“Me prometí no estar con quien no quiera llamarme 'novia' pero el chico con el que salgo rechaza las etiquetas, ¿qué hago?”

'Jeune femme au miroir', Berthe Morisot (1876).

Sara Torres

6 de enero de 2024 22:16 h

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Llevo tres meses con un chico en una relación preciosa de amor compañero. He atravesado unos duros años de casi-algos y me prometí a mí misma que no estaría con alguien que no quisiera llamarme 'novia'. Este chico rechaza las etiquetas. ¿Qué hago?

Elisa lectora de elDiario.es

Hay algo importante en este mensaje, una incomodidad que de continuo nos atraviesa. La forma en la que está escrito muestra una tensión entre la vivencia material de una relación presente y la imagen mental o idea previa que determina la forma que debería tomar cualquier relación para “estar bien”. En esta tensión la idea preconcebida sobre lo bueno y lo correcto amenaza con interrumpir el disfrute de lo que hay. “Llevo tres meses en una relación preciosa de amor compañero” es una afirmación que parece no dudar, una frase que por sus matices parece emitida desde una certeza del cuerpo alegre. Tres meses de afirmación, algo que aún siendo joven parece ser capaz de perseverar: los gestos se repiten a través del tiempo, muestran la continuidad de un deseo de cercanía.

La duda tiembla en el mensaje cuando la alegría de la vivencia presente se contrasta con una decisión que se tomó en el pasado, motivada por experiencias previas que resultaron difíciles: “Me prometí a mí misma que no estaría con alguien que no quisiera llamarme novia”. El acto de prometer a una misma aparece entonces como una especie de pacto de dignidad con el yo, un compromiso del cuerpo sintiente a obedecer en el futuro una promesa escrita en el pasado. Nos prometemos aquello que intuimos que el cuerpo no va a cumplir por deriva propia, por lo que necesitará límite y represión. Tomamos el mando, nos convertimos en la autoridad limitante, nos dividimos entre la adulta obediente y un cuerpo apasionado cuyas tendencias vigilamos.

Ser 'novia' tiene todavía enterradas sus connotaciones antiguas: recibirá casa y alimento, no se queda 'vistiendo santos', no ha sido rechazada, tiene un valor, tiene derecho a recibir amor y a utilizar su sexo dentro de una norma sin consecuencias

El dolor de ayer es el recuerdo de la inseguridad y la insatisfacción. Nos dice el mensaje que la ausencia de la palabra “novia” se dio en contextos de “casi-algo”, pero ¿qué significa este segundo término, “casi-algo”? Marca sin duda la sensación de incompletud de quien escribe, el recuerdo de la falta: no haber sentido o no haber recibido un reconocimiento completo. No haber podido conformar con el otro una totalidad, un “algo” percibido como completo. Porque esto son unas pocas líneas escritas, y no una conversación, lo que no podemos saber es si tal experiencia de falta se dio por falta de amor, por falta de compromiso del otrx con su bienestar o si quizás parte de la experiencia de falta que fue motivada por la negación de la categoría “novia”. ¿Y si esto último jugase un papel extrañamente fundamental? ¿Qué ocurre cuando nos niegan un título que deseamos? ¿Dónde reside el poder de la palabra “novia” en el 2024?

Nuestra historia simbólica y afectiva patriarcal está construida con violencias, no es nuevo decirlo. No obstante, nos sigue asombrando mirar de frente a las violencias sutiles, las implícitas, mezcladas en el cemento con el que estructura nuestra imaginación. La genealogía de aquellas que nos llamamos alguna vez “novias” es la de los cuerpos obligados a esperar sentados hasta que los sacasen a bailar. Educados en el amor heterosexual y reproductivo, que luchaban por una categoría relacional para no quedar a la intemperie, para sobrevivir. Los significados antiguos de las palabras todavía nos pesan, ser “novia” significa todavía en parte “mantener una relación con alguien con fines matrimoniales”, es decir, ser la elegida de un hombre para trabajar en su casa, criar sus hijos. Es tan potente el término porque ser “novia” tiene todavía enterradas sus connotaciones antiguas: la novia recibirá casa y alimento, no se queda “vistiendo santos”, la novia no es monstruosa, indeseable, no ha sido rechazada, tiene un valor, tiene derecho a recibir amor y también a utilizar su sexo dentro de una norma sin consecuencias.

