¿Qué hay más horrible que no saber si tu sueldo te dará para la próxima subida del alquiler o si tendrás para pagar todas las facturas? Es en torno a este tipo de oscuridades del día a día, por las que se cuelan miedos que no nos dejan dormir y crean un terror paralizante, por las que transita Oti Corona (Ibiza, 1972) en su último libro, Fatal, gracias, publicado por la editorial Amor de Madre. En él compila catorce relatos en los que las vicisitudes de sus personajes (la desigualdad en el acceso a la salud, en la carga doméstica, en las condiciones laborales o el hiperconsumo de fármacos), nos parecen espeluznantes por lo cercanas, pero también necesarias por las dosis de ironía que pueden encontrarse en algunas de sus páginas.
En diferentes relatos de tu libro, como Maiukué de Sencrala o Ahí te pudras, el silencio se cierne como un elemento determinante en la vida de las mujeres, ¿crees que ese silencio como herramienta de supervivencia se sigue conservando a día de hoy como en antaño?
Yo creo que se está acabando. El silencio ha sido nuestro aliado y nuestro enemigo también. Gracias a las redes sociales ahora las mujeres tenemos nuevos espacios, de ahí por ejemplo el Me Too. No solo las mujeres, también otros grupos vulnerables han empezado a decir “estamos aquí y queremos la palabra”. La ultraderecha está respondiendo con contundencia debido a que quieren que sigamos en silencio. Cualquier feminista o mujer que tenga redes sociales recibe insultos como loca, histérica, mentirosa, etc., que es la respuesta que tienen ante la falta de argumentos. No pueden rebatir las pequeñas o grandes violencias que recibimos diariamente. Su única forma es hacer que nos callemos. Es cierto que aún hay silencios, pero lo estamos rompiendo.
En Inmunes hablas sobre la imposibilidad de la igualdad en la salud debido a la pobreza, ¿las medidas sociales son infructuosas para que haya una equidad real en, al menos, este contexto?
No se contempla la mala suerte o venir de una estirpe de pobreza de la que es muy difícil salir. Se está extendiendo la creencia de que quien es pobre lo es porque no pone de su parte. Este es un discurso terrible que está calando en nuestra sociedad. Llevaba años, pero parece que ahora con todo el tema de los gym bros esta cosa de la superación cala más en la gente joven.
Me temo que mientras tengamos a la sociedad organizada de la manera en la que está, que es clarísimamente un “tanto tienes tanto vales”, esto no cambiará. Absolutamente todo el mundo tendríamos que tener cubiertas las necesidades vitales. Nadie debería sufrir por no tener casa o por no poder pagar la luz o el agua. Todo está hecho siempre para que no haya gente que levante la cabeza. Mientras sigamos envueltos en este capitalismo salvaje, seguirá sucediendo.
Hay un elemento que sobrevuela algunos de los relatos: la picaresca como única forma revolucionaria contra el capitalismo. Esto se ve, por ejemplo, en Suerte en Casas Viejas, ¿crees que esta picaresca es la única forma real de supervivencia?
No es la única forma, pero es la más divertida. Es muy a corto plazo y te genera una sensación de agustez. Es como un placer momentáneo al saber que por aquí se la he podido colar al sistema y voy a vivir un poquito mejor. Cuando aparece esta picaresca es del débil contra el fuerte. Nunca es una estafa, siempre es una forma de conseguir lo que te corresponde, lo que tú consideras que la otra persona ha ganado de forma ilícita porque para que se lo quede ella, te lo quedas tú que te hace más falta. Es una salida a corto plazo que no soluciona nada, evidentemente. La solución al capitalismo es asociarse y buscar una forma de salir de este sistema que te obliga a formar parte de él, aunque lo odies.
Se está extendiendo la creencia de que quien es pobre lo es porque no pone de su parte. Este es un discurso terrible que está calando en nuestra sociedad
En Una cena para quedar bien las exigencias a la mujer se perpetúan en su propia casa. En el presente las mujeres tenemos algunas oportunidades más, pero ¿seguimos con las mismas exigencias a nivel social?
Lo que nos pasa a las mujeres es que si llega una visita y la casa está sucia a tu marido nadie le va a decir nada. Si tu hijo llega del colegio sin el material al final te lo van a decir a ti porque si llaman a tu marido él dirá que estas cosas las lleva mi mujer. Es verdad que cada vez menos, pero todavía muchas mujeres son muy exigentes consigo mismas en el hogar. Esta exigencia no es que salga de ellas. Es que saben que ellas van a recibir las exigencias negativas y ellas van a ser las criticadas.
