Perder la reputación: ¿cómo liberarse del miedo a que te juzguen?
Juana Ginzo le dijo a Lola Herrera que lo que había que hacer en la vida era perder la reputación. ¿Cuánto tiene la reputación de pérdida de libertad y de relación con el capital? ¿En qué medida es importante ese consejo?
Me quedo unos días pensando en este mensaje. “Reputación” es un término que apenas uso, ni utilizan mis amigas, pero de algún modo su significado nos atraviesa e interpela cada día. Busco a la actriz y locutora Juana Ginzo por Internet y encuentro otro testimonio parecido, en el que la exdirectora de Canal Sur Radio, Mercedes de Pablos, cuenta que “el primer consejo profesional me lo dio la entrañable Juana Ginzo que una vez me dijo que para trabajar en la radio había que perder la reputación viendo transcurrir la vida”.
Sigo buscando. De izquierdas, feminista, casada con un hombre veinte años más joven que ella que describe el inicio de su relación con las siguientes palabras: “Fue un flash, un enamoramiento repentino. Enamoramiento y política, ¿quién se iba a resistir a eso?”. En un documental de 1981, Juana declara: “Yo aprendí a no tener reputación, aprendí a ser una señora de vida rara”. Un principio se repite, aprender a vivir sin reputación para poder, en un contexto de limitaciones y juicios, ser fiel a la vida propia.
Reputación, del latín reputatio, -ōnis, significa tanto la opinión o consideración que se tiene de alguien, como su prestigio, su fama y notoriedad. Los antónimos útiles, en ese caso, son el desprestigio y el descrédito. Llegar a tener una reputación, buena o mala, parece ser una cuestión de tiempo y de exposición a la evaluación de lxs otrxs.
Cuando aparece asociada a una empresa, o una entidad no humana, se dice de la reputación que es un capital intangible. Llego a una web que ofrece “servicios de reputación” para empresas e instituciones bajo el siguiente lema: “La reputación añade valor, atrae y retiene el talento, mitiga las crisis, mejora los resultados, incrementa el liderazgo y otorga reconocimiento”. Porque la reputación es un valor intangible pero contundente, existen consultorías que la investigan, la evalúan y gestionan como capital.
En un documental de 1981, Juana Ginzo declara: 'Yo aprendí a no tener reputación, aprendí a ser una señora de vida rara'. Un principio se repite, aprender a vivir sin reputación para poder, en un contexto de limitaciones y juicios, ser fiel a la vida propia
Imagino de pronto la reputación como un lugar a donde una puede asomarse. Si tuviese una forma, tal vez sería la de un foro, una cuadrícula con estrellitas para puntuar y un cuadro de texto para incluir un mensaje. Cualquiera podría pasar por allí, conociendo o desconociendo el sujeto u objeto valorado, y dejar un mensaje representativo, una respuesta que, aunque articulada desde la envidia, la arbitrariedad o el odio, influiría de forma inmediata en el estatus de aquello que está siendo juzgado.
¿Y si la reputación tuviese un afecto asignado, cuál sería? Trato de pensar en la reputación de las personas a las que amo y el tipo de ejercicio me genera incomodidad, rechazo. No deseo recorrer el camino que lleva a una conclusión como esa. Luego pienso en la posibilidad de valorar mi propia reputación, e inmediatamente el afecto que surge es el miedo, la ansiedad. Temo descubrir a una gemela mala y triste, que vive paralelamente una existencia desdichada en las bocas de los otros. Tras la ansiedad llega la culpa, otro afecto mortecino, congelador de potencias: ¿Habré hecho algo mal? ¿Estaré haciendo mal cosas que ni puedo imaginar?
La reputación es un valor intangible pero contundente, existen consultorías que la investigan, la evalúan y gestionan como capital
Del 3 de octubre al 3 de noviembre de 2024, las entradas de la obra Juana de Arco, dirigida por Marta Pazos con texto de Sergio Martínez Vila, estuvieron agotadas. En Nave 10 Matadero, Georgina Amorós, Katalin Arana, Macarena García, Lucía Juárez, Bea de Paz, Ana Polvorosa y Joana Vilapuig encarnaron con valentía y delicada sofisticación escenarios que componen el relato de la vida iluminadora y desafiante de Juana de Arco. El elenco, a la vez que representaba personajes de los distintos géneros, constituía un coro femenino capaz de revisar y reescribir la historia de forma crítica y dulce a la vez.
Juana de Arco es una de las figuras más significativas de la historia de Francia y su relato está atravesado tanto por la vivencia de la glorificación social, como por su violento reverso: el desprestigio y la condena bajo el juicio de un tribunal patriarcal de envidiosos y crueles. La joven campesina, conectada con lo divino, fue primero heroína de guerra celebrada por su virtud, y luego acusada de brujería y herejía, para finalmente morir quemada en la hoguera. Tiempo después el veredicto del juicio fue anulado y la iglesia católica la declaró santa en 1920. Recuperó, digamos, una reputación que quizás no había llegado a perder del todo, pero solo después de muerta.
Mis amigas y yo no usamos casi la palabra reputación, pero su idea está detrás de cada movimiento que hacemos y que no hacemos día a día, por miedo a perderla
Mis amigas y yo no usamos casi la palabra reputación, pero su idea está detrás de cada movimiento que hacemos y que no hacemos día a día, por miedo a perderla. Vuelvo a los consejos de Ginzo: “Hay que perder la reputación viendo transcurrir la vida”
¿Cómo sería si, después de perder la reputación, en vez de ocupar el lugar negativo y violento del descrédito, simplemente nos saliésemos del espacio del juicio social? Ya está, se acabó, un descanso al fin. Sin anular la posibilidad de ser agentes sociales, deseo perder de una vez la “fama”, tanto la mala, como la buena, a favor de una posibilidad de vida más plena, fuera de los límites que impone el miedo al azar de la opinión y a la moral de turno. “Aprender a no tener reputación, aprender a ser señoras de vida rara”, repito las palabras como nuevo lema. Tal vez, después de la reputación, hay un jardín.
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