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Se llama fatiga por compasión a un estado de gran cansancio y agotamiento que se produce a partir de dos razones: una profunda empatía con los demás, por un lado, y la intención o la acción por aliviar el sufrimiento de esas otras personas, por el otro.
En general, se habla de este problema (y se lo considera un síndrome) para referirse a lo que en muchas ocasiones sufre el personal sanitario, que se enfrenta a situaciones dramáticas de forma cotidiana y a menudo se siente emocionalmente desbordado. Algo que se hizo notorio con la pandemia de COVID–19 y sus efectos.
Sin embargo, la fatiga por compasión puede afectar a cualquier persona, más allá de a qué se dedique en el ámbito laboral o profesional. Sucede que la fatiga por compasión es, en otras palabras, “el precio que se paga por ayudar a personas que sufren”. Y eso es algo que está al alcance de cualquiera.
Síntomas de la fatiga por compasión o desgaste por empatía
La expresión fatiga por compasión se comenzó a utilizar hace unas tres décadas. Desde un primer momento se emparentó con el 'burnout' –estar quemado del trabajo–, pues se identificó como un problema causado por el esfuerzo laboral, en particular en el entorno sanitario.
La particularidad de esta fatiga es que se deriva de la simpatía y la pesadumbre por la persona que sufre, y por el intenso deseo de aliviar su malestar, lo cual muchas veces no se produce. Es por ello que el problema también se conoce como síndrome de desgaste por empatía.
Tal como sucede con la mayoría de los cuadros asociados con el estrés, la fatiga por compasión provoca síntomas psicológicos y físicos. Los del primer grupo se suelen dar en forma de ansiedad, disociación (una especie de desconexión de la realidad o de “embotamiento emocional”), irritabilidad y trastornos del sueño o pesadillas.
Los síntomas físicos –además de la propia sensación de agotamiento– con frecuencia son: dolor de cabeza, pérdida o aumento de peso, náuseas y mareos. En los casos graves se producen también desmayos y problemas auditivos.
Un tercer grupo de síntomas aparece casi como consecuencia de los dos primeros: las consecuencias psicosociales. Abuso de psicofármacos u otras sustancias, comer de forma descontrolada, cinismo y búsqueda de dedicar menos tiempo a los pacientes son otros de los efectos frecuentes en el personal sanitario que padece de este problema.
¿Y quiénes son las personas más propensas a sufrirlo? En particular, aquellas que dedican poco cuidado a sí mismas –un rasgo bastante común en quienes se preocupan mucho por los demás– y las que tienen algún trauma de su pasado no resuelto, sobre todo si se relaciona de alguna manera con la situación en la que intentan ayudar.
Otros factores de riesgo para sufrir de fatiga por compasión son las dificultades para gestionar el estrés y, en los casos del personal sanitario u otras actividades laborales (bomberos, psicólogos, trabajadores sociales, etc.), falta de satisfacción en el trabajo.
Sobrecargar el sistema de gestión emocional
El caso es que, como se ha mencionado, el riesgo de sufrir fatiga por compasión no es exclusivo de quienes desempeñan esos trabajos. Puede aparecer también en aquellas personas que “de forma automática y por inercia cuidan emocionalmente demasiado a su entorno y acaban pagando facturas muy altas” por ello.
Así lo explica la psicóloga Aurora López, directora de Más Vida Psicólogos, quien destaca que, cuando esto sucede, “los problemas de los demás se convierten en tus problemas”. “Sobrecargas a tu sistema de gestión emocional –añade–, asumes un rol que te pesa mucho y que además es muy difícil de abandonar”.
Estas personas, apunta la especialista, invierten altos niveles de energía en las personas de su entorno. Se preocupan por saber cómo están, qué necesitan, cómo las pueden ayudar. Esto no es en sí mismo algo malo, desde luego, a menos que se superen ciertos límites.
¿Cuál son esos límites? Pues esas personas, a partir de su compromiso emocional y en su afán de “comprobar que todo está bien”, buscan y reciben demasiada información de los demás, se implican demasiado en sus historias, se “contaminan” y terminan sufriendo por ellos.
De algún modo, se convierten en “máquinas de solucionar problemas” a otra gente. No saben estar ausentes, no aceptan el hecho de no estar siempre disponibles. Todo eso redunda en un estrés y un malestar que las desgasta y las lleva a sentirse agobiadas, ansiosas y siempre preocupadas, además de con una permanente sensación de cansancio.
Más aún: sus relaciones interpersonales se tornan desequilibradas, pues en algún momento sentirán que dan a sus familiares y amigos más de lo que reciben. Esto suele debilitar la autoestima y llevar incluso a un hartazgo del contacto social. Y además pueden darse algunos de los síntomas ya señalados para quienes sufren la fatiga por compasión como resultado de su actividad laboral.
Qué hacer para solucionarlo
Como la predisposición para estar atento a los problemas y necesidades de los demás es en sí mismo positivo, y además en muchas personas surge de forma casi natural, “automática”, muchas veces es difícil ver allí un problema.
No obstante, advertir algunas de las mencionadas consecuencias negativas puede ser una manera de detectar el exceso que tal vez sea causa de fatiga por compasión.
La psicóloga Aurora López propone un ejercicio mental que puede ayudar a revertirlo: “Imagina que las personas de tu entorno son nadadores de una piscina que tienen bajo control pero a veces pueden tener percances y necesitan tu ayuda”.
Ante tal situación, plantea dos opciones. La primera consiste en dar, desde fuera de la piscina, sugerencias y consejos acerca de cómo podría resolver ese percance de la mejor forma posible. La segunda, arrojarse al agua y “tratar de resolver el problema 'in situ'”.
La opción más apropiada es la primera. La reflexión, subraya la especialista, debiera ser: “Esto no es mío. Aunque quiero a esa persona, no me voy a fusionar con su problema y con sus emociones”. Eso no quiere decir no ayudar, por supuesto, pero sí cumplir con el rol que corresponde, sin pretender hacerse cargo del bienestar ajeno.
Como ejemplo, López plantea esta posibilidad: si una persona querida está mal a causa de una ruptura de pareja, la actitud saludable y aconsejable es acompañar, escuchar, decir “estoy aquí para lo que necesites”, y efectivamente estar y apoyar.
En cambio, el equivalente de “arrojarse a la piscina” para intentar resolver los problemas sería escribir o llamar a la expareja para pedir explicaciones o maldecir, ponerse a dar consejos al amigo acerca de cómo debe actuar o qué decisiones debe tomar, presionarlo para que se ponga bien y deje de estar triste, etc.
De ese modo, no solo evitará a largo plazo la fatiga por compasión, sino que además sus vínculos serán más sanos y equitativos, lo cual contribuirá con su autoestima y el bienestar general no solo para sí mismo sino también para quienes lo rodean.
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