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En general, todos sabemos lo que son los tics: esos movimientos espasmódicos o sonidos breves y repentinos que se realizan de manera involuntaria, brusca y repetitiva. En la gran mayoría de los casos, afectan los ojos o el resto de la cara, aunque en ocasiones se vinculan con otras partes del cuerpo.
Lo curioso es que, según los estudios, hasta el 23% de la población tiene al menos un tic en algún momento de la infancia. La niñez es precisamente la etapa en que los tics son más frecuentes, sobre todo entre los cuatro y los diez años. La edad media de aparición es a los siete. Y son mucho más habituales en varones que en mujeres.
De acuerdo con esas estimaciones, siete de cada diez tics afectan los ojos: guiños, parpadeos y otros movimientos de los músculos que rodean esa parte del rostro. La mayoría de los restantes se relacionan con la cavidad bucal: chasqueos, carraspeos, gruñidos, aspiraciones, toses, succiones, etc.
Son minoritarios los casos en que los tics afectan a otras partes de la cara, como las cejas o la nariz, y también el resto del cuerpo, como el cuello, los hombros, las manos o los pies.
Duración y consecuencias
El aspecto positivo en relación con los tics es que, en su mayoría, son benignos: no revisten gravedad ni están asociados con otros problemas. De hecho, casi siempre se trata de un trastorno transitorio o provisional. Duran poco -algunas semanas o, a lo sumo, unos meses- y remiten de forma espontánea.
Pero, en otras ocasiones, los tics no desaparecen solos. Cuando se extiende por más de un año, se habla de trastorno de tic crónico o persistente, que a veces se mantiene durante la juventud y la vida adulta de la persona.
En esos casos, tener un tic no es inocuo. A menudo, la persona siente que llama la atención, que los demás la observan, incluso que se ríen de ella, lo cual erosiona su autoestima y le genera angustia y ansiedad. Como consecuencia, resulta afectada su vida social y a veces también su rendimiento académico o laboral.
Surgen entonces algunas preguntas con relación a los tics: ¿por qué se producen? ¿Qué se puede hacer contra ellos? ¿Hay alguna forma de curarlos?
Causas y desencadenantes de los tics
“No existe una evidencia contundente y comprobada acerca del origen de los tics”, explica el psicólogo Manuel Escudero en un artículo sobre la cuestión. Sin embargo, el especialista señala que, de acuerdo con investigaciones recientes, la química cerebral podría tener responsabilidad en su aparición.
En concreto, unos niveles muy elevados de neurotransmisores como dopamina y serotonina podrían ser los desencadenantes del surgimiento de tics. Esas alteraciones en la química cerebral podrían derivarse de factores genéticos y, por lo tanto, hereditarios.
Pero “aún no se ha podido identificar ningún gen concreto”, apunta por su parte un documento de la Fundación CADAH (Cantabria Ayuda al Déficit de Atención con Hiperactividad). Este texto explica que “los estudios realizados en familias con varios miembros afectados sugieren la intervención de diversos genes (herencia poligénica)”.
Y añade que también existe “una influencia decisiva de los factores ambientales en la aparición y mantenimiento de los tics”. ¿Cuáles son esos factores ambientales? Sobre todo el estrés y la ansiedad, que incrementan la intensidad y frecuencia de los tics. Es por ello que son llamados tics nerviosos.
Pero también hay otros elementos del ambiente o de las circunstancias que la persona atraviesa que pueden propiciar la aparición de tics. Entre ellos se pueden mencionar los sentimientos de frustración o insatisfacción, el aburrimiento, el agotamiento físico o la falta de sueño.
El círculo vicioso de la ansiedad
Manuel Escudero plantea que también pueden intervenir factores psicológicos relacionados con la anticipación: “Cuando la persona siente que la manifestación de su tic se aproxima, se produce ansiedad anticipatoria que origina tics”. El resultado es una especie de círculo vicioso, porque se produce una ansiedad que es consecuencia de los inminentes tics, y a su vez esa ansiedad genera nuevos tics.
Además, un factor de riesgo de tics está dado por la presencia de un trastorno de déficit de atención con hiperactividad (TDAH) -de ahí el interés de la Fundación CADAH al respecto- o un trastorno obsesivo compulsivo (TOC).
Escudero enumera además una serie de causas concretas -aunque infrecuentes- que pueden dar lugar a tics: lesiones o infecciones cerebrales, accidentes cerebrovasculares o ictus, intoxicaciones por determinadas sustancias venenosas o los efectos colaterales de una cirugía.
Por último, hay que mencionar una causa genética específica: el síndrome de Tourette. Se trata de un trastorno neurológico complejo, cuyos síntomas son los múltiples tics de movimiento y al menos uno vocal o fónico, es decir, relacionado con los sonidos.
Se estima que este síndrome -llamado así en homenaje a Georges Gilles de la Tourette, neurólogo francés que lo describió a finales del siglo XIX- afecta al 0,8% de la población, y también suele estar acompañado de comorbilidades como TDAH, TOC, ansiedad o depresión.
Además de los tics más comunes, el síndrome de Tourette puede originar otros más complejos y problemáticos, como la copropaxia (realización de gestos obscenos), coprolalia (pronunciar insultos o palabras socialmente inadecuadas) y la ecopraxia (imitación de los movimientos de los demás).
Los expertos recomiendan poner mucha atención a la presencia de varios tics en una persona, ya que el problema podría no ser un trastorno de tics sino de Tourette, el cual requiere de un tratamiento especial.
Qué hacer frente a los tics
Como se ha señalado, en la mayoría de las personas los tics remiten de forma espontánea, sin que resulte necesario tomar ninguna medida. Además, suelen afectar a la persona durante un lapso breve, por lo cual no llega a causarle un perjuicio significativo.
Pero en los casos en que los tics se prolongan en el tiempo, y en particular cuando generan malestar o limitaciones importantes en la vida de quien lo padece, sí conviene acudir en busca de ayuda profesional.
Los tratamientos contra los tics suelen incluir dos partes: una farmacológica y la otra psicológica. Los medicamentos se indican de forma particular e individualizada, en función de la gravedad del trastorno y de si está asociado o no a algún problema psiquiátrico.
En cuanto al aspecto psicológico, por su parte, la terapia cognitivo-conductual es la que los especialistas suelen recomendar.
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