Un verano sin Instagram: más libertad para pensar y consumir y menos ansiedad
Hace tiempo que fantaseo con la idea de volver a un mundo semianalógico, uno donde pueda consultar las redes sociales solamente desde el ordenador y en el que mis ojos no consuman nada más despertarse los planes de personas que ni siquiera conozco. Amanecer con las fotos de ese festival carísimo donde la noche anterior tocó Fred Again mientras tú te habías quedado en casa cenando un huevo revuelto y un tomate en ensalada, puede hacerte sentir una pringada nada más abrir los ojos. Da igual que hubieses elegido con gusto ese plan de cena tranquila y película para un fin de semana cualquiera de mayo, el patrón de comportamiento y consumo de las redes sociales te lleva a sentir que no estás disfrutando lo suficiente de tu juventud, de tu tiempo y, en términos generales, de tu vida.
A pesar de esta reflexión, he de decir que nunca he estado realmente enganchada a las redes sociales ni tampoco he sentido cómo el consumo de vidas ajenas me entristeciera significativamente. Sin embargo, notaba que, cada vez más, mis manos cogían el móvil sin saber muy bien para qué. No podía leer más de quince minutos seguidos sin que mi cerebro tuviese la necesidad de abrir Instagram para absolutamente nada y comencé a darme cuenta de que mi nivel de tolerancia a escuchar cosas que no eran cien por cien de mi interés se estaba reduciendo al mínimo. Era como si mi cabeza quisiera hacer next y dejar de escuchar a mi pareja hablando de pájaros o de cualquier cosa que no eligiese yo en ese momento. Como si mi cerebro fuese un algoritmo, yo quería pasar a un contenido más alineado con la segmentación de mis pensamientos en ese preciso instante.
Así y tras varios meses reeducando mi uso del móvil, dejándolo en casa para salir a pasear o manteniéndolo en modo avión de nueve de la noche a nueve de la mañana, a finales del mes de junio pensé en salirme totalmente de la rueda. De repente me generó muchísima curiosidad pensar en cuál sería el efecto que tendría en mí pasar un verano fuera de Instagram y TikTok. ¿Lograría recuperar el control de mi tiempo libre? ¿Disfrutaría más de la lectura? ¿Tendría menos ansiedad y pensamientos intrusivos? ¿Reduciría mi consumo? ¿Desaparecería la necesidad de viajar a sitios que ni siquiera me había planteado?
Nunca he estado realmente enganchada a las redes sociales (...) Sin embargo, notaba que, cada vez más, mis manos cogían el móvil sin saber muy bien para qué
Ojalá, ahora, mes y medio después de las preguntas anteriores, pudiese responder victoriosa a la resolución de todas estas situaciones, pero he de decir que irse de redes no es suficiente. Para reducir la exposición al relato aspiracional y consumista que nos rodea, la fuerza de voluntad va mucho más allá de desinstalarse Instagram y TikTok.
Estas son algunas de las conclusiones que he sacado hasta la fecha:
El cerebro siente la necesidad de engancharse a otra aplicación
El día uno de este particular experimento me pasé una hora y media de reloj viendo casas y apartamentos en Idealista. A pesar de que me estaba dando cuenta perfectamente de lo que estaba pasando, quise dejarme ir. Me había ido de Instagram y mi cerebro quería su dosis de narrativa aspiracional. Parafraseando a Mila Ximénez en su meme más famoso, pensé: no para, no para, no para.
Tomé nota de la inercia e intenté poner puertas al campo. Las primeras semanas reduje el uso del teléfono de tres horas y media a una hora y cuarto aproximadamente. Sin embargo, conforme me habituaba a esta nueva rutina sin Instagram y TikTok mi cabeza ya estaba creando otra. Entraba a Vinted sin necesidad de comprar ninguna prenda o accedía compulsivamente al email sin esperar ningún correo en particular. De nuevo, no para, no para, no para.
El mundo sigue girando si no dices lo que piensas o compartes lo que haces
Durante la primera semana, la necesidad de compartir una foto de mi perra, las flores que había comprado o un fragmento del libro que estaba leyendo eran constantes. Vivir sin compartir y obtener feedback resultaba extraño. En aquellos primeros días, asistí a un concierto que llevaba mucho tiempo esperando y como alternativa a compartirlo en redes sociales, envié un vídeo por Whatsapp a varias amigas que sabía que lo valorarían. Tenía la necesidad de contar que había estado allí. Sin ser muy consciente de ello en ese momento, supongo que quería expresar que aquella experiencia formaba parte de mi identidad. A pesar de eso, recuerdo disfrutar más del directo y sentir cierta incomodidad cuando, ante las canciones más conocidas, el resto de asistentes las bailaban mirando a través de la pantalla del móvil.
