“Tengo siete euros en la cuenta”: Pepa Prieto Puy, cuando ni 'triunfar en lo tuyo' te libra de la precariedad
Mediante el destello de metáforas visuales a veces perversas y a veces frágiles, Pepa Prieto Puy (1989) lleva años cultivando en fanzines y redes sociales una poética muy personal, que camufla de magia el humor autolacerante y la literatura confesional por la vía de la ensoñación. Pero le faltaba el cómic: el primer cómic. Y ese debut ha llegado. Se llama Mis agendas semanales (Apa Apa Cómics), título que remite a las agendas privadas que ella misma confecciona manualmente, en las que anota desde bosquejos creativos a la lista de la compra. Ahí está el origen de su universo, donde la fantasía siempre se confunde con la cotidianidad más quebradiza. En Mis agendas semanales, una empleada cruel del INEM se transforma en la Reina de Corazones de Alicia en el país de las maravillas, un hombre que disfraza de poliamor una disciplina sexoafectiva en realidad jerárquica y poco empática toma la apariencia de cerdo gigante y el trabajo rutinario de una limpiadora invoca la aparición de un gólem de polvo.
Curtida en el mundo de la ilustración editorial –ha trabajado para The New Yorker o The New York Times– pero con solo siete euros en la cuenta bancaria, Pepa Prieto Puy nos recibe en la buhardilla en la que se ha instalado recientemente en Santiago de Compostela, su ciudad. Durante esta entrevista, aborda sin complejos la precariedad descarnada que afecta a su sector y que lleva a muchos autores de cómic a una doble vida.
¿Cómo definirías Mis agendas semanales?
Es un cómic recopilatorio de las historias que hice en los últimos años, desde 2020, aunque me lo propusieron mucho antes, allá por el 2017. Son historias cortas que van variando de estilo, porque me apetecía aprovechar al máximo toda la libertad que te puede ofrecer un primer libro. Sentía que, si me ataba a una idea muy concreta o a un estilo específico, me iba a volver loca. He preferido dejarme llevar, ver qué era lo que me gustaba, lo que no, y descubrir en el proceso el lenguaje de cada historia. En la editorial me han ayudado un montón a encontrar un hilo conductor coherente y estoy satisfecha con el cómic. Creo que es un buen trabajo
¿Son historias autobiográficas?
Es un libro autobiográfico porque hace referencia desde a escenas cotidianas de mi día a día a ciudades en las que he vivido, pasando por referencias de películas o música que me gusta. En algún momento me rayé con el tema de que fuera autobiográfico, pero quería hacer lo que llevaba haciendo toda la vida. No quería ponerme a inventar cosas raras en mi primer cómic. Mi propósito era, simplemente, pasármelo bien y hacer lo que llevo haciendo desde pequeña.
¿Cuáles son tus referencias?
Me interesan algunas autoras del cómic underground de los 70. Me gusta mucho Diane Noomin; como madre soltera que habla sin pudor de su vida, de excesos y complejos, podría ser un referente. También me gustan Aline Kominsky o Robert Crumb. Y algunas autoras de animación, también de los 70, como Suzan Pitt o Sally Cruikshank. Mi generación de Bellas Artes, la gran mayoría de Pontevedra, también fue una influencia clave. Y me interesa el surrealismo en general.
Todo empezó compartiendo mis cómics con mi amiga Roberta Vázquez [también autora] en el colegio. Ahí dibujábamos y escribíamos todas las barbaridades que nos apetecía
¿Dónde está tu origen como ilustradora?
Para mí todo empezó compartiendo mis cómics con mi amiga Roberta Vázquez [autora de ¡Socorro! (Apa Apa Cómics) y Casa desastre (Blackie Books)] en el colegio. Ahí dibujábamos y escribíamos todas las barbaridades que nos apetecía. En Mis agendas semanales he estado un poco contenida. Hasta mi madre me dijo que este cómic era un poco soso.
¿Qué solíais dibujar en esos primeros cómics?
Era todo muy grotesco. Tendríamos 11 o 12 años, era la edad en la que tu cuerpo se empieza a transformar y te ves como una persona muy rara, y fea, y todo es muy ridículo porque te empiezas a enterar un poco de qué va el mundo adulto, y te da toda la risa.