¿Esto es algo que tú ves muy frecuente en tu trabajo como maestra?
Sí, aunque puedo decir que cada vez menos. Llevo veinticuatro años como maestra y algo que me está pasando últimamente, y que no me había pasado antes, es que estoy conociendo a algunos padres implicados en la educación de sus hijos. Aunque las mujeres siguen cargando. Es cierto que, como en tantas cosas, se empiezan a notar pequeños cambios, pero muy despacio.
También describes el síndrome del nido vacío, ¿es este inevitable en la vida de toda mujer que se ha dedicado por entero a su familia?
Yo creo que les pasa a todas las personas que han tenido hijos y los han cuidado, madres y padres. Tanto si han trabajado fuera de casa como si no. La maternidad tiene una cosa y es que es la única actividad que tú realizas en tu vida y cuyo objetivo/recompensa es que prescindan de ti y no te necesiten. Si te paras a pensarlo es una crueldad de la naturaleza. Claro que los hijos siguen y están ahí y te vas a comer con ellos el domingo y te llaman y los llamas, pero ya no son los niños que fueron. No digo que la gente que no tenga hijos no tenga otras sensaciones, hablo en concreto de las personas que hemos criado.
La muerte aparece descarnada y perturbadora con algunos pasajes muy descriptivos, ¿es esto sintomático de tu preocupación por la misma?
Me asombra que nos entreguemos tanto a la vida sabiendo que al final lo único que hay es la muerte. Durante unos años quedará un recuerdo y después nada. Hay muy poquita gente que pervive, pero en el plazo de cuarenta años es como si no hubiéramos existido. Ni nosotros ni nada de lo que fuimos, tuvimos o creamos. Todo eso está destinado a desaparecer. Esto me parece tan duro que me gusta burlarme de que nos pase, y prefiero encararlo con una cierta ironía, sin desdeñar la dureza que tiene, porque es verdad que la muerte es algo muy duro si te pones a pensarlo. Por ello, en vez de pararme a pensarlo me paro a reírme y le busco un poco los tres pies al gato.
Relatos como En Tránsito o Ahí te pudras muestran una preocupación por el más allá o por la ausencia del mismo, ¿es eso algo que como escritora incorporas conscientemente a tus relatos?
Recibí una educación en la escuela de monjas durante cuatro años y estudié religión. Este tema me ha interesado mucho porque el más allá me genera preguntas. A pesar de que yo a día de hoy no soy creyente pienso en y “si existe el infierno y los putos pederastas acaban quemándose en él”. Por ahí divago y salen unas historias un poco, a lo mejor, duras. Yo me he reído bastante escribiéndolas, pero luego he visto que cierta gente lo ha recibido con algo de angustia. Para mí era todo como una broma.
Nadie debería sufrir por no tener casa o por no poder pagar la luz o el agua. Todo está hecho siempre para que no haya gente que levante la cabeza. Mientras sigamos envueltos en este capitalismo salvaje, seguirá sucediendo
También te centras mucho en la inconsistencia de la figura paternal dentro del entorno familiar mostrando a la figura materna como la columna en la que se intrinca la supervivencia de la familia, a costa de su descanso o salud mental.
Una familia formada por dos progenitores debería de tener dos columnas vertebrales. Lo que no puede ser es que una se cargue con una cantidad de trabajo físico y mental brutal que supone una cuádruple jornada. Hay algunos hombres que hacen lo que tienen que hacer. Los hay, pero tiene que haber más. Lo habitual es que por cada uno que se comporta como un adulto responsable con sus hijos pues te encuentras quince que no. Tiene que ser la iniciativa de ellos el hecho de vivir la paternidad de una forma responsable.
Tu libro está empapado de la resiliencia propia de quien supera cada día de trabajo y expectativas fallidas en pos de un futuro incierto, ¿crees que esa aceptación es la esencia de una vida en paz y tranquila?
Sí y no. Tienes que acabar un día y empezar el siguiente, pero no creo que eso es lo que les da la paz. Creo que eso es lo que les hace simplemente estar vivos. Por ejemplo, lo que da la paz es el final de Una lección de dignidad o Ahí te pudras. Hablo bastante del no perdón. Sí que la lucha de muchos de los personajes es conseguir llegar al final del día y eso, más que nada, está en Intercambiables. Creo que ese es el relato que más duro me parece. Este cuento es el curso de un río y hay varias alusiones al agua. Estas se pueden encontrar tanto en el contenido como en la forma.
