“¿Qué pasa con el desconsuelo de sentir que pierdes una amiga?”

16 de mayo de 2024 22:06 h

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Hola Andrea, ¿qué pasa con el desconsuelo de sentir que pierdes una amiga?

¿Qué pasa, C.? Pasa que la vida duele, y el dolor abruma y cuesta entender que el origen de toda esa angustia y tristeza provenga de ese mismo ser con el que te has reído tanto, tantísimo, que teníais que agarraros de la mano para poder reír las dos a gusto con lagrimones resbalando y dolor de barriga de tanto plegar el diafragma arriba y abajo mientras una decía para por favor que me hago pis encima y la otra, con la boca contraída, pensaba qué suerte la mía de habernos cruzado. Pero resulta que lo bueno a veces termina. Y los lagrimones son otros. Y qué poco nos gusta transitar la tristeza, qué espacio más cavernoso, qué manera de sentirse sola y desprotegida. Toda esta oscuridad, qué ahogo. Pasan cosas terribles ahí dentro. Ese vacío. ¿Cuánto puede llegar a ocupar el vacío de otra en el cuerpo de una?

Hay una estrategia muy propia de los tiempos que corren y es que despachamos amistades como si hiciéramos méritos en el departamento de recursos humanos. Una táctica, un arte que algunas personas desarrollan con cierta habilidad y que yo propongo desplazar a los infiernos: hacer ver que aquí no ha ocurrido nada. 

Ahora resulta que entre tanta gestión, vínculos y espacios afectivos, está bien visto no molestar mucho y transitar sin hacer ruido. Dejar apagar las brasas y echar un poco de tierra encima, que sirve igual para un anuncio contra incendios forestales que para gestionar ciertas amistades. Siempre he estado en contra de disimular, así que olvidémonos del a otra cosa, mariposa. También hay dignidad en el ruido y la angustia.

Ahora resulta que entre tanta gestión, vínculos y espacios afectivos, está bien visto no molestar mucho y transitar sin hacer ruido (...) Siempre he estado en contra de disimular, olvidémonos del 'a otra cosa, mariposa'. También hay dignidad en el ruido y la angustia

Una de mis amistades favoritas es la relación epistolar de Mercè Rodoreda y Anna Murià, que ya he mencionado en alguna carta y de la que no me cansaré nunca de hablar. 

Es la historia de una amistad entre dos escritoras que comparten círculo intelectual, cuyo apego crece todavía más cuando marchan juntas al exilio. Una de ellas se va a otro país y la relación entre ambas escritoras continúa a través de las cartas que encontrarás aquí. Lo tiene todo esta amistad: el enamoramiento primero, el flechazo, el echarse de menos, el cotilleo, lo que tú eres para mí, pero tú para mí más, yo te echo mucho más de menos, y no sabes lo que me ha pasado, y mira lo que me han contado, y quiero verte feliz, y cuéntame más, ¿y te has enterado de que aquellos están juntos?, y explícame cosas, todo me interesa de ti. 

Y de repente las cartas dejan de ser semanales, y pasa un mes y pasa otro, y las cartas están a medio escribir, y ya no hay puntos en común ni chismorreos, y pasan 8 años hasta la siguiente carta. Sin explicación alguna, solo echándole un poco de tierra a las brasas, el tiempo lo cura todo dicen. 

En una entrevista que le hicieron a Anna Murià a sus 81 años –y que el libro incluye– le preguntan por la interrupción de esa amistad, por el motivo por el cual Rodoreda deja de escribirle, a lo que ella contesta:

“Fue ella quien paró de escribirme y nunca más me volvió a decir nada. Quizás, no lo sé, porque se había cansado, ya habían pasado tantos años que yo quizás era un mito del pasado; nuestras vidas de aquel momento no tenían nada que ver, ni yo con la de ella ni ella con la mía (...) ¡Eran unas vidas tan diferentes! No teníamos nada en común, ¿qué nos teníamos que decir, que éramos escritoras?”

Se puede palpar el dolor en cada una de las palabras; lo notas, ¿verdad? Está ahí, en cada año que no le llegó una carta de ella. ¿Notas el resentimiento? Por eso te digo que no creo que funcione eso de llenar el vacío con indiferencia.

Deberíamos dejar de hablar de las amigas como sujeto de estudio. De tanto leer, escuchar, mirar, ficcionar, releer, analizar, teorizar a la amiga, esta acaba quedando reducida a una frase subrayada en un libro. Una hoja doblada. ¡Mi amiga no es eso! Parad de hablar de ella. 

