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Las superbacterias son un problema muy serio al que los organismos de salud apenas se atreven a mirar a la cara, ya sea precisamente por el peligro que comportan y la sensación de impotencia que crean en los profesionales médicos, ya por evitar evaluar una lucha que con el tiempo alcanzará dimensiones épicas y puede abrir la puerta a una nueva oleada de demandas por parte de los afectados.
Una exhaustiva encuesta de Reuters en los principales hospitales de todo Estados Unidos reveló recientemente que las muertes por bacterias resistentes a los antibióticos se situaban en torno a las 180.000 entre 2003 y 2014, mientras que oficialmente solo se habían censado unos miles, si es que se habían contabilizado.
La gran mayoría de ellas eran debidas a infecciones por MRSA o Staphylococcus Aureus Resistente a la Meticilina, el llamado “asesino silencioso” de los hospitales. California, por ejemplo, no contabiliza las muertes por superbacterias, a las que atribuye como muchos otros estados, otras causas, pero Reuters calculó que superaban en dicho periodo las 20.000.
Algunos expertos alertan de que en 2050 las superbacterias podrían llegar a matar a 10 millones de personas anualmente si no se frena su expansión.
Medicamentos, higiene y disparates ecológicos
Sin embargo, cada vez se hace más complicado luchar contra esta plaga silenciosa e imparable. El principal inconveniente es que su origen es sumamente complejo y en él se mezclan los disparates ecológicos con el abuso de fármacos y falta de control de higiene en los centros de salud.
En base, una superbacteria es un organismo infeccioso que ha desarrollado una resistencia tanto a los antibióticos más convencionales como a los de última generación.
Hay muchas bacterias, o más bien cepas o poblaciones de una especie, que desarrollan resistencia a un antibiótico convencional, dado que son seres que se reproducen a gran velocidad y con una gran variabilidad genética: mutan rápido y dan individuos inmunes al antibiótico. Es un proceso normal de la naturaleza que ya el propio Fleming observó cuando descubrió la penicilina.
Ahora bien, podríamos calificar a las superbacterias como un auténtico monstruo genético y ecológico, ya que no se trata de cepas eventuales de determinadas especies bacterianas, sino de poblaciones estables infecciosas e inmunes a los antibióticos más modernos y sofisticados. Estas poblaciones se consolidan en ecosistemas muy concretos, donde son letales.
Su origen está en el abuso de los antibióticos hasta el punto de que el número de mutantes resistentes a los mismos se dispara. Pero el problema no es solo el abuso doméstico, sino también la aplicación de estos mismos antibióticos, y de modo masivo e indiscriminado, en la crianza de animales de granja.
Este último hecho genera un problema ecológico de dimensiones difíciles de evaluar, ya que el exceso de antibiótico aplicado va a parar al subsuelo, y de ahí a las cuencas fluviales al ser lavado por la lluvia, desde donde puede pasar a las redes a abastecimiento humano. O bien se acumula en las carnes del ganado y de ahí puede llegar al ser humano por el consumo, redoblando la tasa de abuso.
MRSA, fuerte entre los débiles
El efecto perverso de esta 'orgía de antibióticos', tanto doméstica como industrial, es que aunque se previenen infecciones de bacterias potencialmente peligrosas, se inmuniza a otras que en individuos sanos no lo son, pero sí pueden infectar, y matar, miles personas en determinadas circunstancias.
Es el caso de Staphylococcus Aureus Resistente a la Meticilina o MRSA, que fue en origen una bacteria (Staphylococcus Aureus) poco infecciosa y sensible a los antibióticos.
Pero cuando se comenzaron a usar estos industrialmente en granjas y explotaciones ganaderas en Estados Unidos, las poblaciones de Staphylococcus Aureus se hicieron resistentes y evolucionaron hacia la superbacteria conocida como MRSA, que casi ha dejado de ser una cepa para convertirse en una subespecie.
La misma sigue siendo inofensiva para los humanos sanos, pero puede resultar letal en heridas profundas y entre personas con el sistema inmunitario deprimido, como es el caso de niños, mayores o accidentados.
Las cepas de MRSA encuentran así su medio ideal en hospitales y sobre todo en quirófanos, donde se hacen incisiones, se colocan catéteres etc. Su momento de acción es en la recuperación de una operación, tras la cura de una herida o en una hospitalización de personas mayores o niños con las defensas bajas por otras causas, como pueda ser una simple gripe.
España, país de riesgo
De todos modos, cualquiera de nosotros podemos entrar en un hospital por un problema menor y estar expuestos a una infección por MRSA, todo depende del cumplimiento de las normas de higiene y de la probabilidad de que estén presentes cepas de MRSA, o cualquier otra superbacteria, en el recinto.
Precisamente esta probabilidad está muy condicionada por los niveles de abuso doméstico de antibióticos en la zona, así como en las áreas agro-industriales donde se haga uso de compuestos antibacterianos. Ambos factores hacen de España uno de los países de más alto riesgo de exposición a las cepas de MRSA, ya que según los sucesivos Eurobarómetros (encuestas a nivel europeo) de los últimos años somos el país de la UE que más abusa de los antibióticos, además de un país agrícola con multitud de explotaciones ganaderas.
Por otro lado, y a pesar de que el uso de antibióticos en el ámbito agro-industrial está cada vez más regulado en la UE, siguen recetándose de manera preventiva para evitar enfermedades en los animales criado para el consumo. Adicionalmente, los expertos creen que más que en las dosis de aplicación, la ley debería hacer incidencia en las condiciones de aplicación.
Según estos, el problema no solo es que el antibiótico se acumule en el animal, sino también que los sobrantes de la aplicación -se suele mezclar con el pienso- se filtren al subsuelo y de ahí, con la lluvia, sea lavado a las cuencas fluviales.
Precisamente este hecho es de difícil control en España, donde la mayoría de explotaciones están muy atomizadas y son de pequeñas dimensiones.
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