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La espiral del acoso en 'Mi reno de peluche': ¿ha averiado el 'true crime' nuestra empatía?

La actriz Jessica Gunning en 'Mi reno de peluche'.

Anxo F. Couceiro

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Sin estrellas en su elenco ni una gran inversión publicitaria, la serie de Netflix Mi reno de peluche se ha convertido por sorpresa en el fenómeno televisivo del año. Creada y protagonizada por el cómico escocés Richard Gadd, la ficción, que tiene carácter autobiográfico, cuenta la historia de cómo una mujer a la que conoció cuando trabajaba de camarero en un pub de Londres lo acosó durante cuatro años, enviándole 41.071 e-mails, 350 horas de audios, 744 tuits, 46 mensajes de Facebook y 106 páginas de cartas.

Netflix ha sido muy explícita al promocionar la serie como una historia basada en hechos reales, hasta el punto de asegurar que los e-mails de la acosadora que aparecen sobreimpresos en cada capítulo, a modo de recurso narrativo, son extractos literales de los que Richard Gadd recibió en la vida real. El creador, por su parte, mantiene que su serie trata, en última instancia, sobre la empatía; empatía que él mismo extiende a su acosadora. “Nunca vi en ella a una villana”, ha dicho recientemente en un evento en Los Ángeles, “vi a alguien que estaba perdida por el sistema, de verdad, vi a alguien que necesitaba ayuda y no la recibía”. En consecuencia, al estrenar la serie Gadd garantizó que había tomado muchas precauciones para enmascarar la identidad real de la mujer que lo atormentó. Le cambió el nombre –en la ficción se llama Martha Scott– y varios detalles biográficos para no convertirla en el centro de atención. Bien: digamos que la jugada no salió como esperaba.

En cuanto Mi reno de peluche empezó a confirmarse como 'la serie que había que ver', es decir, como el caramelo viral del momento –lleva cuatro semanas seguidas encabezando el top global de Netflix–, los detectives de Internet sacaron sus lupas. Y, de repente, un drama de ficción sobre las consecuencias tóxicas del acoso convirtió a sus fans en acosadores de primer orden. Los buscapistas no tardaron en encontrar varios tuits antiguos que una mujer llamada Fiona Harvey –con antecedentes de hostigamiento a un diputado escocés– había dirigido a Richard Gadd usando expresiones idénticas a las que figuraban en los e-mails de la serie. Y bingo, empezaron a dirigirle comentarios hirientes. De nada sirvió que el creador de Mi reno de peluche pidiera a los fans que dejaran de remover el asunto. De nada sirvió que su serie insistiera en el mensaje de que el trauma por el abuso genera monstruos; de que tanto Martha, el personaje, como la persona real en la que se inspira, son también víctimas, en el fondo; sujetos patologizados a los que la sociedad no supo ayudar. Todo fue en vano. Una espiral de acoso y explotación acababa de empezar a girar sobre sí misma.

Ahora Fiona Harvey ha decidido dar la cara. Primero ha concedido una entrevista al Daily Mail, en la que declara: “Richard Gadd está haciendo bullying a una mujer mayor que él a cambio de fama y dinero (…) Es él quien está usando Mi reno de peluche para acosarme a mí. Yo soy la víctima. Ha escrito una serie entera sobre mí”. El tabloide británico, no especialmente célebre por su ética, fue sólo el primer escalón de un tour mediático por altavoces cuestionables, ya que a continuación visitó el programa del polemista Piers Morgan. En su intervención, la mujer se reconoce como el modelo a partir del cual se ha creado el personaje de Martha, al mismo tiempo que niega tajantemente haber acosado jamás a Richard Gadd. “Nos habremos visto dos o tres veces”, dice en un momento de la entrevista. Más adelante, eleva la cifra a “cinco o seis”. “Richard Gadd es un psicótico”, sentencia. Presionada por un Piers Morgan que no oculta en ningún momento el placer de estar saboreando el pescado fresco del día, Harvey afirma después de que Gadd y ella tenían “una buena amistad”.

