Diez estrategias que pueden ayudarnos a prevenir los catarros y gripes otoñales

Nadie es inmune a poder pillar una gripe o un resfriado en ninguna época del año, pero especialmente, dadas las características de los virus que provocan estas enfermedades broncopulmonares, la entrada del frío en la península en noviembre provee a estos antígenos de unas condiciones que les permiten tener una mayor perviviencia en el aire. A consecuencia de ello, la probabilidad de que infecten a más personas entrando por las fosas nasales o la boca aumenta en esta época respecto a las estaciones más cálidas.

La estrategia del virus de la gripe y similares, es pasar de persona a persona por las vías respiratorias, pero no siempre directamente a través del aire exhalado o mediante los estornudos, que actúan como aspersores de la epidemia; en ocasiones pueden hacerlo por contacto entre individuos, que luego se llevan las manos a la boca o la nariz. Si se tienen hijas e hijos pequeños, la probabilidad de contagio aumenta sensiblemente, por lo que deberemos tomar precauciones adicionales.

A continuación se explican cinco consejos que aunque no son infalibles, pueden ayudarnos a mantener gripes y catarros alejados de nuestro entorno.

1. Ventilar bien las habitaciones

La mayoría de nosotros somos portadores en estas épocas de una cierta carga vírica en nuestro cuerpo, aunque no tiene por qué superar el número crítico de individuos como para desencadenar la afección broncopulmonar. Lo normal es que por la noche, en las habitaciones, y también en las zonas de la casa donde se reúna más gente, se cargue el aire de virus, con lo que aumenta la probabilidad de que las personas que las habitan aumenten su carga vírica y puedan llegar a desarrollar el catarro. Una ventilación regular evitará este problema.

2. Lavar la ropa de cama con más frecuencia

En la cama respiramos, tosemos, roncamos y expulsamos así numerosos virus que acaban sobre las sábanas, con la capacidad de pervivir más de una semana si la temperatura no es muy elevada. Día a día, aumentamos así la carga vírica de las sábanas de modo que la probabilidad de afección se multiplica. Preventivamente, si sabemos que hay una epidemia de gripe o catarros, es mejor lavar las sábanas dos veces por semana. Especialmente si tenemos niños pequeños, en cuyo caso podemos aumentar la frecuencia a tres veces.

3. Lavarnos las manos a menudo y a conciencia

Lo virus de los catarros y la gripe se transmiten, como hemos explicado, por contacto de persona a persona. Es casi inevitable que en algún momento demos la mano a alguien y también que nos llevemos dicha mano a la boca o la nariz. Si la persona saludad estaba infectada, nos pasará así la infección. Del mismo modo, al tocarnos la nariz le podemos pasar nosotros la infección a dicha persona o a otra. La manera de romper esta cadena de contagio es lavarnos las manos a menudo y a conciencia con jabón, por lo menos durante 20 segundos.

4. Llevar siempre encima pañuelos desechables

Al estornudar expulsamos carga vírica de nuestro cuerpo, pero la lanzamos contra el entorno como un aspersor. Lo lógico es que nos tapemos la nariz y la boca para evitar infectar a otras personas. Pero de este modo concentramos la infección en nuestras manos y la aumentaremos si nos tocamos la boca o la nariz. Si usamos un pañuelo desechable sobre el que estornudar, evitaremos mancharnos las manos. También podemos estornudar sobre las mangas, pero luego deberemos lavar estas prendas. 

 

5. Evitar las acumulaciones de gente en zonas poco ventiladas

Allí donde se acumule gran número de personas y haya una mala ventilación, el virus hará su agosto en noviembre. Debemos evitar ambientes caldeados donde se mueva poco el aire: andenes de metro y vagones llenos, colas, ascensores grandes, aulas cerradas, etc. Si no podemos, al menos seremos conscientes de que son lugares de riesgo y podemos llevar una mascarilla o ponernos un pañuelo en la boca y la nariz. 

En el caso de niños en edad escolar, estas concentraciones son inevitables, con lo que respecto a ellos deberemos extremar el resto de estrategias, aunque sin hacer que se sientan presionados. El objetivo debe ser educarlos para que ellos mismos asuman estas prevenciones. 

6. Procurar no incurrir en cambios bruscos de temperatura

Más que el frío, son los cambios bruscos de calor a frío lo que desestabiliza nuestro cuerpo. Por ejemplo, si sudamos mucho y de ahí pasamos a un ambiente frío sin estar debidamente protegidos. A ello debemos sumar que con el descenso de las horas de luz, nuestro cuerpo se inmundeprime. La gripe infecta con mayor facilidad una persona inmunodeprimida que otra con un bien nivel de defensas, si bien las personas con altas defensas también pueden ser infectadas.

7. Mantener el nivel de hidratación de la garganta y las fosas nasales

Unas fosas nasales y una garganta debidamente hidratadas implican una mucosa húmeda y fluida, que no se reseca y agrieta y deja de proteger estas zonas. Por lo tanto, es importante tomar líquidos calientes como infusiones o caldos.

8. No tomar bajo ningún concepto antibióticos

Los antibióticos no solo no ayudan en nada a luchar contra los virus, sino que incluso pueden contribuir a su entrada al afectar nuestra flora intestinal, formada por numerosas bacterias que, se cree, ayudan a la defensa frente a las afecciones mediante diversos mecanismos. Una flora enferma es síntoma de un individuo propenso a las enfermedades. No usarlos nunca. 

9. Ingerir antigripales solo si experimentamos síntomas

Los antigripales, compuestos por sustancias antiinflamatorias, analgésicas y vitamina C pueden ser útiles a última hora, al estimular la circulación sanguínea y mantener las mucosas hidratadas, aunque al parecer la vitamina C es la parte inútil del invento. Su función, además de aliviarnos, debe ser provocar que el sistema inmunitario del cuerpo funcione con mayor fluidez y consiga dejar el virus a las puertas de la afección.

10. Mantener una dieta rica en vegetales, especialmente ensaladas

Las vitaminas sí ayudan a mantener un sistema inmunitario en forma, pero deben ser de origen natural, es decir ingeridas a partir de productos que las contengan o ayuden a sintetizarlas. Estos son toda suerte de productos vegetales, especialmente crudos, como hoja verde de ensalada, frutos secos, zanahorias, aguacates, pimiento, pepinos, cereales integrales, etc. Además contienen gran cantidad de fibra, que supone el alimento de nuestra flora intestinal

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