A finales del siglo XIX, la fotógrafa Theresa Parker Babb retrató a diversas mujeres en escenarios y actitudes cotidianas: a veces con vestidos y corsés, otras con ropajes masculinos, de pícnic, en barca, de disfrute. Muchas décadas después, en 2022, la editorial Comisura rescató dicho archivo y lo publicó con textos de cinco autoras que imaginaron, sin más referencias que las propias imágenes, lo que podría haber pasado en la vida de las fotografiadas. En ese volumen, titulado Querida Theresa, se encuentra el germen de La seducción, la novela que Sara Torres publica este 4 de abril de la mano de Reservoir Books. En ella narra la historia de dos mujeres que mantienen una relación ambigua empapada de tensión y deseo como la que la escritora asturiana imaginó en las victorianas de Parker.
Torres recibió todos los elogios con su debut en la narrativa Lo que hay (Reservoir Books, 2022), cuya segunda edición se anunció apenas tres semanas después de su lanzamiento y que ganó el premio de los libreros independientes a autora revelación del año. Pero esa inmersión en el duelo por la muerte de una madre enredado con la pasión de un amor no fue el primero de sus éxitos literarios. Su libro de poemas La otra genealogía ganó el Premio Nacional de Poesía Gloria Fuertes y después vinieron Conjuros y Cantos, Phantasmagoria y El ritual del baño. Además, Torres compagina su trabajo como escritora con colaboraciones universitarias, intervenciones en otros sectores culturales y su consultorio Está bien sentir en este medio.
La narradora principal de La seducción, su segunda novela, es una fotógrafa de treinta y dos años que se traslada a la casa costera de una escritora que le saca dos décadas. El objetivo oficial es hacerle unos retratos para un proyecto, pero el motor que la impulsa es el deseo por la literata. Un sentimiento que parece recíproco hasta que se instala en la que será su 'habitación propia' (en sentido literal y en el 'Woolfiano') y comienza una especie de tira y afloja controlado por la anfitriona que descoloca por completo a su invitada. Esa diferencia de poder evidente entre ambas es uno de los aspectos de la relación que Torres quiso señalar.
“Me interesaba la ambivalencia en la idea de poder cuando se trata de dos mujeres”, dice la autora a elDiario.es. “Si fuese una relación heterosexual veríamos más clara esta diferencia porque estamos acostumbradas a que los hombres mayores tienen acceso a la juventud sobre todo si están en un buen lugar en sus carreras o son reconocidos. Yo creo que lo que ocurre con la escritora es lo que lo que ocurre con muchas de nosotras en las situaciones de poder, que no nos las creemos. Cabría incluso dudar si estamos en una situación de poder cuando no reconocemos esa autoridad en nosotras y, es más, cuando ni siquiera nos interesa ostentar ese rol. El deseo de la escritora tiene que ver con compartir un espacio y un imaginario para sostener una conversación con la otra, no para consumirla”, completa. La escritora acoge a la fotógrafa en su casa pero su intención inicial es cuidarla, no explorar ese deseo que sienten la una por la otra, en parte porque siente que no es ella la que debe dar el primer paso. Ante la posibilidad de que la fotógrafa se sienta intimidada o presionada, prefiere darle todo el espacio posible para que la relación se construya poco a poco.
Me interesaba la ambivalencia en la idea de poder cuando se trata de dos mujeres. Si fuese una relación heterosexual veríamos más clara esta diferencia
“Estoy intentando representar formas posibles de relacionarnos entre mujeres, porque no tenemos educación en el derecho al deseo ni, por supuesto, en el acceso sexual y alegre al cuerpo de la otra”, explica Torres. “Al margen de la diferencia de edad, me interesaba cómo entre nosotras no nos atrevemos a entender los signos de seducción que nos mandan las otras como certezas”. El dilema del cuerpo sentido como un problema y no como un receptor de placer también está presente en su novela. Cada una desde su idiosincrasia dada por la edad, la constitución o las experiencias previas tienen que lidiar con inseguridades que las frenan a la hora de exponerse físicamente ante la otra. Un sentimiento compartido, si no por todas, por muchas de las mujeres de las generaciones a las que pertenecen las protagonistas. “Por ejemplo, la fotógrafa es una persona que ha orientado su deseo a dar placer a las otras porque una situación de pasividad donde ella recibe la relaciona quizás con ser mirada, y eso lo relaciona con la ansiedad por la imagen corporal”, sostiene.
Si bien el erotismo está presente en toda su obra, en esta novela Torres ha ido más allá. La fotógrafa, que vive en un constante estado de deseo contenido, es muy explícita en sus fantasías sexuales. “Me interesaba cómo el deseo sexual si no se resuelve, sigue produciendo cosas, entre ellas produce imágenes sexuales”, dice. La fotógrafa, por su profesión, tiene una relación especial con la imagen, así que es lógico que sea ella la que cuente qué ve en el contexto de la masturbación. “Me parece que es algo que no se ha detallado lo suficiente en la literatura y en la conversación cultural en general. No quería contar escenas sexuales, sino pensamientos imaginarios sobre lo sexual para poder abrir una conversación, si es posible, en ese lugar que se considera de una privacidad incontestable. Es un lugar incómodo porque en ese tipo de imaginación a veces somos muy poco feministas y muy poco otras cosas que nos gustaría ser”, explica. “Para mí las imágenes de la imaginación sexual son un síntoma de la norma con la que se ha construido nuestra sexualidad. Creo que la imaginación considerada 'privada' es también colectiva y por tanto un lugar que cuestionar y con el que trabajar también social y públicamente”, desarrolla Torres.