La pirueta final que el guionista y actor Richard Gadd no supo prever, pese al inteligente uso que hace del arte del giro en la serie, es que los mismos fans que la iban a convertir en 'hit' serían los primeros en malinterpretar su moraleja de la manera más espectacular e irónica posible

“¿Le envió 41.071 e-mails a Richard Gadd?”, insiste el periodista. “No le envié 41.000 e-mails, le envié algunos”, contesta Fiona. “¿Cuántos son algunos?”. “Algunos”. A la pregunta posterior de si cree que enviar a alguien 41.000 e-mails es sinónimo de acoso, se encoge de hombros: “No necesariamente, puede ser algo normal entre un marido y su mujer o dos buenos amigos”. Cuando el presentador saca el tema de los mensajes de voz que Gadd atesora de ella, de nuevo, niega la mayor: “Probablemente me grabó cuando iba al bar donde él trabajaba”. Y cuando le pregunta si alguna vez estuvo enamorada de él, no puede evitar fruncir el ceño: “No. Fue él quien me propuso que nos acostásemos y lo rechacé”. La situación no tarda en empantanarse en el más incómodo de los absurdos. Si Fiona Harvey no acosó a Richard Gadd, cuesta entender que se exponga a sí misma en esa maraña de contradicciones. Y si lo hizo, y es una persona con algún tipo de trastorno sometiéndose a un interrogatorio espectacularizado, lo que cuesta entender es el porqué de toda la entrevista.

Acusaciones de violación

Las lupas internautas no se detuvieron en Fiona Harvey. El pasado mes de abril, el actor, guionista y director británico Sean Foley, de larga trayectoria en teatro y televisión, abrió un día su cuenta de Twitter y se encontró, sin que nada pudiera prepararlo para ello, con centenares de desconocidos acusándolo sin fundamento de haber violado a Richard Gadd. En uno de los episodios de Mi reno de peluche, se cuenta cómo un productor televisivo abusó sexualmente del escocés en sus inicios en el mundo del espectáculo. El actor que da vida a este abusador tiene un ligero parecido físico con Sean Foley, quien había trabajado años antes con el propio Gadd, lo que espoleó la imaginación de muchos fans de la serie y alimentó la tesis de que él era el abusador real. Pero no lo era.

Algunas personas a las que quiero, con las que he trabajado y a las que admiro (incluyendo a Sean Foley) están siendo injustamente víctimas de la especulación. Por favor, no hagáis especulaciones sobre personas de la vida real. Ese no es el objetivo de nuestra serie

Richard Gadd creador de la serie, en declaraciones a través de Instagram

“Algunas personas a las que quiero, con las que he trabajado y a las que admiro (incluyendo a Sean Foley) están siendo injustamente víctimas de la especulación. Por favor, no hagáis especulaciones sobre personas de la vida real. Ese no es el objetivo de nuestra serie”. Con este mensaje, publicado en Instagram, Richard Gadd trataba de disipar las sospechas sobre su amigo y retomar el control de la conversación online alrededor de su creación. No lo logró. La cuenta de Sean Foley siguió siendo objeto de acusaciones falsas y recados intimidantes.

“La policía ha sido informada y está investigando todos los mensajes abusivos, difamatorios y amenazantes que estoy recibiendo”, advirtió Foley, también sin éxito. “¿Entonces tu decisión de dejar el cargo de director del Teatro de Birmingham hace cuatro días fue sólo una coincidencia?”, le pregunta un usuario en el mismo hilo. “Oh, dios, el personaje es totalmente tú”, le dice otro. Una mujer tercia entonces para tratar de poner calma en medio de la turba: “Estos comentarios son alucinantes y deberían avergonzar a todo el mundo. ¿¡De verdad creéis que Richard defendería públicamente a Sean si fuera él!? De todos modos, esta no es vuestra pelea. Dejad de aterrorizar a un hombre inocente haciendo acusaciones basadas en doppelgängers y búsquedas en Google”. Una reflexión no lo bastante persuasiva, a tenor de la réplica que recibe a continuación de otro integrante de la masa enfurecida: “Si hubieras visto la serie, sabrías que su personaje defendería al abusador”.

