Procrastinación, ¿es un trastorno o solo un rasgo de la personalidad?

Procrastinar es el hábito de posponer las actividades importantes para dedicar el tiempo a tareas más entretenidas pero menos relevantes. Hasta no hace muchos años, procrastinación era una palabra que no conocía casi nadie por fuera del ámbito de la psicología y otras disciplinas dedicadas a estudiar el comportamiento humano. En los últimos años, sin embargo, se ha difundido a gran velocidad. Tal vez porque la vida moderna, tan cargada de distracciones y estímulos nuevos, no hace cada vez más procrastinadores.

Según diversos estudios, el 20 % de los adultos se autoperciben como procrastinadores crónicos, un porcentaje que aumenta hasta el 50 % en la población estudiantil. A tal punto que muchos trabajos aluden al llamado “síndrome del estudiante”: la tendencia a comenzar las tareas lo más tarde posible, tras desperdiciar mucho tiempo en el comienzo del plazo asignado, y llegar a la fecha límite sometido a elevados niveles de estrés.

¿Es un trastorno? No, no está reconocido como tal. Es solo una tentación en la cual la mayoría de las personas caen en algún momento. Un especialista en esta cuestión, el psicólogo Joseph Ferrari, profesor en la Universidad DePaul en Chicago, Estados Unidos, explica que “todos procrastinamos, pero no todos somos procrastinadores”. Estos últimos son -según esta definición- quienes posponen sus obligaciones de manera recurrente. Es decir, quienes hacen de la dilación una forma de vida.

Vínculos con el estrés y las emociones

Si bien no es un trastorno, los niveles elevados de procrastinación se asocian con problemas más importantes, como un aumento en el estrés y la ansiedad, bajo rendimiento escolar y laboral y el empeoramiento de algunas enfermedades. Así lo explica, por ejemplo, un artículo publicado en 2013 por investigadores canadienses. De acuerdo con los autores de este trabajo, además, las causas no hay que buscarlas tanto en la pereza o en la mala gestión del tiempo.

Al contrario, radican en problemas para la regulación de las emociones. “La procrastinación tiene mucho que ver con la reparación del estado de ánimo en el corto plazo”, explica el texto. Por ello, se trata de un proceso irracional, dado que la prioridad de sentirse bien en el momento presente se impone por sobre las consecuencias negativas que -la propia persona lo sabe- deberá asumir su yo futuro.

Científicos alemanes, en 2018, hallaron que el origen de la procrastinación podría hallarse en unas conexiones cerebrales débiles. Tras escanear los cerebros de 264 personas a las que también encuestaron acerca de sus hábitos dilatorios, llegaron a la conclusión de que los procrastinadores tienen más grande la amígdala, una estructura cerebral que procesa las emociones y controla la motivación.

Además, en estos casos, las comunicaciones entre esta amígdala y otra parte del cerebro, llamada córtex del cíngulo anterior, eran más débiles, más pobres. Según este trabajo, estas personas tienen mayores dificultades para eludir las emociones y distracciones, y debido a eso posponen su actividad. Todo lo cual viene a corroborar la idea de que no se trata de desgana ni de desorden en el manejo del tiempo: la clave de la procrastinación se halla en el control de la emociones.

Seis consejos para derrotar la procrastinación

La prestigiosa Universidad de Harvard, de Estados Unidos, publicó una lista de seis claves para sentir “más grandes y más reales” los beneficios de la acción, y que a su vez esta no parezca tan costosa. Son las siguientes:

  1. Visualizar lo bueno que será haberlo hecho. Es decir, imaginar del modo más vívido posible la satisfacción de que la tarea ya esté terminada y la tranquilidad que se sentirá en ese momento. Esta afirmación no surge solo de una idea intuitiva, sino también de un experimento: alguien que ve una foto de sí mismo modificada digitalmente para que parezca tener la edad que tendrá al momento de jubilarse se siente más inclinado a “ahorrar para el futuro” que alguien que no es expuesto a una foto así.
  2. Contar a los demás lo que se va a hacer. Cuando alguien le dice a otra persona que va a hacer algo, se crea un compromiso a sí mismo que lo motiva a cumplir con la tarea “prometida”, debido a que el sistema de recompensas del cerebro valora mucho la posición social y, por lo tanto, no quiere quedar como un perezoso ante los demás. De hecho, a menudo sucede lo contrario: no le decimos a nadie lo que nos proponemos hacer por miedo a lo que, si finalmente no lo hacemos, pensarán los demás.
  3. Evaluar los perjuicios de la inacción. Con frecuencia se valoran los elementos a favor y en contra de hacer algo, pero es mucho más inusual hacer el mismo ejercicio para analizar las consecuencias de no hacerlo. Pensar en los posibles efectos negativos de la dilación (dejar para mañana lo que se puede hacer hoy) resulta, en ocasiones, el mejor aliciente para poner manos a la obra.
  4. Identificar el primer paso. Se atribuye a Confucio la frase: “Un viaje de mil millas comienza con un paso”. Pues bien, hay que saber cuál es ese primer paso. Una vez que se sabe, es más simple pensar luego en el segundo, y después en el tercero. Pensar solo en el objetivo completo puede bloquear y contribuir con la dilación, pero si se piensa en metas pequeñas es más fácil avanzar.
  5. Darse pequeños premios por cada avance. Si cada meta alcanzada se vive como un logro, y se permite una pequeña recompensa por él, el avance se torna más placentero y menos probable caer en la tentación de posponerlo.
  6. Eliminar el “bloqueo oculto”. Si, pese a los consejos anteriores, sigue existiendo algo que dificulta la acción, indagar en uno mismo hasta identificarlo y poder sacarlo del camino.

“Solo unos minutos”, un truco que puede funcionar

Otra forma de combatir la procrastinación es aprovechar el efecto Zeigarnik. Llamado así por la psicóloga rusa Bliuma Zeigarnik, se trata de la tendencia del cerebro humano a recordar las tareas que no han sido completadas mucho mejor que las ya concluidas. Es el “truco” que permite a los camareros recordar una larga lista de pedidos pendientes (y, sin embargo, olvidar enseguida los ya servidos), y también la clave del cliffhanger, usado en la literatura, el cine y las series para generar intriga en el cierre de un capítulo y generar en el lector o espectador el deseo ferviente de saber cómo sigue la historia.

Confiados en ese efecto, muchos especialistas recomiendan el truco de “solo unos minutos”: iniciar la tarea que se debe realizar, como si fuera a hacerlo durante unos cinco minutos. Eso bastará, en teoría, para que el cerebro sea presa del efecto Zeigarnik y, de ese modo, sentirá una suerte de ansiedad por acabar el trabajo comenzado. Es decir, eludirá la procrastinación. No es un método infalible, por supuesto. Pero, en última instancia, siempre merece la pena intentarlo. 

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