No pretendo que me expliques tu amistad. No lo necesito. Imagino cada amistad como un conjunto de hilos que van de una a otra, que nos unen, que están más o menos tensos y que son cada momento vivido. Cada encuentro es un hilo, que sabes dónde empieza y dónde acaba: el primer recuerdo, la primera foto en un espejo, el primer mirarse a los ojos y explicarse cosas. Un hilo, y otro más, y ese te entiendo, y ese tengo que contarte una cosa muy fuerte, y esos whatsapps, y un viaje conjunto, y se cierra el nudo, y nace otro hilo. Solo lo ves tú, lo ve ella, nadie sabe nada de vuestra amistad ni de vuestra intimidad. ¿Cuán amigas eran? ¿Se lo contaban todo? 

No quiero saber nada de esa amistad, ni la historia ni los mensajes, ni como es ella, ni cómo eras tú cuando estabas con ella. Esos hilos son solo tuyos, así que solo nos queda hablar del vacío, de lo que ya no está.

Dice Laura Casielles en (h)amor7 roto (Continta me tienes): “Hilar como buenamente se pueda los pedacitos. Ese es el plan”. Esta frase forma parte de una antología donde se habla de rupturas, desamor, distancia y corazones rotos. Con el tiempo he entendido que no hay mayor vértigo mayor que el de una amiga que se va.

El vacío hay que llenarlo, quítate tú pa' ponerme yo, cada vacío es una oportunidad, después de la lluvia sale el sol. Y así un sinfín de mensajes en tazas y cuadros para colgar en la cocina. Eso se nos ha dicho y en esas estamos. Llenando vacíos y buscando sustitutos. Da igual que sea la nevera o un mal de amores, somos rápidas llenando vacíos. Qué tristeza esta nevera con un botellín y medio limón, bájate a comprar tres verduras que es de desgraciada tener estas baldas así

En el amor nos resistimos un poco más a llenar el vacío. Tras una ruptura, si lo hacemos, es siempre de forma inconexa y expansiva, morreando con una y con otro, ocupando los domingos por la noche (no, en serio, estoy bien, no os preocupéis por mí, paso poco por casa, pero es que ya me tocaba un poco de aire fresco). Un clavo saca otro clavo. Cada vacío es una oportunidad. Y tal y tal.

En la amistad, ¡ay en la amistad, C.! Ahí somos rapidísimas en el relevo: pero qué dices, si da igual, tengo un montón de amigas, es que al final da igual con quién comente esto, cualquier de mis amigas sirve. Ajá. El mar está lleno de peces. Después de la lluvia sale el sol. Es que tampoco hacíamos cosas tan únicas, al final puedo llamar a cualquiera.

En el amor nos resistimos un poco más a llenar el vacío. Tras una ruptura, si lo hacemos, es siempre de forma inconexa y expansiva, morreando con una y con otro, ocupando los domingos por la noche

Y hay un día en el que pasas por delante de un escaparate y piensas que ese vestido le gustaría mucho. Y pasas por el pasillo de los vinos y de forma automática coges el suyo, y te ríes, y lo devuelves a la estantería. Y al otro, tienes un mal día y te imaginas yendo a vuestro bar, a desahogaros de todo un poco. Y es ahí cuando ni los peces ni los clavos sirven, porque ese vacío no se llena ni se sustituye. Y hay que dejar espacio para lo que fue y ya no será, no habrá más vinos, ni la verás crecer, ni sabrás si ha llorado en la última semana, o si al final se compró esos zapatos. El vacío de un lenguaje compartido no se puede llenar. 

Voy a hablarte de A Ghost Story, ¿estás lista?, porque yo no. Es mi película favorita de todos los tiempos, pero me dolió tanto que todavía no he podido volver a enfrentarme a ella. Mientras escribo esto me escuecen los ojos, y todo se sostiene a base del recuerdo de esa primera vez viéndola, de lo que me dolió y me gratificó a partes iguales, porque es ese vacío en forma de fantasma que aparece a lo largo de la película donde encuentro lo que tantas veces he intentado explicar a mi entorno: ¡No lo entiendes! Me duele eso que ya no está.

Hay que dejar espacio para lo que fue y ya no será, no habrá más vinos, ni la verás crecer, ni sabrás si ha llorado en la última semana, o si al final se compró esos zapatos. El vacío de un lenguaje compartido no se puede llenar

No hace falta ni que te cuente de qué va la película, no lo necesitas. Mírala y llora conmigo. Y luego no creo que puedas salir durante unos días, o meses, de aquí. Tengo el ordenador lleno de fotogramas de ella en el suelo, de ellos dos juntos, de ella en el suelo comiendo un pastel, del fantasma paseándose por la casa. Me llegué a imprimir fotogramas de la película para recordarme que no creo en fantasmas pero sí en vacíos que no hace falta llenar. Que hay que dejar que ocupen su espacio, y que ese vacío acompaña, está en nosotras decidir si lo llenamos de dolor y pesar o si, por el contrario, asumimos que está ahí y que es un recuerdo de lo que había, y que nada reemplazará. 

Siempre tuya, 

Andrea