¿Lo hacíais para vosotras dos? ¿O teníais algún tipo de público?
Sí, lo hacíamos entre nosotras, porque éramos un poco losers y esa era la manera de reírnos de nosotras y de lo que nos rodeaba. Al principio aquellos fanzines eran más como revistas del corazón: nos inventábamos cotilleos, hacíamos sopas de letras y cosas así. Y luego, poco a poco, se fue convirtiendo más en cómic. También compartíamos entre nosotras los diarios, porque las dos escribíamos diarios y nos los currábamos mucho, decorados con un montón de dibujos. Así que nos los enseñábamos. Todo eso fue conduciéndonos a hacer lo que hacemos ahora, que es contar nuestra vida y contar historias, sirviéndote de la ficción y la fantasía. Y pasártelo bien con eso, porque al final estás hablando de tu vida.
Pese a que tu madre te acuse de sosa, varias de las historias de Mis agendas semanales ajustan cuentas con villanos inspirados en tus peripecias, como una jefa terrible en un empleo de hostelería, una funcionaria cruel de las oficinas del INEM o un chico que quiere introducir a la protagonista en una relación poliamorosa y acaba metiéndola, en realidad, en una relación tóxica. ¿Has fantaseado con la idea de que las personas en las que están inspiradas esas ficciones puedan leer el cómic?
Me da un poco de miedo, en realidad, más bien fantaseo con que no lo hagan nunca. Yo simplemente quiero quedarme a gusto dibujando y ya está. No quiero problemas, que además la gente está fatal de la cabeza. Por ejemplo, el del poliamor, en su momento, intentó darme un toque con eso, de una manera asquerosamente sutil, cuando se enteró de que iba a salir publicada la historia. Apa Apa subió un adelanto en redes de esta historia, él se dio cuenta al instante de que hablaba de él y me escribió en plan: “Acabo de ver esto, ¿te gustaría quedar? ¿Necesitas que te ayude con algo?”. Fue una cosa ahí de doble lectura, como premeditada, extraña, y le bloqueé de todas partes. Me dio mucha grima [risas].
Apa Apa es la editorial de moda en el mundo del cómic español. Después de publicar con ellos, ¿se te han abierto más puertas?
De momento, no me están llegando encargos, que es –no te voy a mentir– lo que me obsesiona conseguir ahora. Pero es muy reciente, aún tengo que hacer algo de promoción. También estoy trabajando en un cómic con mi compañera María Ramos [autora de Tres luces (Blackie Books)], con quien acabo de compartir residencia en la Maison des Auteurs, en Angoulême.
¿Y cómo te ganas la vida ahora, entonces?
Pues después de publicar un cómic con la editorial de moda, como dices, trabajo limpiando en un albergue. Esto me permite tener una base de ingresos mientras no me llegan encargos de ilustración y estar un poco tranquila.
¿Puedes explicarnos cómo vives esa dualidad?
Con naturalidad. Estoy acostumbrada. En realidad, limpiar es uno de mis trabajos favoritos, porque no tienes que hablar con la gente, y te mueves, es muy dinámico. Todavía soy joven y tengo que aprovechar esta energía [risas]. No sé, me parece entretenido. Aunque el trabajo consiste en que tienes que limpiar todos los días y todo se vuelve a ensuciar, me da cierta satisfacción ver cómo algo se resuelve tan rápido. Si un espejo está sucio, le pasas un paño y ya está perfecto. Ya puedes hacer un check. Eso normalmente en tu vida diaria no es tan fácil de hacer.
Después de publicar un cómic con la editorial de moda, como dices, trabajo limpiando en un albergue. Esto me permite tener una base de ingresos mientras no me llegan encargos de ilustración y estar un poco tranquila
También tendrá sus cosas malas…
Sí, en el albergue en el que he empezado a trabajar ahora el año pasado hubo un problema gordo de chinches. Hay todo un método para gestionarlo, que me han estado explicando. Las chinches, por alguna razón, dejan como mierdecilla en las esquinas de las literas. En las llaves del albergue hay un alambre que sirve para esto. Tú metes el alambre en las esquinas para que salgan esas microheces y luego las tienes que rociar con un rollo tóxico para chinches. Pensaba que tenía que hacer eso, pero al final no porque parece que este año no hay chinches. Yo todavía no he visto ninguna ni sé cómo son.