Estoy intentando representar formas posibles de relacionarnos entre mujeres, porque no tenemos educación en el derecho al deseo ni, por supuesto, en el acceso sexual y alegre al cuerpo de la otra
Las pérdidas
Aunque la muerte no es un tema dominante en la novela, coletea en las bambalinas. Ambas mujeres han perdido a su madre y, pese a que las circunstancias fueron diferentes en cada caso, es una experiencia vital que las une. Torres ya había indagado en el duelo por el fallecimiento de su progenitora en Lo que hay y ahora ha vuelto al asunto para rozarlo con la punta de los dedos. La idea surgió tras una conversación con dos directoras de cine en Casa Virupa, un centro budista en la montaña de Tavertet. “Nuestras madres habían muerto casi en el mismo periodo y estábamos desayunando sentadas delante de la cabañita donde estaba haciendo un retiro y tuvimos una conversación dura y delicada sobre esto”, recuerda. “Había unas sensaciones que se estaban intercambiando y unos vacíos y unos silencios que tenían mucho significado”, comenta. “Me removió muchísimo y pensé de qué manera se atraían dos personas que, más o menos en su juventud o demasiado pronto, habían perdido a una madre”, explica.
Torres pasó dos años en Baviera, en la Universidad de Passau, con una beca para estudiar sobre la escritura postdiagnóstico de cáncer. Una experiencia que se podría considerar como kamikaze si se tiene en cuenta que su madre falleció precisamente de esta enfermedad. Aunque después de dos años de investigación no considera que haya terminado, ha decidido no seguir con ese ejercicio de lectura sobre algo tan duro para ella en un contexto de soledad, porque en Alemania ha estado bastante aislada. Pero ese tiempo no solo le sirvió para escribir sino también para enfrentarse al temor. “Para mí, el momento más alto de miedo a la enfermedad es el momento del diagnóstico o de la sospecha del diagnóstico”, expone. Durante los diez años que duró el cáncer metastásico de su madre, se expuso a ese sentimiento de forma continuada. “Estaba agotada de tener miedo. Para conseguir calmarlo quise estudiar qué ocurría en la mente en esos momentos de terror vinculados a la idea de un diagnóstico y entendí muchas cosas. Creo que atravesar los mayores miedos me ha dado un poco más de calma. O ya no soy una persona tan ansiosa con eso y tal vez me puede servir para ayudar y acompañar a otras personas”, dilucida.
La vida no le ha dado tregua a la escritora en este sentido. Su abuela materna murió después del confinamiento, que pasó ella sola después del fallecimiento de su hija. Fue otro golpe muy duro pero, en esa ocasión, Torres pudo acompañar a ese ser querido en el proceso final de su vida. “Ha sido una experiencia luminosa que atraviesa un poquito la novela. La fotógrafa también puede acompañar a su madre hasta el último momento y sabe lo que ocurre, que es como una liberación de amor increíble. Cuando acompañamos a alguien mientras muere, nos enseña a morir y eso a mí me ha sanado un montón”.
Está bien sentir
Desde julio de 2023, Sara Torres gestiona el consultorio Está bien sentir en este medio. No se trata de una sección de preguntas y respuestas al uso, sino un espacio para la conversación que parte desde la contradicción. “Cuando me llegó la propuesta lo primero que dije fue que no iba a dar respuestas a preguntas como si pudiesen resolverse cosas, sino que iba a tomar las preguntas como oportunidad para pensar colectivamente tensiones que nos atraviesan a todas”, explica. Pese a todo, también recuerda con una sonrisa que cuando era pequeña pasaba mucho tiempo al teléfono con sus amigas y alguna vez la han llamado 'la señorita Francis': “Simplemente me encantaba escuchar a otras personas hablar sobre lo íntimo, de lo que no se habla en horario oficial”, sostiene.
El nombre del consultorio no es aleatorio. 'Está bien sentir' es algo que se decía a sí misma cuando se encontraba en una conversación con alguien que permanecía impasible a lo que ella estaba contando. “Creo que en nuestra cultura de la racionalidad patriarcal nos da miedo sentir porque nos parece que nos pone en situación de inferioridad o de vulnerabilidad con respecto a las personas que no sienten tanto o no muestran lo que sienten”, explica.
Creo que en nuestra cultura de la racionalidad patriarcal nos da miedo sentir porque nos parece que nos pone en situación de inferioridad o de vulnerabilidad con respecto a las personas que no sienten tanto o no muestran lo que sienten
Según su percepción: “En el momento en que aparece una emoción ya hay una racionalización moralizante que viene a interpretarla o a ponerle un límite”. Pone el ejemplo de los celos, un sentimiento que puede avergonzar a la persona que lo está experimentando. “Está bien sentir, vamos a hablar de eso y vamos también a intentar no hacernos daño entre nosotras con aquello que sentimos. En nuestra cultura material-emocional, los celos tienen un lugar y una razón genealógica de ser”, comenta. En cuanto a las cuestiones que ella misma podría plantear en un consultorio, dice que: “Preguntaría cosas a pensadoras y escritoras que me gustan para que ellas no me solucionasen el problema, sino que se pusiesen a pensar, atasen sus cabos. Me parece muy bonito mirar de cerca el camino que otras despliegan para sobrevivir, su pensar y el sentir”, concluye.