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Alguien ha abandonado el grupo

“¡No puedo estar siempre pendiente!”: la tiranía de los grupos de WhatsApp que nos demandan participación

Los grupos de WhatsApp siempre están ahí. Su presencia es inevitable, constante, categórica. Cada día aparecen unos y desaparecen otros. Se han convertido casi en una extensión de nuestra mano, en una herramienta esencial que nos mantiene conectados al mundo o a quienes están lejos, que nos acompañan en muchos momentos y también en una forma práctica de resolver asuntos: organizar una quedada, comprar un regalo. Pero muchas veces la realidad se desvirtúa, se expande y se transforma a través de ellos. Escapar es difícil, ¿quién no pertenece a alguno aunque lo mantenga silenciado?

Hay quienes se ven tan atrapados por su telaraña que sienten la necesidad imperiosa de salir. Llegan entonces los mensajes que anuncian que “alguien ha abandonado el grupo”, a veces con diplomacia y elaboradas excusas, otras de forma airada, pero a menudo comentado entre los que permanecen. ¿En qué momento se acordó que hay que responder siempre? ¿Por qué nos agobian esos mensajes sin leer? ¿Cómo usar los chats grupales sin que se vuelva en nuestra contra?

Olivia (pseudónimo) es una de esas jóvenes de 25 años cuya vida ha sido vilmente secuestrada por la socialización extrema de Internet. Tiene siete amigas que conversan sin parar por siete grupos de WhatsApp diferentes, todos activos y todos generando un ruido atronador que al final del día le deja exhausta. “Lo primero que me genera ansiedad es ver que tengo mensajes en siete grupos que se podrían reducir a uno solo y he tenido que silenciar las notificaciones porque si no, no hay forma de vivir”, dice al otro lado del teléfono. “A veces me desconecto para trabajar y cuando vuelvo a coger el móvil tengo 1.200 mensajes sin leer. Y claro, no me da tiempo a leerlos y mis amigas se enfadan porque dicen que no participo, que no les importo. ¡Pero es que es imposible estar siempre pendiente!”.

Me genera ansiedad ver que tengo mensajes en siete grupos que se podrían reducir a uno solo y he tenido que silenciar las notificaciones porque si no, no hay forma de vivir

Hay tantos grupos de WhatsApp como estrellas en la galaxia. Tenemos uno para la familia más cercana, donde se comparten paseos y felicitaciones; otro para la familia más extensa (con tíos y primos), donde la política rancia se mezcla con el vídeo de la prima pequeña diciendo “abuela” por primera vez. Está también el grupo del trabajo, donde se intenta descubrir quién se ha llevado la taza favorita de alguien; el de los amigos del colegio que han pasado a formar parte del pasado lejano; el de la universidad y el grupo de los amigos del barrio que resucita cuando alguno vuelve a casa por Navidad. También hay grupos más raros y muy nicho, como el que junta a cientos de extraños que solo comparten audios diciendo el mítico “siuuu” que gritaba Cristiano Ronaldo al marcar un gol.

Pese a la saturación que muchas veces acaban generando los grupos de WhatsApp, esta aplicación de mensajería sigue estando en lo más alto en el ranking de redes sociales. La utiliza un 87% de la población en España y es la más transversal en cuanto a rangos de edad, según el centro de análisis IAB Spain, que emite todos los años un informe sobre uso de aplicaciones. Le siguen Instagram (65%) y Facebook (también con un 65%), todas en manos de Meta, la empresa de Mark Zuckerberg. Quizás por su simpleza y facilidad de uso, WhatsApp es además la que más satisfacción genera entre los usuarios: un 8,3 frente al resto, que no superan el 7,3 (YouTube). De media, la gente pasó una hora y media al día en WhatsApp en 2023.

De media, la población española pasó una hora y media al día en WhatsApp en 2023

Cada uno se relaciona con estos chats grupales a su manera. Algunas personas nadan en ellos como peces en el agua, contestan rápido, aportan, proponen planes, mandan enlaces, memes graciosos, fotos y vídeos mientras siguen el curso de su vida offline. Otros se ahogan en el mar de mensajes, no contestan nunca y siempre son los últimos en enterarse de los planes y las noticias. De nuevo, se les ha olvidado 'leer el grupo'. Olivia, que ha escogido este pseudónimo precisamente porque no quiere ser identificada por sus amigas, es una de ellas. “Todo eso que antes se comentaba en las cenas o en las comidas, ahora se comenta por WhatsApp, al momento. Luego quedamos en persona y no tenemos nada que decirnos porque ya nos lo hemos contado todo”.

