“Mi pareja evita hablar de futuro y pensar 'a largo plazo', pero yo sí quiero construir una vida juntos, ¿consejos?”

'El baile', Paula Rego (1988).

Sara Torres

23 de marzo de 2024 21:58 h

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Tengo una relación sólida y las acciones de mi pareja denotan su compromiso con nosotrxs. Pero evita hablar del futuro. Con nada en su vida piensa 'a largo plazo', y en cambio a mí me gustaría construir y soñarme un futuro juntxs. ¿Consejos?

P.E. lector/a de elDiario.es

 En la canción Mañana, Silvia Pérez Cruz habla de la muerte no construyéndola ni planificándola, sino entendiendo el mañana como un descanso de los miedos de hoy, esencialmente del miedo a la soledad. Así canta a su amado:

Cuando yo muera amado mío

No me mandes flores a casa

No pongas rosas sobre el mármol de mi fosa, no

No escribas cartas sentimentales que serían solo para ti

Cuando yo muera mañana, mañana, mañana

Habrá cesado el miedo de pensar que ya siempre estaré sola

El futuro es un árbol inmaterial, uno que no da frutos ni da sombra y, sin embargo, en nombre del futuro hacemos los mayores sacrificios: trabajamos jornadas imposibles, pagamos hipotecas, seguros, planes de pensiones… También nos reproducimos, renunciamos al riesgo del deseo y ensayamos día a día los gestos de “una vida normal” para así asegurarnos una “estabilidad”, es decir, la promesa de un futuro vivible.

Porque el futuro en realidad nos da miedo, porque en su idea está también entretejida la fórmula de la advertencia y el mal augurio, porque pensar en el futuro es también proyectar la posibilidad del dolor, entonces necesitamos “construirlo”. Ante la vertiginosa idea del futuro como lugar inmaterial y ambiguo, la acción humana es “construir”, es decir, tomar control, buscar la forma de poner dique o de componer un jardín en la naturaleza boscosa del azar. Porque nuestra cultura no ve la contingencia como una posibilidad sino como una interrupción o un desvío en un plan de vida previo, la idea de futuro a menudo se vuelve terrorífica cuando “los planes de futuro” no están claros.

El futuro es un árbol inmaterial, uno que no da frutos ni da sombra y, sin embargo, en nombre del futuro hacemos los mayores sacrificios

Creo que la demanda de “plan a largo plazo” que dirigimos a nuestras relaciones de pareja es una consecuencia derivada de este miedo general, a veces inconsciente, al futuro mismo. Puesto que es un agujero negro de la imaginación, y aún así nos obligan una y otra vez a pensarlo y a comprometernos con él, necesitamos de algún modo llenarlo de imágenes. Conseguimos familiarizarnos con él llenándolo de pequeñas estampas, postales de paisajes cotidianos posibles. Deja de ser monstruoso cuando al construirlo llenamos el azar de “normalidad”, ya sea una normalidad más o menos ambiciosa. Para soportar la idea de futuro, impuesta en la cultura humana de la anticipación, algunas personas necesitan llenarla de contenido, recorrerla una y otra vez con la mente, poblarla de objetos deseables… y otras personas, por el contrario, necesitan evitarla a toda costa.

Quienes viven con escepticismo e incluso rechazo esta compulsión humana de dar forma a aquello que aun no existe, a veces han atravesado ya la experiencia de la pérdida y la frustración del mundo tal y como se lo habían prometido. El duelo, por ejemplo, es una modalidad del ser y del estar donde suelen suspenderse las expectativas de futuro. La sabiduría que nos da la experiencia de la pérdida a veces nos ayuda a relajar las demandas al mañana, decimos “que venga lo que tenga que venir” y encogemos los hombros sosteniendo en las manos las pequeñas herramientas que hemos ido recopilando para sobrevivir en los tiempos que toquen.

Para soportar la idea de futuro, impuesta en la cultura humana de la anticipación, algunas personas necesitan llenarla de contenido, recorrerla una y otra vez con la mente, poblarla de objetos deseables… Y otras personas, necesitan evitarla a toda costa

Pero no sólo, a veces también renunciando al futuro comenzamos a desearlo. Entonces lo deseamos no ya construido con una forma y un rumbo fijo, predecible, sino más bien como un collage de infinitas imágenes, bellas, emocionantes, variables. Lo que está podría no estar, y aunque nada es imprescindible, algunas emociones son constantes: pensamos en futuro y aspiramos a una calma en la ansiedad de control, pensamos en futuro como un lugar donde relajar la ambición o como un tiempo de descanso. ¿Dónde? ¿Cómo? ¿Con quién? Eso no sabemos.

Es cierto que en una sociedad atravesada por la fantasía de futuro resulta violento negarle un lugar en el lenguaje. Porque el “futuro” está por todas partes, su ausencia en nuestro discurso nunca parece relajada y fruto del desinterés, sino que se interpreta como una ruptura con la “normalidad” de las cosas, un statement a la contra. Por otro lado, esa tendencia a la planificación que tranquiliza nuestro miedo al azar, nos ofrece también el placer enorme de la “ensoñación”: alucinar imágenes del mañana puede ser un acto creativo compartido, donde la imaginación transgrede los límites materiales del presente para ofrecer el futuro como un lugar de infinitos posibles.

Pienso que cuidar la vida de quienes nos acompañan hoy, amarla y amar la vida propia, con agradecimiento, inocencia y fascinación, es todo lo que podemos hacer a favor del mañana

En cuanto a las relaciones, yo creo que la experiencia de un presente pleno nos da confianza en que en el futuro encontraremos formas de vivir bien. Por el contrario, la experiencia de un presente fragmentado por la ansiedad de futuro está generando memorias de inestabilidad y angustia, y estas emociones de hoy serán las bases afectivas que tendremos mañana como punto de partida. Pienso que cuidar la vida de quienes nos acompañan hoy, amarla y amar la vida propia, con agradecimiento, inocencia y fascinación, es todo lo que podemos hacer a favor del mañana.  

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