Mercedes Pérez-Fernández y Juan Gervás han ejercido la medicina durante la mayor parte de su vida en diferentes ámbitos, pero siempre han mostrado una preocupación por las cuestiones básicas de la salud femenina. Durante su vida han visto evolucionar la sanidad en una dirección que consideran equivocada respecto a la mujer. y fruto de ello es el libro 'El encarnizamiento médico con las mujeres' (Libros del Lince). Creen que se ha enfocado todo lo relacionado con ella como problemas y enfermedades cuando en realidad la mayor parte de las veces solo hay procesos vitales.
Para ellos este error de enfoque parte del concepto machista y patriarcal de la salud, cuyo modelo básico es el hombre heterosexual y que desprecia la fisiología femenina o de otras orientaciones sexuales. También intervienen el ansia de control tradicional de la mujer por parte del hombre y una vocación de explotación comercial despiadada desde las empresas de salud y farmacología.
¿Con qué fines se busca sobre explotar la salud femenina?
La salud de la mujer se convierte en capital para el control de su sexualidad y libre albedrío, de su libertad e independencia. Es una forma de biopolítica, no sólo un problema comercial. Se hace dinero, desde luego, pero el control y la 'moralina' van mucho más allá. A lo largo de la historia han sido las religiones las que establecían qué era bueno y qué malo. Sirve de ejemplo el problema de la obesidad.
¿Por qué es la mujer con sobrepeso objeto de rechazo y desagrado, de desprecio e indignidad en las consultas médicas? Por la estigmatización de la obesidad como enfermedad reprobable, que se debe a una decisión individual errónea y viciosa que va contra la salud personal y poblacional. La ideología médica patriarcal ha impuesto una visión moral de 'las gordas' como personas transgresoras y débiles, capaces de comer sólo por el placer como si eso fuera un pecado.
¿Tiende la sanidad a tratar a las mujeres como si fueran objetos comerciales?
La sanidad, privada y pública, tiene una mina en el campo femenino. La evolución ha llevado al desarrollo de conductas de auto-cuidado en la mujer en el sentido de que su vida es muy importante para sí misma y para la supervivencia de su propia prole y de la tribu. Estas conductas se manipulan para generar negocio sin más.
Por ejemplo, con los mensajes simplistas tipo “En cuatro palabras: La mamografía salva vidas”, sin citar inconvenientes y problemas en torno a la prevención del cáncer de mama. También convirtiendo a la mujer en puro vientre con los “cuidados obstétricos” sin sentido, como la prescipción de ácido fólico, yodo y otros complementos minerales y vitamínicos a lo largo de todo el embarazo.
¿Por qué no se produce también este encarnizamiento con la salud masculina?
El cerebro del varón 'se baña' en testosterona ya durante el embarazo, y eso determina mucho de su conducta posterior, reforzada por la cultura y sociedad, y por el 'diluvio de testosterona' a partir de la adolescencia. El varón admite riesgos hasta morir, y buen ejemplo es su muerte prematura por excesos en violencia y por consumo excesivo de alcohol y otras drogas.
De hecho, muchas de las campañas de encarnizamiento con el varón van de la mano de la mujer, pues ella puede convencerle para que se cuide y acuda al médico por la próstata o por la disminución de los niveles de testosterona: la andropausia, que es una enfermedad inventada.
¿Debe haber un diferente enfoque de lo que es la salud masculina y la femenina? ¿Son diferentes?
El modelo médico es varonil. De hecho, el canon es un varón joven, heterosexual, sano (o con una sola enfermedad), de clase media y culto, sobre el que se estudia el problema de salud de que se trate. Todo lo que se desvíe de ese modelo, es una especie de anomalía, sea por edad, por sexo, por situación social o por otras condiciones.
Por ello, el sistema sanitario ve y trata a la mujer como un ser vicariante que “no llega al modelo”. Por supuesto, la mujer es diferente en cien cuestiones, desde las más aparentes en la biología anatómica a las bioquímicas y hormonales (toda la cuestión en torno a la fertilidad y la reproducción), sin olvidar sus roles específicos culturales y sociales, e incluso la respuesta distinta a fármacos y drogas.
Ustedes cuestionan el uso de técnicas como la congelación de óvulos con fines sociales; es decir que una mujer pueda decidir cuándo ser madre y hacerlo con óvulos jóvenes...
No estamos en contra de la congelación de óvulos por causas sociales, sino que en contra de que se haga como si fuera cuestión menor que tiene todos los problemas resueltos. De hecho, dado el bajo nivel de información con que la mayoría de las mujeres toman la decisión, consideramos que en muchos casos se produce violencia obstétrica; es decir, violencia de género y violación de derechos humanos.
Se ofrece la congelación sin información sobre la disminución de la fertilidad en la mujer, como si en lugar de congelar óvulos se congelasen vidas, como si no se precisasen procesos agresivos hormonales para la implantación y como si el embarazo fuera uno más, y el futuro de bebé similar a los demás. En el libro detallamos más nuestras objeciones.
También aseguran que hay encarnizamiento con las mujeres durante el embarazo.
El embarazo es un estado fisiológico, no patológico. El embarazo sano en la mujer sana no requiere más que vida sana, en lo personal, familiar, laboral y social. Lo que conviene no es medicina ni médicos sino un clima familiar y laboral tranquilo y sano. Por el contrario, cada vez la embarazada es más puro vientre, una especie de 'portadora de un feto' al que debe sacrificarse.
La embarazada es una mujer 'secuestrada' por la medicina y la sociedad, a la que se exige todo tipo de sacrificios sin fundamento científico: desde revisiones constantes a pruebas diagnósticas de todo tipo, vacunas sin fundamento y cambios en la dieta sin sentido.
Además reivindican un aborto voluntario farmacológico, asesorado por un médico de cabecera y en el hogar. ¿Por qué no es así ya?
El ideal sería que todo embarazo terminase con el parto vaginal fisiológico de un niño sano. Lamentablemente, son muchos los embarazos no planificados ni deseados que acaban en aborto voluntario. Y también lamentablemente, los embarazos involuntarios son más frecuentes cuanto menor es el grado formal de educación de la mujer y cuanto menor su poder adquisitivo o clase social. Por ello, todo aborto voluntario hay que verlo, al tiempo, como un fracaso social, sanitario y educativo.
El problema de la mujer que se plantea abortar no es sólo un problema personal sino también un drama social y un problema de salud pública, dada su frecuencia. Llegado el caso, conviene que el aborto voluntario minorice el paso de la mujer por este trauma. Hoy se puede lograr con medicamentos baratos y muy seguros, de la mano del médico de cabecera, en casa y sin cambiar rutinas.
Si ello no se ofrece es por el control social del cuerpo de la mujer, por intereses profesionales y comerciales y por la 'moralina' del sistema sanitario y legal.
Si no te quieres perder ninguno de nuestros artículos, suscríbete al boletín de ConsumoClaro
suscríbete al boletín de ConsumoClaroAdemás te recomendamos:
Congelación de óvulos: ¿progreso técnico o esclavización empresarial de la mujer?
Congelación de óvulos: ¿progreso técnico o esclavización empresarial de la mujer?