Gente que siempre está escuchando algo: ¿es sano acumular más de 30.000 minutos en Spotify?
Sara Ramírez tiene 31 años, trabaja gestionando las redes de una aseguradora veterinaria y, según Spotify, durante el último año ha pasado alrededor del 35% del tiempo que está despierta escuchando música. Lo que ha conseguido Sara —y lo dice con orgullo cuando hablamos por teléfono— es que su vida tenga una banda sonora.
Igual que ella, que ha llegado a los 108.000 minutos, muchos usuarios han alcanzado cifras impresionantes en el Wrapped de Spotify de 2024: 50.000, 70.000, 100.000 o incluso 200.000 minutos. Y eso contando que en este resumen anual la aplicación musical solo recopila datos de escucha desde el 1 de enero hasta el 31 de octubre. Es decir: solo se contabilizan diez meses. ¿Qué revela de nosotros este dato? ¿Debemos celebrar que nunca en la historia se ha escuchado tanta música? ¿O debemos lamentar que nunca el silencio se ha escuchado tan poco?
Antes de adentrarnos en estas cuestiones vamos a profundizar en los hábitos de consumo de estos melómanos empedernidos. Marta Escudero, una veinteañera que trabaja en una agencia de publicidad, ha llegado a los 95.000 minutos en 2024, el equivalente a reproducir música ininterrumpidamente durante 66 días. Asegura que no esperaba llegar a una cifra tan elevada: el año pasado sumó 80.000 minutos y no pensó que pudiera superarlo. Escucha música desde que se levanta hasta que se acuesta: mientras trabaja, camina por la calle, hace deporte o lee. Solo deja de usar Spotify cuando está con otras personas y el plan —cada vez menos frecuente— incluye estar en silencio. “Alguna vez me he quedado dormida con el Spotify puesto”, reconoce.
Estos niveles tan altos de sonorización no se logran sin unas circunstancias personales y materiales que lo permitan. En el caso de Marta ha sido una elevada carga de trabajo, combinado con muchas tardes encerrada en su casa para terminar el Trabajo de Fin de Grado que tenía pendiente. “Lo que me ha confirmado esta cifra es que he llevado una vida bastante ermitaña este año”, explica. A Sara, por ejemplo, le ayuda vivir sola y teletrabajar. Tiene un Alexa [el asistente virtual por voz de Amazon] en la cocina y otra en el salón, y asegura que en su casa siempre suena música. Ambas coinciden en que el único momento en el que caminan por la calle sin estar acompañadas de una banda sonora es cuando olvidan sus cascos o se quedan sin batería.
Lo que me ha confirmado esta cifra [95.000 minutos] es que he llevado una vida bastante ermitaña este año
Esto es algo que a Héctor Villanueva, otro gran consumidor musical de 29 años, no le ocurre nunca. “El 99% del tiempo que voy caminando por la calle llevo auriculares; si se me olvidan, vuelvo a casa a por ellos aunque llegue tarde”, afirma por WhatsApp. Este año, ha tenido Spotify en reproducción durante exactamente 70.577 minutos, aunque no es su récord. Trabaja en una oficina siete horas al día, y durante el 80% de ese tiempo lleva los cascos puestos. Solo comiendo, cenando o desayunando prefiere dejar a un lado las canciones y consumir otro tipo de contenido. No tiene problema en considerarse “totalmente dependiente de la música”.
De la misma forma se define Laura San Juan, profesora en una escuela de música de 25 años, quien este año ha alcanzado los 50.000 minutos en el Wrapped de Spotify, con la canción Tus gafitas de Karol G como tema más escuchado, y que asegura escuchar música casi todo el tiempo, a veces incluso mientras duerme. “Sí que me siento dependiente de la música”, afirma por teléfono. “Para mí, es mi vida. Lo único es que esa dependencia a la actividad constante ahora está vinculada con el consumo rápido de música, y ese no es mi caso”.
¿Existe una forma correcta de consumir música? Un alquimista del siglo XVI llamado Paracelso llegó a la célebre conclusión de que “todo es veneno y nada es veneno; sólo la dosis hace el veneno”. Esto equivale a afirmar que ninguna sustancia o actividad es intrínsecamente nociva sin considerar la cantidad en la que se consume o se lleva a cabo. Toda sustancia tiene una dosis tóxica y una dosis inocua. ¿Ocurre lo mismo con la música? ¿Existe un umbral de consumo a partir del cual los efectos de la música se vuelven perjudiciales para el oyente?
El 99% del tiempo que voy caminando por la calle llevo auriculares; si se me olvidan, vuelvo a casa a por ellos aunque llegue tarde
El tenor y divulgador musical José Manuel Zapata se declara un ferviente defensor de “vivir con una banda sonora eterna”. Porque la música, dice, tiene un gran poder sanador que mejora nuestras vidas. “Imagínate estar una semana sin música, sin escuchar una sola sintonía en el telediario. ¿Qué sucedería? Seguiríamos vivos, sí, porque no es agua ni aire, pero el tiempo se haría eterno, y los días nos parecerían el doble de largos”. En su opinión, es admisible decir que nunca se vivieron tiempos tan buenos como estos, en el que la música está siempre ahí, disponible en cualquier momento. “Para mí no es Antes de Cristo y Después de Cristo, sino Antes de Spotify y Después de Spotify. Esta plataforma ha cambiado nuestras vidas. Me parece un progreso espectacular, porque ahora la música es infinita, es libre y está al alcance de todos”.