El comentario, si bien no exento de la gasolina paranoide que provocó en origen este incendio de malentendidos fatales y juicios paralelos, parte, al menos, de una premisa con sustancia, porque es cierto que Richard Gadd aplica una mirada compasiva sobre sus abusadores de manera valiente y provocadora. La pirueta final que el guionista y actor no supo prever, pese al inteligente uso que la ficción hace del arte del giro en sus siete episodios, es que los mismos fans que iban a convertir su serie en el hit inesperado del año serían también los primeros en malinterpretar su moraleja de la manera más espectacular e irónica posible.

Las claves psicológicas del huracán

La psicóloga Cristina Vidal Marsol cree que Mi reno de peluche es una ficción notable sobre las dinámicas del abuso y el stalking y está al tanto de la segunda vida –o tercera, si tenemos en cuenta los precedentes que inspiraron el guion– que el psicodrama está experimentando ahora en nuestra realidad —siempre que Internet y los platós de televisión quepan dentro del campo semántico de lo real, claro—. A la luz del testimonio de Fiona Harvey, la primera pregunta es inevitable: ¿pueden los pacientes con antecedentes de acoso sistemático rehabilitarse? “Si hay conciencia del problema y esto les causa sufrimiento y se sienten mal por lo que hacen, sí. Con tratamiento psicológico pueden rehabilitarse”, dice Vidal. Con algún matiz: “Cuando hablamos de un funcionamiento narcisista y poco empático, de perfiles que cosifican a la víctima y la ven como una pertenencia o un objeto, 'mi reno de peluche', es más difícil que estas personas pidan ayuda. Pueden creer que están en su derecho y disfrutar con la perversión del stalking; si disfrutan, habrá menos probabilidad de que pidan ayuda”.

En su entrevista con Piers Morgan, Fiona Harvey pone el acento en el vendaval de reacciones online que ahora le toca gestionar a ella. ¿Puede alterar un linchamiento el equilibrio de una acosadora serial en vías de rehabilitarse? “El acoso mediático siempre afecta emocionalmente a la persona que lo recibe, sea una persona adulta sana o una persona adulta en tratamiento por su fragilidad psíquica”, responde Vidal. “El acoso a esta mujer es un estresor, y los estresores descompensan, nos desregulan emocionalmente. Si somos personas que, además, no estamos bien y no tenemos los recursos para estabilizarnos, como es el caso de los perfiles de tipo psicótico, la situación empeora”.

Cristina Vidal hace notar que la Martha de Mi reno de peluche es un personaje vulnerable en la medida en que se insinúa que ha tenido una infancia rota. Si Fiona Harvey respondiera también a este perfil, el cóctel de acorralamiento digital sobre sus tendencias obsesivas sería diabólico. “Una persona así está menos capacitada para enfrentar el acoso mediático que una persona sana, obviamente”.

En cuanto a la neurosis de los supuestos fans de la serie que anteponen su curiosidad morbosa a los deseos explícitos de Richard Gadd por mantener al margen la identidad real de su acosadora, Vidal relaciona su comportamiento con el bullying: “La psicología social explica muy bien que, en un grupo, la responsabilidad individual se diluye. Lo que hemos visto con los fans de Mi reno de peluche es similar a lo que pasó en su momento con la víctima de la manada o la víctima de Dani Alves: siempre hay personas que intentan destapar al protagonista para hacer un juicio popular. Es algo que ocurre en los casos mediáticos: todo lo que se expone al juicio público entrará en conflicto con las personas que no entienden lo que es el derecho a la intimidad”.

Delirios en la fiebre del true crime

Parece claro que la confusión entre realidad y ficción atrapa en su telaraña el pecado original de esta polémica. Un pecado del que nadie es inocente en la sociedad de la desinformación, la trituradora del algoritmo y los memes de Charlie Day enfrentado a un tablero conspirativo. En un momento cultural tan dominado por las narrativas del true crime es oportuno examinar la influencia de este tipo de formatos en nuestra manera de asimilar y discutir la actualidad.

