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Encadenar reuniones por videollamada: consejos prácticos para no sobrecargarse

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Desde el inicio de la pandemia, las videoconferencias han permitido a muchas personas continuar trabajando desde casa y mantener el contacto con amigos y familiares.

Gracias a herramientas de videoconferencia como Zoom o Meet, durante aquellos meses de confinamiento, pudimos mantener buena parte de las conexiones personales y profesionales, una ventana que nos abría un mundo que se cerró de repente. 

Pero también nos obligó a familiarizarnos con una manera de relacionarnos a la que no estábamos tan acostumbrados y que hoy muchos hemos incorporado a nuestras rutinas: a través de una pantalla y con un micrófono. 

Los datos de un estudio publicado entonces, en 2020, nos daban una imagen muy clara de este rápido aumento de las videoconferencias, en particular, en el uso de Zoom: de unos 10 millones de participantes diarios en diciembre de 2019 se pasó a 200 millones en marzo de 2020 y 300 millones en abril de 2020. 

Fruto de este fuerte uso de las videoconferencias, han ido surgiendo nuevos estudios que han explicado cómo ha afectado esta nueva forma de comunicarnos a nuestra salud.

De la mano de términos como tecnofatiga o tecnoestrés, un fenómeno que se define como la “fatiga mental por el uso prolongado y continuado de tecnologías de la información”, aparece también el concepto fatiga de Zoom o fatiga virtual.

Lo que en un primer momento parecía que iba a suponer solo ventajas y un alivio para muchas personas para continuar trabajando, y que así ha sido en muchos casos, en otros se ha convertido en algo menos positivo. ¿Por qué nos cansan más las videollamadas que las reuniones presenciales? 

Los efectos de hablar en exceso a través de una pantalla

Mediante lo que se conoce como la fatiga del Zoom, la persona puede sufrir ansiedad, tensión, agotamiento y preocupación debido a un uso excesivo de las videoconferencias.

Un estudio elaborado por expertos de la Universidad de Stanford sugería en marzo de 2021 que las causas de este agotamiento podían resumirse en cuatro: 

  • Exceso de contacto visual y tener a la otra persona en primer plano y demasiado cerca
  • Obligación de autoevaluarnos al ver nuestra imagen todo el tiempo
  • Reducción de la movilidad para no salir de la cámara 
  • Sobrecarga cognitiva por la pérdida del peso del lenguaje no verbal

A todas estas causas, Pau Martínez Farrero, psicólogo y autor del libro La incomunicación virtual, añade el hecho de que se trata de un tipo de comunicación que “requiere poner mucha más atención para escuchar, porque no es lo mismo hacerlo a través de un altavoz que cuando tenemos la persona delante”.

Para Martínez, la videollamada nos obliga a estar más atentos para no perder el hilo de lo que se está diciendo. En un encuentro digital de varias personas, por ejemplo, es más complicado interrumpir para preguntar qué es lo que acaban de decir, lo que nos exige estar más atentos y, por tanto, hace que este tipo de encuentros “sean mucho más cansados que los presenciales”. 

Además, durante una videollamada se pierden señales como gestos o intenciones de que alguien va a hablar, lo que lleva a una conversación inconexa que muchas veces hace que las personas opten por no hablar para no interrumpir y hacer más complicada la comunicación.

Pero, además, cuando estamos en una reunión virtual “de alguna manera estamos hablando con 'seres virtuales'; en realidad, no tenemos a la persona delante y esto hace que falle el factor de presencialidad que hace que estemos más relajados y que el contacto de tú a tú sea más directo e inmediato, sin altavoces ni pantallas en medio”, puntualiza el psicólogo. 

“Encontrarte con la imagen de otra persona en realidad acaba fatigando mucho”, matiza Martínez. Compartir conversación pero no espacio físico puede hacer que falte una pieza clave en la comunicación. 

El psicólogo Pau Martínez añade otro aspecto que considera clave en los efectos de las llamadas virtuales y es esa cierta sensación de vacío que se da cuando la reunión ya ha acabado.

Es algo que no ocurre con los encuentros presenciales, que permiten cierta calidez humana y que, en cierto modo, notan más las personas de más edad, que están más acostumbradas a los encuentros cara a cara.

Son los jóvenes, que han nacido en la era digital, los que seguramente dan menos importancia a estos encuentros y los que noten menos sus consecuencias.

En el informe El impacto de las nuevas tendencias laborales en España, elaborado por el Consejo General de la Psicología de España, los expertos alertan de que las consecuencias de este agotamiento pueden extenderse a otros aspectos de la vida de la persona.

Y si no se tratan pronto, puede derivar en una “falta de interés general, una actitud cínica y pesimista hacia las cosas, dificultades para concentrarse, aparición de pensamientos negativos sobre uno mismo y los demás y bajo nivel de satisfacción”. 

Desconexión digital, clave para aliviar la fatiga de Zoom

Algunas de las soluciones que apuntan los expertos para prevenir y minimizar los efectos de las videollamadas se resumen en varios puntos clave: 

  • Programar solo las videollamadas necesarias y distanciarlas tanto como podamos en el tiempo.
  • Ocultar la vista de la pantalla que nos muestra nuestra cara ya que no es necesario vernos a nosotros mismos; con que veamos a los demás es suficiente.
  • Alejar la cámara de la pantalla para podernos movernos con más libertad para que podamos movernos con más libertad sin que ello suponga salir del cuadro de la imagen.
  • En algunos casos puede ayudar apagar la cámara para centrarse solo en el audio o, en caso de que no sea posible, tenerla a un lado, en lugar de al frente, para ayudar a concentrarnos más, sobre todo en el caso de reuniones grupales.

Para Martínez, buena parte del vacío y agotamiento que provoca estar mucho tiempo conectado podría subsanarse compaginando con alguna reunión de tipo presencial de vez en cuando.

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