Por ejemplo, el cuento empieza como en el curso alto con los párrafos más cortos, con el agua más clara y limpia. El último párrafo, que es el río cuando llega al mar, es como la desembocadura: va muy lento y arrastra muchos residuos. Esta es como la vida de la clase obrera que es exactamente sobrevivir, conseguir llegar. Estás aquí como podrías ir allá y la vida te va arrastrando hasta que te mueres. En el libro sí que hay esa parte de supervivencia del día a día y la paz la consiguen los que realmente se revuelven contra eso y lo hacen por una fraternidad con sus vecinos, por una asociación y asamblea, con el sentimiento común de que hay que salir de ahí.
Uno de mis relatos favoritos es Una lección de Dignidad. Creo que la denuncia de una sociedad que hiperconsume fármacos está ahí y también la incapacidad de esquivar la culpa o la vergüenza inoculadas por el catolicismo, ¿qué opciones hay ante ello?
A día de hoy el panorama político es para echarse a llorar tanto a la izquierda como a la derecha. No hablo de partidos solo, también de personas de izquierdas. Nos enfrentamos a un monstruo muy poderoso económicamente que es la ultraderecha y muchísimo me temo que la solución que hay en el cuento es la única posible. Quiero creer que seremos capaces de enhebrar una posibilidad de salir de esta forma de vida, pero a corto plazo lo veo muy difícil. Para no dar una respuesta antidemocrática diré que hay que tener paciencia y esperar a las opciones políticas de izquierdas.
Ahora mismo tenemos un mandatario que se pasea por todas partes insultando a un presidente elegido democráticamente. Unas fuerzas políticas que están en nuestro Congreso diciendo que si lo cuelgan por los pies. Esto es muy fuerte. En Una lección de Dignidad hay unas autoridades que se han vuelto contra los ciudadanos. Yo creo que estamos al borde de ese abismo, porque parece inevitable que llegue a gobernar la ultraderecha y sabemos lo que pasará si eso ocurre.
Me asombra que nos entreguemos tanto a la vida sabiendo que al final lo único que hay es la muerte (...) Esto me parece tan duro que me gusta burlarme de que nos pase, y prefiero encararlo con una cierta ironía
Otra de las cuestiones interesantes de tu libro es cómo aparecen en él ideales progresistas como atrezzo de una vida utópica y no tanto como actitudes reales, como por ejemplo en La sortija de Mile o en Inmunes, ¿crees que ese puede ser uno de los problemas actuales de la izquierda?
Yo creo que no es lo que está pasando. Hay gente muy comprometida que se deja la piel y que en su día a día lleva los ideales de izquierdas allá a donde va. En el caso de La sortija de Mile es una crítica a esa actitud, pero una crítica digamos a una excepción, pero que pasa. Que es este postureo, esta cosa de decir que tú tienes unos ideales antirracistas, pero si hay que acusar a un trabajador hondureño porque te viene bien lo haces y punto, pero creo que es excepcional y no creo que sea lo más frecuente.
Por último, ¿crees que la distopía habita tanto el presente como en cualquier relato de ciencia ficción?
No lo sé, porque Margaret Atwood cuando escribió El cuento de la criada, ya hace muchos años, dijo que todo lo que salía en el libro estaba pasando en algún lugar del mundo. Cuántas veces vemos cosas que no sientes como reales y no sé si es que ya estamos en la distopía. Lo que sí sé es que vivimos en una realidad que tiene momentos muy angustiosos y que esta sensación que tengo hoy en día no es la que tenía hace quince años, que ya pasaban cosas terribles. Ahora mismo, por ejemplo, en Palestina se han roto todos los códigos de respeto al ser humano. Que ya se habían roto otras veces, pero siempre había una excusa como en la Segunda Guerra Mundial con eso de “es que no lo veíamos” o cuando pasa muy lejos y no te enteras en el momento, pero es que ahora lo estamos viendo y sigue pasando. Estamos atónitos, y no alcanzamos a reaccionar. No sé si eso es distópico, pero sí sé que es terrible.
¿Es esa sensación es prefabricada?
No soy conspiranoica, pero sí que pienso que de vez en cuando se tiran globos sondas a ver qué pasa y llevamos un tiempo que en la sociedad estamos recibiendo unos inputs violentos no solamente vía noticias. Creo que sí hay un cierto interés en exponernos a la violencia para saber hasta qué grado la normalizamos, que es lo que se está viendo con Palestina, por ejemplo.