Trastorno bipolar: quién padece y, sobre todo, quién no padece esta alteración

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De unos años a esta parte, la expresión “trastorno bipolar” –o simplemente el calificativo “bipolar”– se ha extendido en el habla cotidiana. No es extraño que alguien diga “hoy estoy bipolar”, o referirse a que otra persona “es un poco bipolar”, por el mero hecho de haber cambiado de humor o de estado de ánimo con aparente facilidad.

Por supuesto, tales usos del término son incorrectos. Y esa utilización imprecisa no sería problemática si no fuera porque banaliza el auténtico trastorno, dificulta su correcto diagnóstico y contribuye con la estigmatización de quienes lo padecen.

Los trastornos bipolares (en plural, pues existen varios tipos) son “un grupo de afecciones clínicas que se caracterizan por la pérdida de control de las emociones y por el sufrimiento objetivo”, explica un estudio publicado hace algunos años por expertos de la Universidad de Valencia.

Tales trastornos consisten en la alternancia entre periodos de depresión y periodos de manía. Afectan al 1,5% de la población general, según un análisis de la Organización Mundial de la Salud (OMS), y hasta al 2,4% de las personas en algún momento de sus vidas, de acuerdo con el Manual Merck de diagnóstico y terapia. En España, se estima que los padecen más de un millón de personas.

En España, se estima que lo padecen más de un millón de personas

Pero no se trata de simples cambios en el estado de ánimo. La capacidad de sentir alegría por la mañana y tristeza por la tarde no tiene nada que ver con un trastorno bipolar, sino con la forma de ser de cada persona y con las circunstancias de cada jornada, que pueden causar placer, ira, tranquilidad, impaciencia, etc.

Estar triste a veces no es “ser bipolar”

Tampoco una temporada de tristeza después de un lapso de varios meses de bienestar es un indicador de “bipolaridad”. Es normal tener etapas de ánimo alicaído, sobre todo cuando hay causas que lo justifican. Por ejemplo, la pérdida de un ser querido o sensaciones de soledad o de miedo como las sufridas por muchas personas durante la pandemia de COVID–19.

El periodo de depresión de un trastorno bipolar no solo incluye tristeza: también irritabilidad, anhedonia, sensación de inutilidad o de culpa, dificultad para concentrarse, indecisión, aumento o pérdida significativa de peso, insomnio, pensamientos recurrentes acerca de la muerte o planes de suicidio.

La etapa de manía, en tanto, consiste en al menos una semana de un estado de ánimo elevado y mucha energía y actividad, con otros síntomas como una autoestima muy grande (o incluso megalomanía), locuacidad, disminución de la necesidad de dormir y realización de acciones muy arriesgadas sin cuidado de las posibles consecuencias.

Otra idea errónea acerca de “lo bipolar” señala que el periodo de manía, al ser el opuesto a la depresión, sería de felicidad. Pero no es así; al menos no siempre. Los momentos de manía son más bien de euforia, y suelen acompañarse de irritabilidad, nervios e insatisfacción.

Además, como explica el Manual Merck, son minoría los pacientes que alternan de forma equitativa la depresión con la manía. En la mayor parte de los casos, una de las dos clases de alteraciones del ánimo predomina sobre la otra.

Ver la película, no la foto

El trastorno bipolar es difícil de diagnosticar, porque suele ocurrir que las primeras señales se pasan por alto o se clasifican mal. A menudo, los síntomas iniciales llevan a pensar en otros problemas, como depresión, ansiedad, trastorno de hiperactividad con déficit de atención o trastorno límite de la personalidad.

Así lo explica un artículo de la Child Mind Institute, el cual añade que este problema aparece a edades tempranas: en promedio, a los 18 años. Existen estudios que especifican que el periodo más común de aparición de los trastornos bipolares es el comprendido entre los 15 y 19 años.

Para un correcto diagnóstico, los especialistas deben analizar en detalle el historial de cada paciente, para identificar los cambios de ánimo. Es decir, se trata de “ver la película y no la foto”, pues no es un estado específico sino una sucesión de periodos lo que permite reconocer el verdadero problema.

Este problema aparece a edades tempranas: en promedio, a los 18 años

Es por ello, entre otras razones, que un trastorno bipolar no es un trastorno de la personalidad, sino del estado de ánimo. Y en parte por eso también resulta erróneo decir que alguien “es bipolar”. El trastorno no es una forma de ser; no define a la persona. Lo que corresponde decir es, en todo caso, que alguien “padece de trastorno bipolar”.

La “moda de la bipolaridad”

Todas las ideas erróneas que circulan en torno a este tema, y el hecho de que algunos artistas hayan sufrido un trastorno bipolar (desde Van Gogh, Dickens y Beethoven hasta la actriz Carrie Fisher y el cantante Kanye West), han motivado que algunas personas sientan como algo “deseable” padecer este trastorno.

Un estudio realizado por científicos del Reino Unido y publicado ya en 2010 analizaba esta moda por la cual muchos pacientes se presentaban en la consulta del psiquiatra con su propio autodiagnóstico de “bipolaridad”.

Desde luego, lejos de ser positivo, los trastornos de bipolaridad perjudican de manera notoria la vida de quienes los sufren. Como ya se ha destacado, ocasionan una pérdida de control de las emociones y sufrimiento; esto último, no solo para sí mismos sino para las personas que los rodean.

De hecho, el riesgo de suicidio a lo largo de la vida de una persona con un trastorno bipolar es 15 veces mayor que el de la población general. Por cierto, otra creencia falsa es la que supone que ese riesgo de suicidio es mayor en los periodos de depresión.

El riesgo de suicidio a lo largo de la vida de una persona con un trastorno bipolar es 15 veces mayor que el de la población general

En realidad, como señala el psicólogo Juan Lendínez Durán en un artículo sobre esta cuestión, durante los periodos depresivos “la persona no suele tener la energía suficiente ni la determinación” para llegar a un intento de suicidio. El riesgo es más alto durante las etapas de manía, en las cuales se altera la percepción del peligro.

Los trastornos bipolares tienen tratamiento. Los más efectivos son los que combinan fármacos –en particular, estabilizadores del estado de ánimo, sobre todo el litio– con terapia psicológica, sobre todo terapia cognitivo–conductual.

Acceder a un tratamiento depende, por supuesto, de haber recibido un diagnóstico correcto. Y esto depende de la intervención y el trabajo metódico de un especialista. Por lo demás, evitar el uso del término “bipolar” para referirse a simples cambios en el estado de ánimo puede ser un buen primer paso para evitar confusiones.

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