La arena es un elemento que nos rodea de una forma tan invisible como el aire y que al igual que este, nos resulta imprescindible para vivir, tanto por su papel en la estabilidad ecológica del planeta como por su importancia en las más variadas industrias. Formada por óxido de silicio, este desecho de la erosión de rocas es fundamental para la obtención del vidrio, la fabricación de los microchips que sostienen la era digital o la elaboración de champús, ruedas de coche, papel, pasta de dientes, vinos y un sin fin de productos más.
Pero sobre todo, la arena es demandada en la industria más expansiva de los últimos años: la construcción, donde se la utiliza junto a la grava u el cemento para fabricar hormigón. Se está construyendo más que nunca en la historia de la humanidad, y esto ha provocando que los requerimientos de arena estén disparados. Se calcula que se consumen anualmente en la construcción más de 18.000 millones de toneladas de arena (datos del año 2013).
A pesar de las sucesivas burbujas inmobiliarias, el ritmo no se detiene: se siguen construyendo ciudades fantasma en China y en Alemania cada vez más expertos advierten del peligro del estallido de una burbuja. Hay que tener en cuenta que para construir una casa de tamaño medio se precisa de unas 200 toneladas de arena; para un hospital se gastan 3.000 toneladas y una autopista consume en cada quilómetro 30.000 toneladas de este material.
Si calculamos el ritmo de construcción de la humanidad en los últimos 150 años, especialmente en las décadas más recientes, podemos hacernos una idea de la cantidad de arena que hemos extraído de lagos, lechos de ríos, playas y fondos marinos. Si a ello le sumamos la totalidad de presas construidas en los ríos de todo el mundo, que son la vía por la que la arena llega al mar desde las rocas erosionadas, veremos que hemos cortado toda posibilidad de reponer la arena sustraída.
Como consecuencia de esta sustracción salvaje, los fondos marinos están gravemente alterados; tienen un déficit de arena importante y de consecuencias graves: esta arena hacía de cojín y freno de las corrientes marinas, que ahora se ven desatadas. Y algo parecido pasa en los lagos y lechos de los ríos. De estos desequilibrios se derivan una serie de consecuencias que pueden resultar catastróficas para el medio y especialmente para los culpables de este desastre: los seres humanos.
1. Las playas desaparecen
La primera consecuencia de la fosilización masiva de la arena en forma de hormigón es el retroceso importante de una cuarta parte de las playas en todo el mundo, pero especialmente en aquellas zonas donde se ha extraído árido para la construcción, ya que el fondo marino tiende a compensar su déficit recuperándola de las playas cercanas.
Tal es el caso del mediterráneo español, donde tras la burbuja del 2007 las playas empezaron a experimentar serios retrocesos que cada año se compensan con buques de draga, que sacan laa rena de los bancos marinos y la arrojan a la playa. Pero en invierno el mar se la vuelve a llevar. Y lo mismo pasa en Miami (Florida), donde nueve de cada diez playas están retrocediendo. En la Baja California, las casas de primera línea de mar de algunas zonas han tenido que ser retiradas.
2. Aumenta el efecto de los temporales sobre la costa
Al haber desaparecido el efecto amortiguador de la arena en el litoral, el oleaje de los temporales aumenta su poder agresivo y puede afectar más directamente a las construcciones que estén cercanas, como ocurre en muchas urbanizaciones de costa, y también en numerosas ciudades, provocando daños serios.
Los efectos devastadores de los huracanes y tormentas tropicales en Florida, por ejemplo, han aumentado tras el retroceso de las playas. Se calcula, por otro lado, que para 2050 ya no quedarán playas urbanas y muchos paseos marítimos entraran en erosión, haciendo retroceder a las ciudades litorales.
3. Se destruyen ecosistemas de litoral
Entre los muchos problemas que presentan los manglares -bosques de arbustos anfibios de las costas tropicales-, está el del retroceso de los arenales donde se asientan, dejando sus raíces a merced de las corrientes marinas, que arrancan estos árboles y destruyen el ecosistema que conforman. Al desaparecer los manglares, un ecosistema protector, aumenta el efecto de los huracanes, tormentas y tsunamis sobre la costa, que queda desguarnecida.
4. Se dispara el riesgo de inundaciones
Al dragar el lecho de los ríos, se han vaciado estos de toda la arena que ejercía de amortiguador del agua que bajaba con fuerza durante las crecidas. Antes los riesgos de crecidas eran menores porque la fuerza del agua era absorbida por los arenales, que la redistribuían y evitaban que llegara de golpe a las zonas habitadas. Al no haber hoy arena, el agua llega limpiamente y de una tacada, con toda su fuerza, a las riberas de pueblos y ciudades y se desborda, causando estragos.
5. Se incrementa el peligro de rotura de presas
Las presas cortan el flujo de agua directa hacia el mar en los ríos, con lo que la arena de la erosión de las rocas tiende a acumularse en la parte superior de la presa. Mientras, en el lado inferior, por el vaciado de los lechos fluviales, el porcentaje de arena ha disminuido dramáticamente en muchas presas, por lo que hay un desequilibrio importante de pesos entre los dos lados del muro de contención.
En algunas presas antiguas, donde se calculó su resistencia para el peso del agua, pero no se sumó el del desequilibrio de arena entre ambas caras, los muros corren el peligro de reventar.
6. Se crea una nueva hornada de refugiados ambientales
En las Maldivas, cientos de islas desaparecen cada año debido a la recuperación de la arena de las playas por parte del mar; sus habitantes, exiliados ecológicos, deben desplazarse a islas mayores en busca de protección. Se trata en su mayor parte de pescadores que en las nuevas islas no encuentran acomodo y pasan a formar parte del precariado y la marginalidad. Este fenómeno se repite en muchas otras islas tropicales del sudeste asiático y con el tiempo puede llegar a ser un problema de gran magnitud.