Ana Botella se despide como llegó: por la puerta de atrás, sin pasar por las urnas. Ana Botella renuncia igual que cuando entró: sin dar explicaciones, sin aceptar preguntas. Ana Botella se va para que no la echen. Se larga arrasada en las encuestas. Abandona un sillón que siempre le quedó inmenso. Renuncia en su peor momento, tan cuestionada por los ciudadanos que jamás la votarían como por el electorado de su partido, que tampoco la votó directamente como alcaldesa.
Ha parecido eterno, pero Botella solo ha estado dos años y ocho meses en la alcaldía de la primera ciudad española, un puesto que degradó hasta el punto más bajo de la historia democrática. Llegó a la alcaldía por gananciales, por ser vos quien sois, gracias a una jugada maestra de Alberto Ruiz Gallardón, que utilizó a la primera dama de la FAES para poder ser al fin ministro. Botella no ha podido cometer más errores en menor tiempo: el spa de lujo desde el que se ocupó de la tragedia del Madrid Arena, el 'relaxing' fracaso olímpico, la huelga de las basuras…
Ni siquiera sus propios compañeros de partido, que hablaban pestes de ella a sus espaldas, han querido respaldar una gestión a todas luces nefasta. Hay varios ejemplos de su incapacidad para el cargo, pero entre todos ellos destaca este sonrojante vídeo de su primer debate del estado de la ciudad. Madrileños: esta señora es aún hoy nuestra alcaldesa.
El anuncio de que no se presentará a las municipales llega en un momento inoportuno para el PP: al día siguiente de que Mariano Rajoy quitase prisa a la elección de candidatos. Su renuncia hace oficial una carrera que ya estaba abierta: la de quién será el cartel electoral del PP para intentar mantener la capital de España, que gobierna con mayoría absoluta desde hace casi un cuarto de siglo. En las curvas de este rally, derrapando, hace ya tiempo que circula una Esperanza Aguirre que hace apenas dos años anunció que se retiraba de la primera línea de la política y que desde entonces no ha parado de conspirar ni un solo día para ser alcaldesa en lugar de la alcaldesa; un puesto, al parecer, de segunda fila. Hoy Aguirre se despedía de Botella con un tuit que parecía sacado de un guión de los Soprano: “Ana Botella siempre ha hecho lo mejor para el Partido Popular”. Y lo mejor, claro está, es que, medio vacía, la Botella se vaya a su casa.
Ana Botella se despide como llegó: por la puerta de atrás, sin pasar por las urnas. Ana Botella renuncia igual que cuando entró: sin dar explicaciones, sin aceptar preguntas. Ana Botella se va para que no la echen. Se larga arrasada en las encuestas. Abandona un sillón que siempre le quedó inmenso. Renuncia en su peor momento, tan cuestionada por los ciudadanos que jamás la votarían como por el electorado de su partido, que tampoco la votó directamente como alcaldesa.
Ha parecido eterno, pero Botella solo ha estado dos años y ocho meses en la alcaldía de la primera ciudad española, un puesto que degradó hasta el punto más bajo de la historia democrática. Llegó a la alcaldía por gananciales, por ser vos quien sois, gracias a una jugada maestra de Alberto Ruiz Gallardón, que utilizó a la primera dama de la FAES para poder ser al fin ministro. Botella no ha podido cometer más errores en menor tiempo: el spa de lujo desde el que se ocupó de la tragedia del Madrid Arena, el 'relaxing' fracaso olímpico, la huelga de las basuras…