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'Mundofiltro' o por qué a todos nos acaba gustando exactamente lo mismo: “El algoritmo reemplaza nuestras decisiones”

Kyle Chayka publica 'Mundofiltro. Cómo los algoritmos han aplanado la cultura' (Gatopardo Ensayo, 2024).

Cristina F. Pereda

4 de julio de 2024 23:07 h

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En un anuncio reciente de una empresa tecnológica, una prensa hidráulica aplasta desde pianos, guitarras y una mesa de mezclas, hasta libros, botes de pintura, trompetas, pizarras y altavoces. Cualquier instrumento empleado para creaciones artísticas queda hecho añicos. El resultado, cuando se levanta la prensa, es una tableta donde cabe supuestamente todo lo anterior. La compañía no está precisamente promocionando Mundofiltro, el libro de Kyle Chayka (Gatopardo Ensayo), pero sí traduce a la perfección el aplanamiento que, según el periodista de la revista The New Yorker, ha provocado el Internet dominado por filtros. Porque los algoritmos son eso: una suma de decisiones de lo que una empresa —Spotify, Meta, Airbnb o Google— quieren que leas, veas y escuches en tu dispositivo.

Mundofiltro. Cómo los algoritmos han aplanado la cultura es un ensayo con el que se puede aprender desde la tecnología que permitió crear estos algoritmos hasta el origen de esta palabra o las consecuencias del nuevo Internet para la cultura que consumimos y los espacios físicos que habitamos. Desde mediados de la pasada década, las principales plataformas abandonaron la presentación cronológica del contenido por una dictada por algoritmos. La consecuencia es que, a pesar de que tenemos acceso a más contenido y más posibilidades que nunca, la sensación que se ha asentado entre los usuarios es que predomina lo genérico y cada vez es más difícil descubrir contenido original. 

Chayka explica en una entrevista para elDiario.es que el concepto de 'Filterworld' o 'Mundofiltro' busca dar nombre “al tedio y la decepción en el que están atrapados muchos usuarios por los algoritmos”. La cantidad de contenido no es sinónimo de satisfacción. Internet parece vacío y resulta aburrido. “Pese a estar rodeados de una superabundancia de contenidos, ninguno les inspira”, escribe. Como tantos otros internautas, este periodista especializado en cultura digital se propuso desconectar de las plataformas que usan algoritmos durante tres meses. Sus reflexiones están ahora contenidas en un libro que busca tanto educar como provocar el inicio de una conversación que considera necesaria. 

“Una vez que te das cuenta de que los algoritmos se alimentan de tus datos, entonces tienes mucho más claro cómo estás contribuyendo a su funcionamiento”, dice el escritor. “Somos los usuarios quienes hacemos que la red social funcione y, sin embargo, no se nos concede pleno control sobre las relaciones que desarrollamos en las plataformas, en gran medida a causa del predominio de los algoritmos”, denuncia. 

Uno de los ejemplos que usa en Mundofiltro es el de Netflix, que clasifica a sus usuarios en más de 2.000 “comunidades de gusto”. El catálogo también cuenta con más de 77.000 categorías nicho como “películas intelectuales francesas de arte y ensayo” o “dramas emotivos de guerra basados en hechos reales”. Pero los usuarios no sabemos en qué casilla nos ha situado la plataforma, a pesar de que condiciona lo que nos va a enseñar Netflix desde el instante en que iniciamos una sesión.

Somos los usuarios quienes hacemos que la red social funcione, y sin embargo no se nos concede pleno control sobre las relaciones que desarrollamos en las plataformas, en gran medida a causa del predominio de los algoritmos

“Los algoritmos están reemplazando el proceso fundamentalmente humano de toma de decisiones”, denuncia Chayka, que añade que nuestra relación con los filtros es una trampa: “No podemos influenciarlos ni escapar de ellos”. En cuanto al contenido en sí —en el que muchos creadores han invertido recursos y horas de trabajo—  también queda al amparo del algoritmo: “Lo popular se hace más popular y lo desconocido se hace todavía menos visible”.