La pareja es una institución que inconscientemente promete protegernos, aunque no siempre lo haga. Por esa promesa de bienestar en un mundo percibido como peligroso deseamos ser con alguien, incluso, secretamente, a veces deseamos ser de alguien

Porque el cuerpo de la mujer era considerado impuro, sólo la sexualidad de la novia, dirigida hacia la maternidad futura, ocurría (supuestamente) en un espacio simbólico protegido del odio. Creo que si seguimos deseando esa palabra de forma inconsciente es porque, de algún modo, sigue para nosotras significando una protección frente al peligro: el de la autonomía y el libre albedrío en un mundo misógino. En la juventud nuestro valor ha estado asociado no a nuestro talento o capacidad de trabajo, sino a nuestra capacidad para captar la atención del otro y ser las elegidas para el compromiso de pareja. La pareja es una institución que inconscientemente promete protegernos, aunque desde luego no siempre lo haga. Por esa promesa de bienestar en un mundo percibido como peligroso deseamos ser con alguien, incluso, secretamente, a veces deseamos ser de alguien. 

Es importante preguntarnos qué significa para nosotras la palabra novia y qué significa para quien no nos la quiere otorgar. ¿Qué hay detrás del rechazo de algunos hacia el término y qué hay detrás de nuestro deseo? Si al desear la categoría lo que buscamos es el reconocimiento de un deseo de vínculo a través del tiempo, de un compromiso con las necesidades y la vida de quien amamos y nos ama… tal vez ya tengamos todo eso. O tal vez no, puede que haya realmente por la otra parte un miedo profundo al compromiso, un deseo de poder estar y no estar de forma intermitente, una búsqueda de ligereza sin responsabilidad. ¿Pero qué pasa si no es así? ¿Dejaremos que la violencia de los relatos de amor del pasado determine nuestra libertad para escribir y vivir las historias presentes?

Creo que rechazar el peso del lenguaje en forma de etiqueta no equivale a no ser capaces de sostener una relación bonita. Las etiquetas están llenas de fantasmas que no siempre queremos arrastrar a una vivencia nueva

Creo que rechazar el peso del lenguaje en forma de etiqueta no equivale a no ser capaces de sostener una relación bonita. Las etiquetas están llenas de fantasmas que no siempre queremos arrastrar a una vivencia nueva. Por otro lado, precisamente en el lado de la vida y no del discurso, en la continuidad de los gestos de amor nos acurrucamos y crecemos. La repetición de una mirada que nos sonríe, de un habla especial que nos une, las ganas compartidas de una conversación continuada que nos hace saber más del otrx… Creo que todo ello manda mensajes inequívocos, mucho más fiables que las promesas de futuro de quienes hablan con ligereza. Los gestos que acompañan la práctica del amor, cuando son consistentes, nos unen en un vínculo hecho de confianza, afecto y saberes compartidos.

Aunque el lenguaje nos acosa y nos conjura, nos pone alegres y tristes, creo que la práctica del amor que más gusto nos da tiene que ver con una frescura capaz de atravesar lo simbólico. Algunxs exigen el título de “novia” antes de siquiera haber empezado a practicar el amor. La promesa de boda antes de atravesar un camino compartido. ¿Tiene sentido esto? Primero va la práctica y de la densidad de una práctica, de su consistencia a través del tiempo, pueden derivar las palabras que la nombran, siempre incapaces de definirnos en nuestra complejidad.

Aunque el lenguaje nos acosa y nos conjura, nos pone alegres y tristes, creo que la práctica del amor que más gusto nos da tiene que ver con una frescura capaz de atravesar lo simbólico

O como canta Bad Bunny con nuestra querida Young Miko...

Mami, sé tú y que se joda

Y que se joda

Háblale de ti, que no le hable' de boda, no

No le hable' de boda

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