Mi reno de peluche era, en origen, un one man show teatral en el que Richard Gadd contaba su historia de manera descarnada. Tuvo éxito. Y el éxito hoy sólo transita un camino, ya sea para las novelas, los casos de crónica negra especialmente sonados o los monólogos confesionales: su metamorfosis en carne de catálogo para una plataforma de streaming. Gadd vio en el interés de Netflix la coyuntura dorada para conseguirlo, para llegar, para transformar todo su sufrimiento en un hit. Y se puso a escribir de manera obsesiva hasta convertir su pieza teatral en una serie de siete episodios con risas, giros y lágrimas. “Se convirtió en una verdadera obsesión para mí y supe que era mi oportunidad. Tenía que ser tan bueno como pudiera. No quería mirar atrás y pensar que no había hecho lo suficiente. Probablemente fui demasiado lejos, pero tenía que darlo todo”, ha declarado.

El problema es que, por más que su serie sea brillante, por más que no se quede en la superficie y profundice con inteligencia en los peligros de la autodestrucción como itinerario emocional para gestionar un trauma, por más que insista en que la naturaleza autobiográfica de su historia no es una invitación para que los fans jueguen al Cluedo, cualquier producto cultural es hoy antes producto que cultura y está sujeto a las dinámicas de consumo antes que a cualquier debate crítico; y el true crime nos ha acostumbrado, como espectadores, a tratar los crímenes reales como si fueran literatura de folletín. ¿Cómo no esperar una reacción similar por parte de los espectadores de Mi reno de peluche cuando esa historia real les está siendo presentada, de primeras, en forma de ficción?

Cualquier producto cultural es hoy antes producto que cultura y está sujeto a las dinámicas de consumo antes que a cualquier debate crítico, y el 'true crime' nos ha acostumbrado, como espectadores, a tratar los crímenes reales como si fueran literatura de folletín

“El público pierde el contacto de lo que es una historia real y lo que no cuando se empiezan a hacer ficciones. En ocasiones se han llegado a romantizar a asesinos reales, ahí están la serie de Jeffrey Dahmer o la película de Ted Bundy”, explica Silvia Ortiz, copresentadora del podcast Terrores nocturnos, especializado en la disección de crímenes reales. Su compañera en el programa, Emma Entrena, completa su reflexión: “Una ficción basada en hechos reales siempre llama más la atención a nivel comercial, porque te permite comparar el original con la obra derivada. Yo ahora estoy viendo la serie de El caso Asunta y, mientras la veo, voy googleando para contrastar el ritmo de los capítulos con las crónicas periodísticas del momento. Como espectadores, se nos incita a hacer ese ejercicio de buscar y mezclar contenidos”.

En el momento en que se hace esta entrevista, El caso Asunta ocupa el número uno de Netflix en el ranking de las series de habla no inglesa, mientras que Operación Nenúfar, el documental sobre el suceso, obra del mismo equipo creativo (Bambú Producciones) pero estrenado siete años antes, está en el puesto número 3. De acuerdo con la plataforma, Operación Nenúfar lleva seis semanas seguidas en el ranking, algo llamativo si se tiene en cuenta que a) se estrenó en 2017, y b) la ficción de El caso Asunta sólo está disponible desde hace dos semanas. No es descabellado conjeturar que Netflix ha condicionado su algoritmo para promocionar el documental en los compases previos al estreno de la ficción, como una forma de preparar el terreno. “Las plataformas saben perfectamente cuáles son nuestros hábitos de consumo”, ratifica Silvia Ortiz, “Netflix estrenó el documental Las cintas de Jeffrey Dahmer casi al mismo tiempo que su serie de ficción sobre el asesino”.