El periodista plantea además que este nivel de filtrado de los contenidos invita a los usuarios a un grado de pasividad que dificulta que dediquemos más tiempo a averiguar lo que realmente queremos. “Saber qué te gusta es difícil, pero igual de difícil es saber cuándo algo no te gusta o no lo quieres si te lo presentan con tanta intensidad como si fuese 'para ti”, afirma. No es casualidad que esa sea la frase elegida por las principales redes sociales para presentar contenido seleccionado por una fórmula matemática que analiza nuestros datos. Y su consecuencia, tampoco. “La experiencia del usuario tiende a ser mayoritariamente pasiva”, lamenta el escritor.

¿He elegido yo lo que me gusta o ha sido un algoritmo?

Puede que mientras leas Mundofiltro tengas la tentación de coger el móvil y buscar en Spotify, YouTube o Instagram a muchos de los artistas y usuarios de redes sociales que menciona el autor. Porque también puede que haga mucho tiempo que no experimentas eso mismo en Internet. Hace varios años que Facebook, Twitter (ahora X) o Instagram dejaron de ser el punto de partida en un viaje en el que podías descubrir a escritores, artistas, lugares o personas anónimas creando algo interesante. Y el punto de inflexión tiene una causa concreta: la irrupción de los filtros automáticos

Aunque puede parecer que el ensayo de Chayka habla de tiempos muy recientes, Facebook acaba de cumplir 20 años, Twitter (hoy X) le sigue de cerca y TikTok ya tiene seis. Las plataformas, además, acumulan respectivamente casi tres mil millones de usuarios, dos mil millones y más de mil millones. Personalizar el contenido para cada uno de ellos es la promesa incumplida del algoritmo. “Si el objetivo de estos flujos es captar la atención de los usuarios, su participación sólo se puede medir en términos de más lectores, más escuchas de audio y más consumo de horas de vídeo”, explica Chayka. “Quieren cuantos más clics, mejor, pero entonces lo habitual es mostrarles el contenido más genérico para apelar a una audiencia lo mayor posible”. 

Así, la apuesta por el filtrado algorítmico ha hecho que las actualizaciones de estas redes sociales se volvieran tan engorrosas “y no siempre interesantes”, dice el periodista, porque sus dueños recurrieron a “recomendaciones que podrían ser de cuentas que no seguías o temas que no te importaban”. Aquellos días en que podías tropezar con decenas de enlaces interesantes, creados y recomendados por otras personas, han terminado. 

“El filtrado se ha convertido en la experiencia online por defecto”, explica el autor, que también recuerda que estos sistemas de recomendación son herramientas creadas por empresas que tienen un interés económico detrás. “Cuanto más tiempo pasan los usuarios en una aplicación, más datos producen, más fácil es rastrearlos y su atención puede venderse de forma más eficiente a los anunciantes”, explica. 

Un mayor tiempo de “entretenimiento” delante de la pantalla no quiere decir que la experiencia sea cada vez mejor. “La tecnología nos invita a ser pasivos y consumir lo que aparece en primer lugar. Te presentan cosas que se supone que te van a gustar, a pesar de que tú no tienes ni idea de cómo lo hacen”, explica. Chayka habla de esa sensación de que en las redes sociales —o cualquier servicio de streaming basado en un algoritmo—, no eres tú quien encuentra el contenido, sino que este te encuentra a ti.

Los algoritmos están reemplazando el proceso fundamentalmente humano de toma de decisiones. No podemos influenciarlos ni escapar de ellos

“Las recomendaciones, en su estado actual, ya no nos resultan útiles; más bien nos perturban”, afirma. En el 'Mundofiltro' los algoritmos han mostrado a millones de usuarios vídeos que no habían buscado. El periodista menciona los poemas en Instagram de Rupi Kaur, las hipnóticas sesiones de cocina de Nigel Kabvina o los bailes de Charli D’Amelio, que probablemente hayan aparecido en tus sesiones, igual que hace unos meses apareció de la nada la serie de Reesa Teesa, Who the fuck did I marry —puede que te enganches; también lo han hecho millones de usuarios—. Pero Chayka apunta además que artistas, desde influencers a autores de libros y música, se han visto obligados a adaptar sus creaciones a lo que creen que va a impulsar el algoritmo. Al otro lado de su “ansiedad algorítmica”, dice Chayka, está la simplificación de los contenidos hasta la desaparición de lo auténtico.

