con suavidad del monólogo, incluyendo nuevas formas en el paisaje de la mirada

La angustia, un callejón estrecho, se atraviesa con ternura si nos acompaña una interlocutora sabia y sensible. Una que no cae en recursos simplistas ni en lugares comunes. Una que se atreve a la escucha de nuestra herida y a la vez no se conforma con dejarnos permanecer estáticas ahí, apegadas al daño, repitiendo las mismas palabras. Desde un lugar distinto ella habla, nos busca, ofrece una alternativa. Una conversación nueva abre el futuro para la imaginación, mientras su voz, sonido encarnado, con cuerpo, nos va despertando a lo sensible. Un día nos despertaremos con unas extrañas ganas de vivir. 

¿Y la pasión? Mucha es liberada a través de la muerte de quien amamos. La pasión la teníamos enganchada a esa persona y, al partir, si aceptamos la pérdida, la pasión nos es devuelta. ¿Es normal enamorarse? ¿Cómo podría no serlo? Nadie sabe de lo que es capaz un cuerpo para seguir existiendo. Nadie entiende del todo con qué magia nos aferramos cien veces antes de soltar para siempre.