Sólo desde el cinismo más absoluto se pueden despreciar las informaciones que estos días está destapando Wikileaks. Sólo desde la aceptación completa y absoluta de la hipocresía, de la mentira victoriana como forma normal de la política, se puede aceptar esa frase, tan repetida estos días, de que el Cablegate son sólo “unos pocos cotilleos”, sin más importancia que las nuevas tetas de Sara Carbonero.
Gracias a Wikileaks no sólo hemos descubierto lo que piensa realmente la diplomacia estadounidense sobre los gobiernos de todo el planeta, que no es poco. También, sus presiones nada sutiles y, lo que es más importante: la respuesta de cada país ante ellas. La diplomacia consiste en eso, en presionar. Pero la democracia consiste en lo contrario: en no ceder a esas presiones, menos aún cuando bordean lo ilegal.
En España el Cablegate ha demostrado que incluso un Gobierno como el de Zapatero, que nada más llegar se atrevió a retirar las tropas de Irak, cedió ante las presiones diplomáticas estadounidenses y maniobró para parar tres investigaciones judiciales molestas para EEUU: la del secuestro y las torturas a cinco ciudadanos españoles o residentes en España en el limbo de Guantánamo; la del asesinato a manos de un tanque estadounidense de un reportero español en Bagdad; la de los vuelos de la CIA. Las presiones funcionaron, hasta el punto de torpedear uno de los pilares básicos en un Estado de derecho: la separación de poderes.
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