A la pregunta de qué medidas pueden tomar los profesionales –del periodismo, del audiovisual, del podcasting– para evitar la mercantilización gratuita de las desgracias que nutren el true crime, las presentadoras de Terrores nocturnos admiten que no existen fórmulas mágicas más allá de atenerse a los códigos siempre inconcretos y resbaladizos del buen gusto. Como ejemplo, sacan a colación el caso de Patricia Ramírez, la madre de Gabriel Cruz, el niño de ocho años que en 2018 fue asesinado por la novia de su padre, Ana Julia Quezada. “La madre de Gabriel está pidiendo que no se haga un documental ni una serie sobre el caso de su hijo porque no quiere que nadie se lucre a costa de eso. A lo mejor, como periodistas, tenemos que respetarlo”, dice Silvia Ortiz. En efecto, Patricia Ramírez ha convocado una concentración en su Almería natal para protestar contra lo que califica de violencia mediática. “Desde el principio no hemos querido protagonismo con esto, hemos rechazado todo tipo de ofertas que se nos han hecho y hemos manifestado continuamente que no queríamos participar de hacer documentales ni series con la muerte de Gabriel”, asegura Ramírez en un comunicado difundido en redes.

Una ficción basada en hechos reales siempre llama más la atención a nivel comercial, te permite comparar el original con la obra derivada. Yo ahora estoy viendo la serie de 'El caso Asunta' y, mientras la veo, voy googleando para contrastar el ritmo con las crónicas periodísticas del momento. Como espectadores, se nos incita a hacer ese ejercicio de buscar y mezclar contenidos

Emma Entrena copresentadora del podcast 'Terrores nocturnos'

El homicidio de un menor, el perfil de un asesino, una serie sobre un cómico escocés que entró en una espiral de autodestrucción después de haber sido abusado sexualmente y acabó dando pie a que una mujer psicótica le acosara. Todo es susceptible de convertirse en un espectáculo en el momento en que pasa a formar parte de las sugerencias “para ti” de un servicio de streaming.

Tras la salida a la luz pública de Fiona Harvey, negando que los hechos representados en Mi reno de peluche se parezcan en lo más mínimo a la realidad, queda por ver cómo reaccionarán Richard Gadd y Netflix. El guionista ha sido tan rotundo al pedir que no se averigüe la identidad real de nadie como al sostener que los mensajes de Martha que se muestran en la serie son extractos literales de los que le envió su acosadora de verdad. Ya es tarde para decir que Mi reno de peluche es una ficción sin más. De algún modo, el marco “basado en una historia real” pesa sobre su creación como un apelativo comercial y un ancla de autoridad moral. ¿Podría haber contado Richard Gadd la misma historia –exactamente la misma– sin dejar que Netflix utilizara el lema “historia real” como un neón atrapamoscas? ¿Podría Fiona Harvey conceder hoy entrevistas si Richard Gadd, a la pregunta de si su serie está inspirada en su propia vida, escurriera el bulto como los novelistas astutos que dicen 'oh, bueno, es ficción, y toda ficción está inspirada de alguna manera en algo, ¿no? Seguramente las tostadas que he almorzado hoy me inspiren para escribir una escena de desayuno en mi próxima novela, pero eso no quiere decir que todo el libro sea una historia real?'.

Una vez uno se sumerge en las aguas de 'la verdad' para disfrutar de su temperatura, es imposible escapar a las corrientes que te empujan mar adentro. Quizá los más listos en el arte del true crime fueron siempre los hermanos Coen, que en 1996 abrieron la película Fargo con el siguiente cartel. “Esta es una historia real. Los eventos retratados en la película tuvieron lugar en Minnesota en 1987. A petición de los supervivientes, los nombres han sido cambiados. Por respeto a los fallecidos, el resto ha sido contado exactamente como ocurrió”. Era mentira. Se habían inventado el guion de cabo a rabo. Años más tarde, Ethan Coen sintetizó la clave que habría ahorrado a Richard Gadd algún que otro quebradero de cabeza: “Queríamos hacer una película dentro del género de las 'historias basadas en hechos reales', pero no tienes que tener una historia basada en un hecho real para hacer una película sobre una 'historia basada en un hecho real”. Es posible, claro, que también le hubiera ahorrado un poco de gloria.

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