Sara, cuya canción más escuchada este año ha sido Girl, so confusing de Charli XCX, coincide con esta opinión: “No hay que preocuparse tanto por todo. No me pasa nada por escuchar mucha música, no me afecta a la salud. A veces pienso en lo bendecida que soy por haber nacido en una época con este acceso infinito a la música. Es una belleza ilógica”. Admite que, en cierto modo, pasar gran parte del día conectada a una plataforma es una muestra del consumismo digital que afecta a nuestra sociedad. Pero ella se siente feliz en esta dinámica: “Vivo en este mundo superfrenético, pero me siento en sintonía con ese frenetismo. Me encanta consumir mucho TikTok, mucho Spotify, mucho Instagram... y más todavía si pudiera. Estoy de acuerdo con consumir a muerte. Seguramente sea un poco adicta a la sobreestimulación, pero no me importa”.
El hecho de que vivamos con una banda sonora constante no alude solo a la cantidad de música que consumimos, sino a cómo altera nuestra percepción de la realidad, creando un filtro emocional que dramatiza o embellece lo cotidiano. Una calle cualquiera puede transformarse en el escenario de una película. “La música es la sal de nuestras emociones”, sostiene Zapata. “Cuando quieres potenciar un sentimiento, recurres a ella. Yo nunca he sido capaz de estar triste y ponerme una bachata. Necesito rasgarme las venas como Dios manda, llevar la tristeza al límite, saborearla intensamente. Es una apuesta por vivir de verdad, sin medias tintas”.
Un lugar para el silencio
La otra cara de la moneda es la que anhela una vida más callada, y una forma más consciente de consumir música. El propio Zapata reconoce que el silencio también tiene su importancia. “De hecho, basta con mirar las partituras de Bach o Beethoven para descubrir que el silencio es música”, defiende. Marta, por su parte, admite que a veces se siente abrumada por el constante ruido de fondo. “A veces apago la música porque siento que tengo mil cosas en la cabeza y necesito escuchar el silencio... o incluso el ruido de los coches”. Laura también reconoce que, en ocasiones, se satura de vivir en una constante atmósfera sonora. “Es como cuando hueles demasiadas colonias y necesitas oler café”, explica. En esos momentos, opta por cambiar a otros géneros, como la música clásica, o simplemente quedarse en silencio.
La música es la sal de nuestras emociones. Cuando quieres potenciar un sentimiento, recurres a ella. Yo nunca he sido capaz de estar triste y ponerme una bachata. Necesito rasgarme las venas como Dios manda
Elena Hernández, voluntaria en el proyecto Más que Silencio, reivindica la necesidad de un descanso sonoro. La iniciativa en la que participa es responsable de la apertura de un centro ubicado cerca de la Plaza de España, en Madrid, con el propósito de ofrecer, de manera gratuita, un espacio de calma en mitad del estruendo de la ciudad. Para Hernández, que forma parte de la Congregación de las Dominicas, el silencio es fundamental: “Aporta serenidad, equilibrio. Permite respirar, estar presente, reconocerse en lo que uno vive”, afirma. “El silencio ayuda a discernir, a no vivir con el piloto automático puesto”.
El desarrollo tecnológico, con invenciones como los auriculares inalámbricos, los altavoces o plataformas musicales que ofrecen una oferta casi infinita de canciones, ha llenado nuestras vidas de sonido. Sin embargo, no es descabellado afirmar que el aumento progresivo del consumo musical ha terminado por restarle protagonismo a la música. Hernández se pregunta quién, hoy en día, se sienta en el sofá a escuchar una canción con la misma atención con la que se acomoda bajo una manta para ver una película. “La música se ha convertido en un personaje muy familiar, sí, pero casi siempre en un actor secundario”.
Estar en silencio es un reto porque te enfrenta a lo que eres y te obliga a mirar de frente tu propia realidad. Y tienes que saber qué hacer con eso
Escuchar música en exceso, opina Hernández, puede llevarnos a desconectar de nosotros mismos y a perder lo esencial: “A veces utilizamos el ruido de fondo para evitar encontrarnos con nosotros mismos. Llegar a casa y, de manera automática, poner música o la televisión hace que te pierdas cosas importantes”. Además, señala que convivir con el silencio puede suponer un desafío: “No siempre es agradable. Estar en silencio es un reto porque te enfrenta a lo que eres y te obliga a mirar de frente tu propia realidad. Y tienes que saber qué hacer con eso”.
Esto no implica, ni siquiera para esta monja dominica, que la música deje de ser uno de los mayores regalos de la vida, ni que la tecnología no haya ideado formas nuevas y asombrosas de disfrutarla. Zapata habla de las canciones-regalo: esas que un buen amigo, consciente de que no estás en tu mejor momento, te envía por WhatsApp una tarde cualquiera con un enlace a Spotify. O esa otra que alguien impaciente te obliga a escuchar de inmediato, pegándote el móvil a la oreja en la esquina de un bar —¡menudo pesado!—, pero que, para tu sorpresa, acaba convirtiéndose en una canción preciosa que figurará entre tus favoritas del Spotify Wrapped de 2025.
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