El periodista denuncia que así es cómo la tecnología, alimentada por nuestros datos, nos tiene atrapados. “Nosotros la construimos y al mismo tiempo ella nos domina, manipulando nuestras percepciones y nuestra atención. El algoritmo siempre gana”, lamenta. El escritor denuncia que, en realidad, esta tecnología esconde “una serie de decisiones humanas que se han disfrazado y automatizado como si fuesen tecnológicas, a una escala y a una velocidad inhumanas”.

Cómo contribuimos al aplanamiento de la cultura

Los efectos de esta tecnología han saltado de las pantallas a los espacios físicos. Hace unos años, Chayka también acuñó el término 'airspace' para denunciar el aburrimiento que provocaba encontrar cafeterías que parecían clonadas unas de otras y apartamentos turísticos en Airbnb que parecen estar “tan desconectados de la geografía que podrían salir flotando y aterrizar en cualquier otro sitio”. Ahora reconoce que tiene parte de culpa en el fenómeno: él mismo buscaba la cafetería 'genérica', ese local con la misma estética —grandes ventanales, azulejos blancos, mesas de madera y, por supuesto, wifi disponible “para entretenerse”—  independientemente de si viajaba a Tokio, Reikiavik, Sevilla o Washington.  

“¿Por qué esos interiores se parecían tanto y funcionaban de modo tan similar a pesar de hallarse en lugares tan distantes?”, se pregunta. Chaya dice que la respuesta está en que cada vez más gente de todo el mundo busca productos y experiencias parecidos en las mismas redes. Cuando además alimentamos el algoritmo publicando fotos de esos lugares que visitamos, al final parece que hemos estado en “una versión de Instagram de cada destino”.

Cuanto más tiempo pasan los usuarios en una aplicación, más datos producen, más fácil es rastrearlos y su atención puede venderse de forma más eficiente a los anunciantes

Búsqueda tras búsqueda, comentario tras comentario, los propios usuarios hemos contribuido al avance de fenómenos que hoy nos aburren. Los filtros automáticos han creado así, con nuestros datos, un círculo vicioso del que no podemos salir. Cuanto más se recomienda un contenido concreto, más lo promociona la plataforma. Y, cuando “el gusto se vuelve demasiado estándar, se degrada”. En palabras de Chayka, “la homogeneización está empezando a alienar a los consumidores más que a entretenerlos y quien carga con las culpas es el algoritmo”.

El regreso a un internet sin filtros automáticos 

La descripción que hace el periodista de los efectos del Internet actual lleva inevitablemente a compararlo con el que disfrutamos antes de la irrupción de los algoritmos. Mundofiltro es también un homenaje a ese Internet que sólo recuperaremos si huimos de los filtros y destinamos más tiempo a buscar deliberadamente aquello que nos interesa. “La influencia de los algoritmos no es inevitable ni permanente”, dice Chayka. 

El escritor plantea que quizá la decisión más potente sea la más sencilla: “Dejar de prestar atención a las plataformas que se benefician de ella”. Es decir, consumir webs de empresas que traten mejor a sus usuarios, regresar a un Internet “más artesanal” o incluso “desconectarse por completo e intentar sostener de nuevo la cultura fuera de la red”.

Somos nosotros quienes condicionamos nuestras experiencias, así que si queremos desconectarnos y centrarnos en otra cosa, podemos hacerlo

Tras varios años escribiendo sobre la influencia de la tecnología en nuestra vida, Chayka hizo exactamente eso: pasó tres meses sin consumir contenido servido por algoritmos. Su conclusión es que “somos nosotros quienes condicionamos nuestras experiencias, así que si queremos desconectarnos y centrarnos en otra cosa, podemos hacerlo”. Pero admite que no es fácil, especialmente si tu trabajo requiere crear o consumir contenido de redes sociales.

Chayka explica que si utilizas Internet como si fuera una biblioteca gigante, te das cuenta de que puedes encontrar lo que quieras, “pero tienes que saber antes lo que estás buscando”. Tras varios meses de desconexión, admite que empezó a ser más consciente de lo que consumía y que tuvo que aprender a ser “más creativo” en sus búsquedas. Compara la sensación con la de volver a circular por carreteras convencionales cuando te has acostumbrado a la autopista. “Quizás haya que aprender a existir en un mundo digital sin tanta aceleración automatizada”, reflexiona. “Si cambiamos la forma en que operan las plataformas, podremos cambiar también el resultado final de nuestra experiencia en ellas”.

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