Para mucha gente, los grupos de WhatsApp son igual de reales que las conversaciones alrededor de la mesa de un bar, y no estar atento a lo que ahí se discute puede generar tensiones. A veces estas estallan en forma de discusión a través de la propia aplicación. ¿Qué está pasando con estos chats? Alba Taboada, socióloga e investigadora en la Universidad Autónoma de Madrid, defiende que la comunicación entre grupos está cambiando a una velocidad vertiginosa y hay algunos individuos que no se adaptan tan fácilmente como otros a las nuevas “exigencias comunicativas”. “El valor que le damos a lo que pasa en Internet es diferente entre las distintas generaciones y grupos de personas, no hay un código compartido entre todos, no hay un pacto social en torno a la importancia que debemos darle a las redes sociales”, dice.

El valor que le damos a lo que pasa en Internet es diferente entre las distintas generaciones y grupos de personas, no hay un código compartido entre todos, no hay un pacto social en torno a la importancia que debemos darle a las redes sociales

Esas diferencias llegan a generar ansiedad y estrés en algunas personas. Sienten que no están a la altura de un mundo que exige contestar al instante y participar a todas horas en los diversos canales disponibles para socializar. La psicóloga Carolina Casado expone que “es normal que se te acumulen los mensajes o no seas capaz de estar al día de los grupos y las interacciones, pero eso no impide que se pueda producir un desgaste emocional y la erosión de algunas relaciones”, sobre todo de aquellas cuyo mantenimiento, por ejemplo por distancia física, dependen en mayor medida de esta tecnología. Casado defiende que lo mejor es salir de los grupos que no nos estén resultando útiles respecto a la finalidad con la que un día nos unimos o en los que apenas participamos, aunque dé un poco de pánico quedarse aislado de esas personas con quienes hubo una conexión. “No necesitas acumular interacciones vacías”, opina la psicóloga, “quizás, lo mejor que puedes hacer por tu salud mental es abandonar el chat”.

Hay personas que ya recorren ese arduo camino de liberación tecnológica, pero la batalla no es sencilla y han perdido incluso amigos en el proceso. Andrea, una joven trabajadora de 24 años de Madrid, contestaba cientos de mensajes de forma diligente hasta que, un buen día, se hartó. “Ahora reniego bastante del uso de WhatsApp en general”, cuenta a elDiario.es. “Pero es que parece que responder rapidísimo cuando alguien me escribe es una obligación, y a mí eso me molesta mucho, porque yo te responderé cuando tenga tiempo, cuando tenga ganas, cuando pueda prestarte atención y contestarte bien. Hay gente que tiene dependencia del WhatsApp y se molesta si no le respondes, porque les dejas en leído y parece que hay que responder inmediatamente”. Andrea defiende que uno tiene que tomarse su tiempo y contestar y vivir al ritmo que marcan los propios pasos, no los ajenos. Aunque eso moleste.

Parece que responder rapidísimo cuando alguien me escribe es una obligación, y a mí eso me molesta mucho. Te responderé cuando tenga tiempo, cuando tenga ganas, cuando pueda prestarte atención y contestarte bien

“Como no contesto, la gente se acaba enfadando conmigo. No es que no me importen, es tener una vida y ser adulto y tener cosas que hacer igual que ellos tienen cosas que hacer y no les exijo que me respondan al minuto”. Su estrategia no está libre de culpa ni de otras consecuencias. Como no contesta a los mensajes, se le acumulan, y a veces le produce ansiedad tener que responder. Eso hace que evite abrirlos y tarda todavía más en dar respuesta. “Pero es que hay que tener respeto por el tiempo de la otra persona. Yo no hablo todo el rato con mi pareja cuando no estamos juntas, y no pasa nada. Puede haber un mensaje de qué tal estás, pero no hay exigencia”, añade.

“Hay otros grupos que son una maravilla”, apunta Olivia. Aparte de esos chats que atosigan con cientos de mensajes que se convierten en ruido, están esos otros que realmente ayudan a mantener las relaciones vivas, que ofrecen refugio y acompañan en momentos importantes —de camino a una prueba médica, antes de una entrevista de trabajo o durante una cena navideña hostil— o en los que solo se habla para planear brevemente el partido de fútbol o las cañas, se concreta una hora, se mandan unos memes para hacer la gracia y listo. Suelen ser grupos más reducidos, con gente que tienen una conexión fuerte entre ellos o con una finalidad muy específica. “No todo es como el de mis amigas. Tengo un grupo con mi familia que solo utilizamos para preguntarnos lo básico, como '¿vas a venir a comer a casa?' o para informarnos cuando alguien tiene planes, y ya”.