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¿Cómo sé si soy intolerante a la lactosa?

Jordi Sabaté

1 de febrero de 2018 20:58 h

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Candela, socia y lectora del eldiario.es, nos escribe el siguiente texto en un correo electrónico: “Ayer leí vuestro artículo sobre los mitos de la leche sin lactosa y me pareció muy revelador.

Ahora bien, yo llevo un tiempo tomando leche sin lactosa, pensando que yo era intolerante, porque creo que la leche no me sienta bien, se me indigesta a veces. En fin, que estoy hecha un lío... ¿Hay algún modo de verificar si soy intolerante o no a la lactosa? ¿Algún test de esos que venden en farmacias?“

Respondiendo a Candela, lo cierto es que sí hay maneras de verificar que una o uno es intolerante a la lactosa, aunque no las encontraremos en los polémicos tests de farmacia sobre intolerancia alimentaria que, como contamos en un artículo anterior, son considerados un timo por los expertos.

Las pruebas fiables se realizan en consultas médicas y en base a diversos análisis, pero de todos modos conviene distinguir entre intolerancia permanente, o si se quiere genética, e intolerancia transitoria.

¿Intolerancia permanente o transitoria?

En el primer caso la persona tiene completamente desactivada la capacidad de producir la enzima lactasa, que rompe la lactora en glucosa y galactosa, dos azúcares que nuestro intestino puede absorber y digerir, a diferencia de lo que ocurre con la lactosa.

Puede que nunca haya tenido esta capacidad, debido a una mutación en el gen que produce la lactasa, o bien que la haya perdido al dejar la lactancia y no la haya recuperado jamás. Estas son las personas verdaderamente intolerantes.

Otro caso es el de la persona que desde hace mucho tiempo no consume leche y de repente vuelve a tomarla y le sienta mal, provocándole desarreglos intestinales, gases e incluso vómitos si la cantidad de leche ingerida es importante.

Esta persona, sin embargo, resulta que al cabo de unos meses tomando leche vuelve a digerirla. Es entonces cuando hablamos de un intolerante transitorio, ya que a causa de la ingesta reiterada, se ha activado en las células encargadas de digerir los azúcares -en el las vellosidades intestinales- el gen que produce la lactasa.

Por otro lado, la tolerancia a la lactosa puede variar a lo largo de nuestra vida e incluso puede no ser un valor absoluto; es decir que en determinadas circunstancias podemos ser parcialmente intolerantes al producir menos enzima lactasa de la que requiere nuestra ingesta de leche.

Aunque no hay ningún estudio que demuestre que esto suceda con la edad. Pero de todos modos, como se ya se explicó en el artículo sobre las leches sin lactosa, la presencia de lactosa residual en el intestino puede ser buena para mejorar la absorción de calcio.

Síntomas de la intolerancia a la lactosa

Los síntomas más comunes de la intolerancia a la lactosa son:

  • Digestión pesada tras tomar leche.
  • Cólicos intestinales, es decir retortijones.
  • Gases y flatulencias con ventosidades recurrentes e incontrolables.
  • Diarrea inducida por la malabsorción intestinal y la inversión de la presión osmótica a través de las paredes intestinales.
  • Náuseas en algunos casos de intolerancia muy pronunciada.

Si cada vez que ingerimos leche padecemos alguno de estos síntomas, podríamos ser intolerantes permanentes a la lactosa, es decir estar dentro de ese 3-5% de europeos que maneja la EFSA (Agencia Europea de Seguridad Alimentaria), pero estos indicios son de todos modos muy relativos.

Si resulta que tomamos un zumo ácido tras el café con leche matutino, y no antes, es posible que lo que suframos es el llamado 'corte de la leche'. Esto es que la proteína láctea precipita en nuestro estómago por la acidez del zumo y se hace inabsorbible, provocando dolores y diarrea.

Otro escenario posible es que bebamos gran cantidad de leche, fría y de golpe, ya que la leche de por sí es indigesta. De tal suerte, la mejor manera de confirmar una intolerancia a la lactosa es acudir a un médico para que nos realice una de las varias pruebas que existen a tal efecto.

Pruebas de la intolerancia a la lactosa

La prueba más común y sencilla es el test del hidrógeno en el aliento. En condiciones normales, exhalamos muy poco hidrógeno por el aliento, pero si somos intolerantes y no absorbemos la lactosa, esta va a la flora intestinal, donde es descompuesta por ciertas bacterias de la flora, produciendo hidrógeno en forma gaseosa que sube por el tracto digestivo hasta el aliento.

En el test de hidrógeno se analiza la cantidad de este gas que exhalamos tras beber una solución de lactosa; si aumenta respecto a nuestro aliento normal, verifica que somos intolerantes. La prueba se hace actualmente soplando por una boquilla que lleva el aliento a un sensor. Es rápida y eficaz, pero no la única.

Otras implican el estudio de las heces o incluso de la sangre, en casos más complejos o en bebés. En el caso de las heces se estudia tanto la presencia de lactosa en ellas como su acidez respecto a cómo es su pH sin ingestión. Esto es debido a que la fermentación bacteriana de la lactosa baja el pH, acidificando las heces.

En el caso de los análisis de sangre se estudia la cantidad de glucosa en sangre en condiciones normales y tras la ingesta de lactosa. Si no hay variación, es posible que seamos intolerantes, ya que lo normal sería que las células descompusieran vía la lactasa, la lactosa en glucosa y galactasa -que viene a ser una forma especial de glucosa- de modo que la cantidad en sangre debería subir sensiblemente.

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