El informe. Trabajo intelectual y tristeza burocrática (Anagrama, 2024), el nuevo libro de Remedios Zafra, comienza con una historia que podríamos definir como kafkiana en el más estricto sentido del adjetivo: la autora solicita a la universidad un ordenador para escribir un nuevo ensayo pero, para conseguirlo, se le pide que justifique esa compra mediante un informe. ¿Qué se valorará para autorizar la adquisición? ¿Cómo se contrastará el valor que ese nuevo libro traerá al mundo con el coste en euros que el aparato que necesitará para escribirlo supondrá para la universidad? ¿Pueden considerarse las horas de trabajo invertidas en la realización de ese informe parte del tiempo necesario para producir el libro?
La autora de El bucle invisible, Frágiles o El entusiasmo. Precariedad y trabajo creativo en la era digital, decide entonces darle la vuelta a este supuesto informe burocrático y convertirlo en una reflexión sosegada pero profunda sobre el papel del trabajo en nuestras vidas, la autoexplotación, el valor del tiempo, el papel de las nuevas tecnologías y el triste y casi inevitable proceso por el que el sistema nos hace odiar lo que antes amábamos, maldiciendo nuestra propia vocación.
Un acto de rebeldía que se expresa con una prosa con un claro afán poético, que parece levantarse como un muro frente a la gris burocracia que denuncia. Todo un homenaje a la creación y a la libertad creativa que anima a sus lectores a despertar, a tomar el control y a volver a valorar y disfrutar de su trabajo y de su cultura.
El libro transmite perfectamente cómo la burocracia ahoga algunos trabajos en los que parece que hay que justificar la propia labor. Algo que afecta especialmente a los oficios creativos. Es como si el sistema burocrático 'desconfiara' de las personas que se encuentran bajo su jurisdicción.
Me parecía que solo profundizando en esa situación frustrante y cotidiana podíamos darle la vuelta y dejar de caer en la resignación de que esa burocracia es inevitable. Pienso que naturalizarla implica ceder al desafecto que provoca con trabajos que en muchos casos amamos.
Y esto ocurre con especial intensidad con los trabajos creativos, académicos y culturales que nacieron de una vocación pero que, precisamente, se están viendo más afectados por la sobrecarga de tareas administrativas mediadas por tecnología. Ese gravamen tiene mucho que ver con la desconfianza que se proyecta sobre estos trabajos a cuyos trabajadores se les pide un sobreesfuerzo de justificación y papeleo que limita la posibilidad de hacerlos bien, poniéndolos constantemente en crisis.
Por otro lado, resulta hermoso cómo te sirves de una prosa muy poética para describir la violencia burocrática que parece trabajar precisamente en contra de esa poesía. En general, me parece que el libro es muy bello en su forma. Para ti ¿esa belleza es una forma de rebelión?
En un informe lo es, pues la belleza ayuda a desencorsetar una escritura despojada de alma, a devolvérsela. Habitualmente en los ensayos se pasa por encima sobre el 'modo de narrar', sin embargo. para mí ese “cómo se dice” es también “lo que se dice”, por lo que te agradezco la observación.
El sentido en el trabajo intelectual tiene para mí también que ver con el valor poético. Muchas personas hemos experimentado cómo un poema puede salvarnos cuando lindamos el precipicio del hartazgo laboral, cuando se hace maquínico y monótono. Recordar que la poesía, como el arte, tiene el poder de ayudarnos a expresar lo difícilmente verbalizable, me parece una forma de rebelarnos frente al discurso estrechado administrativamente que en los informes, pero cada vez más en otras variantes de los trabajos intelectuales (artículos, programas, proyectos…) se nos pide docilizar a una forma de decir.
De un informe se espera eficacia y concreción, es decir, despojarse de subjetividad. Romper esa expectativa y responder con una escritura poética es grito y es ejemplo de un decir que “dice” algo más de lo que se le pide.
Cuando un médico me dice cambia y frena, o te dice cambia y frena, o le dice cambia y frena, ¿nadie se pregunta si no debiera cambiar la forma en que trabajamos?
En el libro hablas del caso de Elena Galán, una pastora-investigadora. Para ti ella es como un símbolo. ¿Me puedes hablar de ella y de lo que representa?
Elena Galán fue un golpe en el corazón. Suelo recibir cartas y mensajes de personas que se identifican con Sibila, protagonista de mi libro El entusiasmo y así conocí a Elena. Sin embargo, la doble identidad que narraba, investigadora la mitad del año y pastora la otra mitad, me causó dolor y duda. De un lado, era la demostración de que los trabajos intelectuales se precarizan en la temporalidad y en sueldos bajos. Que una pastora en el sur de Francia cobre más que una investigadora me pareció frustrante para quienes pasan gran parte de su vida formándose y compitiendo.