Irse de redes no es suficiente. Para reducir la exposición al relato aspiracional y consumista que nos rodea, la fuerza de voluntad va mucho más allá de desinstalarse Instagram y TikTok
La ansiedad y los pensamientos intrusivos disminuyen
Quizás sea porque soy mujer en edad fértil o porque padezco endometriosis y sé que mi probabilidad de ser madre es menor que la media. Sea como fuere, desde hace un par de años, pienso en la maternidad todos los días. Es un tema que me interpela cuando salgo a pasear, cuando hago ejercicio y veo un cuerpo que no ha gestado frente al espejo, pero sobre todo, cuando entro en redes sociales. Consumir el relato materno a través de esas vidas ajenas que no conozco, contribuía a formar, foto a foto, story a story, un imaginario muy particular que bebía directamente de las emociones que tuviese cada día y la narrativa dominante sobre ese tema.
Sorprendentemente para bien, salirme de redes sociales me ha traído un silencio muy placentero. Una especie de calma que me permite conectar mejor con lo que deseo e identificar mis límites y tiempos al margen de las comparaciones con terceros. El ruido que me bombardeaba como un reloj ha disminuido y, ahora, puedo reflexionar sobre esta y otras ideas de forma menos condicionada.
La adicción general es real
Al igual que los fumadores no perciben el olor a tabaco en su propia ropa hasta que abandonan este hábito, yo no me di cuenta de lo enganchados que estamos a las redes sociales hasta que levanté la vista del móvil y miré a mi alrededor. El teléfono se ha convertido en la herramienta de distracción a la que recurrimos para hacer más llevadero el aburrimiento o los tiempos de espera y, cuando no lo utilizas en este contexto, te percatas de lo hipnotizada que está la gente.
Volviendo al símil del tabaco, creo que la ausencia de higiene mental en este ámbito me ha recordado a la época en la que los médicos fumaban en las consultas y los estudiantes en las universidades, algo normalizado en el pasado que hoy concebimos como una barbaridad.
Durante este periodo ajena al discurso de las redes, mi consumo ha disminuido y con él, la necesidad de acceder a ciertos objetos, experiencias o viajes
Tengo más control sobre mi consumo
Aunque el sistema capitalista y la publicidad nacieron para decirnos qué necesitamos en cada circunstancia, desde hace unos años el discurso publicitario está más integrado que nunca en la cultura y el entretenimiento. El consumo de contenido en redes sociales, a menudo compuesto por colaboraciones publicitarias muy bien maquilladas, provoca que sin darnos cuenta se despierten necesidades que de no consumir la vida de determinadas personas como entretenimiento, quizás no hubiesen aparecido.
Durante este periodo ajena al discurso de las redes, mi consumo ha disminuido y con él, la necesidad de acceder a ciertos objetos, experiencias o viajes. Mientras que años atrás la decisión de no irme de vacaciones fuera de Asturias a veces me frustraba, este año he podido vivirla desde la convicción de que estoy feliz con esta postura porque no necesito desconectar del lugar en el que vivo, sino todo lo contrario: puedo disfrutar del verano quedándome aquí. Sin embargo, si mi cerebro hubiese sido bombardeado con posados y atardeceres en Mykonos, Zagreb o la bahía de Zao-long, quizás no podría defender esta postura de manera tan certera. Las comparaciones son odiosas, pero en Instagram y durante el verano más si cabe.
No sé si volveré, pero si lo hago intentaré hacerlo de otra forma
Recuperar la sensación de control del tiempo es una de las cosas que si vuelvo a redes sociales no me gustaría perder. Quizás de manera utópica, pienso que aún estamos en un punto de retorno, que todavía es posible reeducar nuestra relación con las plataformas digitales porque de ello depende la libertad con la que tomamos unas decisiones y no otras.
Echaba de menos vivir en un contexto ajeno a las identidades digitales, uno donde la valoración del ingenio, la inteligencia, el carisma o, incluso, la belleza quedasen reservadas para el plano de la vida tangible y un grupo de personas concretas
Junto a los pensamientos intrusivos y la preocupación por cosas que no entendía por qué me atormentaban, me he dado cuenta también de que echaba de menos vivir en un contexto ajeno a las identidades digitales, uno donde la valoración del ingenio, la inteligencia, el carisma o, incluso, la belleza quedasen reservadas para el plano de la vida tangible y un grupo de personas concretas.
Cuando te vas de redes sociales, te das cuenta de que más o menos todos performamos una parte de nuestra vida porque estamos condicionados por la mirada digital y, como si fuésemos una réplica futurible del show de Truman, nos ponemos a disposición de lo que quiere nuestro pequeño público.
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