En tu cómic reflejas tu experiencia en varios de tus trabajos precarios. ¿Qué recuerdas de tu experiencia como camarera?
En la hostelería he tenido trabajos delirantes. Estuve un tiempo trabajando en una hamburguesería con estética de dinner americano bailando canciones de Grease con un vestido rosa. También trabajé en otro sitio de Madrid, en un barrio medio pijo, poniendo desayunos en hora punta, yo sola. Me despidieron a la semana. Tostadas quemadas, tartas volando por aquí y por allá, gente volviéndose loca porque no tenía su café. Ese rollo.
O sea que prefieres cambiar sábanas a volver a la hostelería.
Ya he limpiado otras veces y sí, aunque en que cada sitio funciona de manera diferente. En ocasiones es un coñazo, claro. Mirar la ventana, ver que sale el sol y saber que tienes que seguir ahí doblando sábanas para cumplir un horario es fastidiado, parece que estás castigada, pero en eso consiste trabajar, ¿no? Y mira, para mí es increíble ganar dinero todos los meses. ¡Con el cómic eso no me pasa! Ni con la ilustración en general. No estoy acostumbrada a ganar dinero todos los meses, qué se le va a hacer.
¿Cuánto dinero tienes en la cuenta bancaria ahora mismo?
Como siete euros.
¿En serio?
Sí.
¿Y cómo te las apañas?
No lo sé [risas]. Tengo amigos que, a veces, me echan un cable.
¿Esta precariedad es algo generalizado en el mundo del cómic?
Hay de todo. Pero sí es algo habitual el no poder vivir de esto. Lo mío no es excepcional. Conozco la tira de gente buenísima que tiene, aparte de su labor artística, un trabajo aparte. Lo más habitual es que sean profesores. Y luego la gente que se empeña en vivir solo de esto, vive regular. Esa parte de nuestro oficio está bastante invisibilizada. Por no hablar de la pesadilla de las cuotas de autónomos.
¿Alguna vez te has planteado buscarte un trabajo estable, funcionarial, para evitar la precariedad? ¿Hacer una oposición o algo así?
Esa opción siempre está ahí. Nunca la he descartado, claro. Lo que pasa es que no sabría, sinceramente, qué otra cosa hacer.
Es habitual no poder vivir de esto. Lo mío no es excepcional. Conozco la tira de gente buenísima que tiene, aparte de su labor artística, un trabajo (...) Esa parte de nuestro oficio está bastante invisibilizada. Por no hablar de la pesadilla de las cuotas de autónomos
Has llegado a colaborar con publicaciones como The New York Times o The New Yorker. ¿Cómo te surgió la oportunidad?
En 2017 me hicieron una entrevista en It's Nice That, una revista de novedades de ilustración, y eso me abrió algunas puertas. La comunicación con estos medios es normal. No necesariamente te pagan mejor, son tarifas bastante normales, aunque es cierto que en España está todo bastante mal pagado. Los trabajos bien pagados de ilustración que he tenido han sido con marcas, que es algo bastante corporativo y no puedes firmarlo, o con administraciones públicas, como la Diputación de Barcelona, que me encargó el diseño de las agendas escolares de este curso. Pero, aparte de eso, las tarifas tiran siempre hacia abajo. Y en el sector editorial gallego, las perspectivas para los autores de cómic no son tan amplias como podría parecer si miras la cantidad de autores que han salido los últimos años. Y digo esto con pena, porque mucha gente me dice: “¿Y por qué no sacaste el libro en gallego?”. Y a mí me encantaría pero, siendo honestos, no hay una editorial en Galicia que vaya a sacar brillo a mi trabajo como Apa Apa.
¿La industria editorial en Galicia cuida poco lo gráfico?
Yo creo que sí, que no lo cuida.
¿Cómo se lleva estar un día ilustrando para el New Yorker y al día siguiente con siete euros en la cuenta y limpiando heces de chinches?