De otro lado, me pareció que había un posicionamiento valiente por parte de Elena, una decisión que en su rareza se hace altavoz de una deriva estructural que no puede sostenerse. Elena es un ejemplo de la instrumentalización precaria del entusiasmo de muchos investigadores y del desajuste entre la demanda de trabajos materiales y el excedente de trabajadores sobrecualificados.
En otro capítulo hablas de la relación entre enfermedad y trabajo. Realmente parece que la enfermedad, que es algo que está ahí y en lo que todos caemos antes o después, no se tiene en cuenta en todo este esquema de trabajo-vida definido por el tecnocapitalismo. En parte es como que muchos nos autoengañamos e intentamos no pensar en ello, pero cuando llega nos deja terriblemente desorientados y atrapados.
Creo que la relación del trabajo con la enfermedad habla de una pandemia en ciernes. Solo hay que ver la adicción a ansiolíticos de los trabajadores, pero también los ritmos de vida insana a los que lleva estar permanentemente trabajando, pensando en el trabajo o tomando aliento para el trabajo. La concatenación de enfermedades derivadas de vidas sedentarias, de comidas rápidas, de vidas urbanas, del desdibujamiento de los círculos afectivos, de la ansiedad normalizada, es una secuencia profundísimamente relacionada con cómo trabajamos. Y cuando un médico me dice cambia y frena, o te dice cambia y frena, o le dice cambia y frena, ¿nadie se pregunta si no debiera cambiar la forma en que trabajamos?
El sistema se aprovecha de que, en parte, muchos de los trabajadores creativos (escritores, periodistas…) tampoco podemos escapar, ¿no? Aunque, como tú cuentas en el libro, imaginemos otra vida en la que fuéramos panaderos o barrenderos, seguiríamos escribiendo.
Hay algo curioso en la imaginación de estas vidas posibles donde el trabajo obligatorio está acotado a un horario y por tanto podemos recuperar el tiempo para el trabajo más libre y creativo, me refiero a que en todos esos trabajos la pasión creativa está presente como condición para hacer creíble que “somos nosotros”.
La relación del trabajo con la enfermedad habla de una pandemia en ciernes. Solo hay que ver la adicción a ansiolíticos de los trabajadores, pero también los ritmos de vida insana a los que lleva estar permanentemente trabajando, pensando en el trabajo o tomando aliento para el trabajo
Esos panaderos o barrenderos seríamos nosotros si cuando terminan sus tareas se van a casa a escribir. De forma que la pasión creativa que podemos entender como una de las pocas muestras de libertad que la vida nos permite (dado que casi todo viene muy orientado por el lugar, cuerpo y contexto donde crecemos) es algo que también “nos elige” y nos atrapa.
La liberación que supone pensar en esas vidas alternativas en las que por fin podríamos hacer con profundidad y concentración un buen trabajo intelectual opera como escape simbólico, pero al mismo tiempo nos alerta de que algo falla si en los trabajos intelectuales el tiempo para un hacer valioso y con sentido es boicoteado con tareas mecánicas y precarias.
Es un desperdicio de talento tener a profesores, periodistas, creadores e investigadores haciendo “de cualquier manera” porque lo que moviliza es cumplir un plazo, publicar o entregar. Es decir, que lo que importa es la apariencia de sentido y no el sentido.
Resulta muy curioso lo que ha pasado con el teletrabajo (y con la tecnología en general). Cómo muchos lo ansiábamos, pero cuando lo hemos tenido nos hemos dado cuenta de todo lo que implica: las largas jornadas, la nula separación entre trabajo y vida, la imposibilidad de desconectar… Conozco casos de personas que han tenido que alquilar un espacio de trabajo fuera de casa para huir de esa omnipresencia del trabajo en su casa.
Es muy llamativo esto que comentas. Creo que hay algo perverso en las maneras en que se nos han propuesto teletrabajar, como si esa posibilidad siempre estuviera en juego y tuviéramos que estar demostrando que vale la pena y que trabajando en casa somos más productivos. Pero no es posible vivir teletrabajando con la desconfianza permanente de que ese logro es temporal y estás bajo sospecha, porque entonces la ganancia para nuestra vida es poder elegir el lugar cediendo en el tiempo, en el “todo el tiempo”.
Es un desperdicio de talento tener a profesores, periodistas, creadores e investigadores haciendo 'de cualquier manera' porque lo que moviliza es cumplir un plazo, publicar o entregar. Lo que importa es la apariencia de sentido y no el sentido
Esta trampa activa un trabajo que se derrama por la totalidad del día y de la casa. Siempre conectados, bajo el espejismo de una autogestión tecnológica que parece ayudar cuando realmente “suma” nuevas tareas y carga la responsabilidad en el uno mismo. Si te agotas y autoexplotas es porque quieres.
Me interesa mucho tu llamada de atención sobre la desatención a los trabajos creativos por parte de la sociedad, de cómo ha tendido a dificultarlos cuando los necesita mucho. ¿A quién beneficia? Me recordó en parte a lo que ocurre con el cambio climático, al que muchos le dan la espalda aunque sepan que nos condena.
