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¿Por qué engordamos con más facilidad a medida que nos hacemos mayores?

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A partir de cierta edad, lo sabemos por experiencia propia: cuantos más años cumplimos, más fácil nos resulta subir de peso. Y más cuesta, también, perder los kilos acumulados. Esto puede generar importantes perjuicios para la salud. Son conocidos los  riesgos y consecuencias negativas del sobrepeso y la obesidad.

Ahora bien, ¿cuáles son las causas de ese fenómeno? Los factores que intervienen son diversos. Y es bueno conocerlos para poder, si es necesario, tomar medidas para mantener el peso a raya y evitar que nuestras tallas corporales cambien demasiado con el paso del tiempo.

En primer lugar corresponde hablar del metabolismo. En concreto, del metabolismo basal, un índice que mide la cantidad de energía que el cuerpo consume en reposo. Es decir, las que necesita para mantener activas sus funciones básicas, como la respiración y la digestión.

Según las estimaciones científicas, el metabolismo basal suele representar al menos el 50% del gasto energético diario; los estudios indican que “en la mayoría de los adultos sedentarios” esa cifra se eleva a niveles entre un 60% y 70% del total.

A más edad, menos gasto energético

Lo que sucede es que ese gasto energético disminuye con el paso del tiempo, a razón de entre un 3% y 5% por cada década de vida. Ese descenso en el gasto se debe a varios motivos. Uno de los fundamentales es que, a medida que pasan los años, el organismo produce tejidos nuevos en mucha menor cantidad.

Por otro lado, con el tiempo también se produce una pérdida de masa muscular. Como los músculos requieren mucha energía, su reducción implica también una bajada notoria en la energía requerida.

Además, el gasto energético en reposo se reduce también cuando cae la cantidad de hormonas sexuales, algo que se manifiesta con mucha fuerza durante la menopausia (por la bajada en el nivel de estrógenos). En los hombres, la disminución de testosterona por la edad se da de un modo más gradual, pero por supuesto también ocurre.

Por supuesto, en la mayoría de los casos no baja solo el gasto energético en reposo, sino que en general los índices de actividad física son menores. Algo que se debe tanto a los hábitos sedentarios como a posibles problemas físicos, derivados del deterioro a nivel muscular y esquelético normal de la edad.

El caso es que, a raíz de todos estos factores, el cuerpo gasta menos energías. Y si sigue ingiriendo la misma cantidad de calorías, el resultado es evidente e inevitable: engorda.

Eliminación y absorción de lípidos

Por otro lado, científicos del Instituto Karolinska -con sede en Estocolmo, Suecia- comprobaron que otra clave radica en el proceso de recambio de lípidos en el tejido adiposo. Esto es, la velocidad con la cual el organismo elimina y almacena grasa.

“La tasa de eliminación de lípidos disminuye durante el envejecimiento -explica la investigación, publicada en 2019 en la revista especializada ‘Nature’- y la falla en el ajuste recíproco de la tasa de absorción de lípidos da como resultado un aumento de peso”. Es decir, el cuerpo absorbe más grasa de la que llega a eliminar.

El estudio se basó en el seguimiento de 54 hombres y mujeres a lo largo de trece años. Tras eliminar la influencia de otros factores, los autores determinaron que en quienes no redujeron la ingesta de calorías con el fin de equilibrar los cambios en la absorción de lípidos, el peso corporal aumentó, de media, un 20%.

Dormir poco y mal, otra causa para engordar

Existen, además de los ya citados, otros factores que nos hacen propensos a subir de peso a medida que nos hacemos mayores. Por ejemplo, el insomnio, las dificultades para conciliar el sueño o la imposibilidad de dormir toda la noche de corrido, problemas que también se hacen más comunes con el correr de los años.

Lo que no todo el mundo sabe es que dormir poco y mal contribuye con el aumento de peso. Esto se debe, por un lado, a que se altera la producción de dos hormonas: la leptina, responsable de la sensación de saciedad, y la grelina, que controla el apetito y, por lo tanto, indica al cuerpo cuándo comer.

Al no dormir lo suficiente, bajan los niveles de leptina y suben los de grelina. Como resultado, baja la sensación de saciedad y aumenta el hambre: una mala combinación. De hecho, según un estudio publicado en 2015, dormir media hora menos de lo necesario cada día afecta al peso y al metabolismo.

Más aún: las personas que duermen menos de lo suficiente todos los días de lunes a viernes tienen -de acuerdo con este trabajo- hasta un 72% más probabilidades de padecer obesidad. Y después de mantener este ritmo durante seis meses, la “deuda de sueño” semanal se asoció de forma significativa con obesidad y resistencia a la insulina.

Estrés, fármacos y más

El estrés -y en particular el estrés crónico- es otro de los elementos que pueden hacer que una persona adquiera kilos con facilidad y luego no pueda bajarlos como hacía cuando era más joven. Hay estudios que han comprobado que el cortisol, la “hormona del estrés”, produce resistencia a la ya citada leptina.

Por lo tanto, los altos índices de estrés podrían impedir la sensación de saciedad. Es un clásico, de hecho, que las personas con mucha ansiedad intenten calmarla comiendo en gran cantidad. Y no cualquier cosa: sobre todo comida basura, pues los gustos muy sabrosos (grasa y azúcar) se comportan como un remedio contra la tensión. Estudios con monos y con ratones también confirman estas hipótesis.

Y también puede hallarse una razón más, sobre todo en adultos mayores: la medicación. A partir de cierta edad, muchos fármacos se incorporan de forma permanente a la vida cotidiana de numerosas personas. Y a menudo el aumento de peso es un efecto colateral de la ingesta de sustancias como esteroides y antipsicóticos.

¿Qué hacer para evitar el sobrepeso a medida que avanza la edad? Una de las recomendaciones principales es mantenerse activos: hacer ejercicios (puede ser caminar o bailar, aunque también se aconsejan algunos trabajos de fuerza, para atenuar la pérdida de masa muscular) y evitar el sedentarismo.

También cuidar la alimentación: procurar que la dieta dominante sea la mediterránea y evitar ingerir más calorías que las que luego se han de usar. Y tratar de dormir bien y de evitar el exceso de estrés, dos objetivos que contribuyen a la salud y al bienestar general en cualquier momento de la vida.

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