Es horrible. No me voy a acostumbrar nunca. Lo llevo mal. Es difícil estar del todo cuerda llevando a una vida así. Pero bueno, luego lo pienso y tampoco sé si estaría muy cuerda en una vida que se supone que está bien, ¿sabes? Como ir a la oficina de lunes a viernes y tener marido y hacer planes los fines de semana. Quizás tampoco me gustaría eso. No lo sé.
En Mis agendas semanales recoges el tiempo que estuviste viviendo en Coruña. Pero has vivido en muchas otras ciudades. ¿La precariedad te ha llevado a dar vueltas por todos lados?
Sí, he vivido en Santiago, en Salamanca, en Madrid, en Valencia, estuve una temporada en Murcia, un año en Ourense… El año pasado viví en Angoulême, con una beca de cómic.
¿Y nunca has vivido sola?
No, nunca.
¿Te pesa?
Sí, claro. Hace poco he tenido una ruptura sentimental y cuando me dejaron me dio un pequeño ataque de pánico porque, aparte del choque emocional evidente, siendo superfranca y megaegoísta, pensé: “Mierda, ¿ahora dónde voy? Yo contaba estar viviendo con él tranquilita unos meses”. ¡Quiero estar en un sitio ya, un poco quieta! Eso se asocia mucho con la identidad, además. Para ser tú, necesitas estar rodeada de gente que te aporte, y si estás cambiando todo el rato de sitio, como si estuvieras metida en una lavadora, eso no es posible.
Los trabajos bien pagados de ilustración que he tenido han sido con marcas, que es algo bastante corporativo y no puedes firmarlo, o con administraciones públicas (...) Pero, aparte de eso, las tarifas tiran siempre hacia abajo
¿Te agobia tener siempre la imposición mental de afrontar un alquiler?
Sí. Es algo que está siempre presente y es muy difícil evadirse de ello. Ahora se me está bajando un poco la burbuja, pero en Angoulême viví otra realidad diferente. Allí hay muchos artistas que pagan 80 euros de alquiler porque el gobierno les subvenciona el resto. Su única preocupación es no volverse alcohólicos en invierno. Pero no es una preocupación como la de decir: “Me acaba de bajar la regla y no puedo comprarme tampones porque solo tengo seis céntimos”. Y yo me he visto en esas.
¿Te planteas mudarte a Angoulême?
A veces fantaseo con ello, pero no es tan fácil. Tendría que cambiarme al sistema de autónomos francés y la intermittence, el sistema de pagos para artistas con trabajos intermitentes, está muy vedado para extranjeros. O me echo un marido en Angoulême, cosa que me parece difícil, o lo tengo crudo.
La precariedad habitacional no se vive igual estando sola que estando en pareja. En tu cómic hablas también de Tinder y de la soledad.
En Tinder es fácil encontrar a gente que está tan desquiciada como tú o más. Es que, claro, estar soltera es horrible porque te das cuenta de lo mal que está la gente en general. Cada tío tiene sus cosas, ¿sabes? Uno lleva ya mucho tiempo con una novia e intenta abrir la relación, pero son los dos nefastos para hacer eso. Otro de repente se quiere casar contigo, pero resulta que acaba de romper hace un mes con una novia de hace diez años y ni de coña está pasando lo que crees que está pasando. Y luego hay otra gente que es chunga, sin más.
En Angoulême muchos artistas pagan 80 euros de alquiler, el gobierno les subvenciona el resto. Su preocupación es no volverse alcohólicos en invierno. No es como: 'Me acaba de bajar la regla y no puedo comprarme tampones porque solo tengo seis céntimos'. Me he visto en esas
¿Dirías que la gente soltera se va desquiciando más con la edad?
Con la edad no, simplemente ahora soy más consciente de lo que podía serlo con 20 años. A los 20 años era súper naif y no sé cómo no aparecí muerta en una cuneta, te lo digo de verdad, porque me metía en unos líos totalmente demenciales.
Para terminar, ¿puedes adelantarnos algo del proyecto en el que estás trabajando con María Ramos?
Primero estamos trabajando en el formato cómic, pero quizás en el futuro lo llevemos a la animación. La idea sería hacer un culebrón un poco tipo Marmalade Boy, pero dándole la vuelta y haciendo cierta crítica del rollo romántico que nos hemos tragado toda la vida. El tenis es otro tema fundamental en el cómic. María está haciendo el guion y yo el dibujo.
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