Es interesante la analogía que planteas pues en ambos casos los daños que provoca no son inmediatos, no te matan como un disparo en una guerra o como un ataque al corazón. Son formas de desatención de lo humano que nos matan despacio. Pasar por alto que el planeta enferma tiene gran relación con pasar por alto que las personas se deshumanizan.
En ambos casos se desprecia el futuro y el bien común a favor de un individualismo materialista que busca la ganancia rápida y desprecia el hacer con valor social, la pregunta por lo colectivo, por la verdad que esconde la apariencia… Los trabajos intelectuales y creativos son los que ayudan a las personas a pensar por sí mismas, a abordar la complejidad, a imaginar más allá de lo preconcebido, los que permiten la sacudida del espíritu previa a la transformación del mundo; pero muy especialmente los que actúan como antiterritorio de la guerra, porque creen en el diálogo, el raciocinio, la imaginación y el disentimiento como parte de una diversidad que convive y que se pregunta por las consecuencias de nuestros actos en el futuro. Hay una línea íntima y directa entre estos trabajos y la conciencia de cuidado del planeta.
Descubrir que la digitalización en la que estamos inmersos está movida por fuerzas económicas que se benefician de la hiperproductividad precaria de ahora importa. Nos hace ver las trampas de una autogestión que no facilita trabajo ni vida sino que 'suma' más tareas
Hablemos de las soluciones que planteas. Propones la “reapropiación” de nuestro tiempo. ¿Cómo crees que podemos hacer esto y qué implicaciones tendrá hacerlo?
Para conocer y entender cómo vivimos es preciso observar con detalle cómo vivimos. Descubrir que la digitalización en la que estamos inmersos está movida por fuerzas económicas que se benefician de la hiperproductividad precaria de ahora importa. Entre otras cosas porque nos hace ver las trampas de una autogestión que no facilita trabajo ni vida sino que “suma” más tareas a lo que ya hacíamos convirtiéndonos en proveedores de datos y en trabajadores permanentemente en concurso para lograr mínimas mejoras salariales.
Reapropiarnos del tiempo implica no solo reducir jornadas laborales para quienes tienen sus tiempos acotados, sino entender que el desdibujamiento de vidas y trabajos obliga a una nueva filosofía del trabajo, a su liberación de tareas basura, a un nuevo pacto de confianza en los trabajadores, a una madurez en el acuerdo laboral que confía en la responsabilidad de los trabajadores y que facilita su vida y su cuidado. ¿Qué implicaciones tendría? La salud y el cuidado de las personas, un trabajo con mayor valor individual y social.
También abogas por una reducción de la jornada laboral.
Hace un siglo muchos se escandalizaron con las propuestas de reducción de jornada que beneficiaron claramente la vida de los trabajadores y la prosperidad social en su conjunto. Muchas empresas ya lo están haciendo y creo que en el futuro extrañará no haberlo hecho antes.
Concentrar el trabajo en menos días implica reorganizar tiempos liberándolos de lo accesorio para centrarnos en lo que importa, pero también lograr más tiempo para los cuidados y para la vida que no es trabajo. En una sociedad cada vez más envejecida tiene además un valor añadido.
Reapropiarnos del tiempo implica no solo reducir jornadas laborales para quienes tienen sus tiempos acotados, sino entender que el desdibujamiento de vidas y trabajos obliga a una nueva filosofía del trabajo, a su liberación de tareas basura
Finalmente defiendes el papel de la cultura como aquello que nos puede salvar de esta epidemia. ¿Cómo defines esta cultura salvadora?
La cultura es el punto de entrada a lo comunitario, a la conciencia crítica y a lo que perturba poética o políticamente, recordándonos que somos humanos. Cuando hablo de una cultura salvadora me refiero a una cultura capaz de pinchar el alma endurecida, capaz de reunir a los vecinos en su diversidad, capaz de hilar el malestar y transformarlo en resistencia e imaginación comunitaria. Pero sobre todo hablo de algo empírico, de haber experimentado y conocido a personas a quienes la cultura (ese libro, esa obra…) les ha hecho de agarre en el precipicio.
Para terminar, ¿eres optimista respecto a los temas de los que hablas en el libro?
Soy de ese tipo de personas críticas que incomodan no porque quieran resignar sino porque buscan transformar y eso me anima a ser exigente y optimista, incluso en escenarios de amenaza ultraliberal y bélica como el actual, creo en la nobleza de las personas para buscar mundos más justos e igualitarios, más amables para la vida.
Los próximos 28 y 29 de junio elDiario.es celebra el Festival de las Ideas y la Cultura (FIC) en Barcelona, donde Remedios Zafra participará en la mesa de debate 'La verdad en la esfera pública', de 'El rincón de pensar', junto a Santiago Alba Rico, Judit Carrera y Neus Tomàs.