Dos años y cinco derrotas electorales después, Pablo Casado ha decidido cambiar de nuevo de estrategia y volver a vestirse de moderado. Esta vez no vale con el truco del verano anterior: dejarse barba. Y ha tenido que sacrificar a su portavoz parlamentaria, que se ha tomado muy mal el cambio.
Cayetana Álvarez de Toledo se va dando un portazo, con una comparecencia durísima contra el “señor Casado”. Por ahora, no renuncia a su escaño, así que regresará a un territorio que ya conoce: el de los desterrados. En tiempos de Rajoy lo llamaban “el valle de los caídos”; eran esas bancadas de atrás en el Congreso donde se sentaban todos aquellos a los que el marianismo había defenestrado. Tal fue su enfado en aquella época que Álvarez de Toledo acabó pidiendo el voto para Ciudadanos en una columna en El Mundo que muchos en el partido nunca han olvidado.
“Mi destitución es perjudicial para el PP”, dice Álvarez de Toledo, siempre modesta: “Casado necesita a su lado personas con criterio propio”. Y a juicio de la exportavoz, sus sustitutos no lo tienen. En su lugar, Casado nombra a Cuca Gamarra, exalcaldesa de Logroño. No es un perfil muy conocido, aunque tampoco lo son la mayor parte de los diputados del PP en esta legislatura. Ya se ocupó Teodoro García Egea de que todo aquel que pudiera hacer sombra al presidente del partido no fuera en las listas.
Sorprende más el nombramiento del alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, como nuevo portavoz nacional del PP. Por tres motivos. El primero, que Almeida ha hecho y ha dicho exactamente lo contrario a Casado en estos meses. Mientras el líder del PP fue siquiera incapaz de apoyar todas las prórrogas del Estado de alarma, Almeida ha logrado un acuerdo para la reconstrucción de Madrid con todos los partidos.
El segundo, que no había ningún portavoz nacional del PP: es un cargo nuevo. No lo son sus competencias. Quien hasta ahora ejercía esas funciones es el actual número dos de Casado, Teodoro García Egea, que pese a ganar la batalla contra Álvarez de Toledo tampoco sale reforzado.
El tercer motivo para la sorpresa es que es inédito que un alcalde de Madrid asuma labores de oposición; gobernar la primera ciudad de España debería ser un trabajo a tiempo completo. Que Casado tenga que buscar fuera del Congreso de los Diputados a un portavoz nacional es otra prueba más del desastre de esas listas electorales. No tiene a nadie más entre sus protegidos que le sirva para dar la imagen moderada que ahora busca.
Sustituir a Álvarez de Toledo y promocionar a Almeida es un giro de 180 grados en la estrategia de Casado. Es también el reconocimiento de un error. Cuando llegó la pandemia, Casado pensó que el Gobierno iba a tener su 11M, o su Prestige, y que Sánchez e Iglesias caerían como fruta madura, arrollados por las cifras de muertos y la crisis económica. Por eso exageró la crítica y se negó a arrimar el hombro, asumiendo que España eran los barrios ricos de Madrid y que sus votantes pensaban igual que los de Vox. Pronosticó que el Gobierno se hundiría en las encuestas, y no ha sido así. Y que la coalición se partiría, y tampoco ha ocurrido. Para Pablo Casado, promocionar a Almeida es tanto como aceptar que, durante todos estos meses, había estado completamente equivocado.
Es el reconocimiento de un error, y por eso lo anuncia a mitad de agosto. El mismo día –también con estivalidad y alevosía– en el que la Casa Real confirma al fin dónde se ha refugiado el rey emérito. El golfo Pérsico; en una de esas dictaduras sangrientas a las que Juan Carlos de Borbón llama “hermanos”.
En su despedida de la portavocía, Álvarez de Toledo sí avanzó una noticia interesante: que uno de los motivos que le dio Casado para su destitución es que le preocupaba cuál sería su actitud durante la negociación de los Presupuestos con el PSOE. De ser así, es toda una sorpresa, porque hasta ahora no había noticia de que el PP tuviera intención alguna de negociar nada que no fuera la rendición incondicional del Gobierno.
¿Este giro es el inicio de un distanciamiento de Vox y de José María Aznar? ¿Es solo un cambio cosmético? ¿Es un fusible que salta para que el cortocircuito no llegue más arriba?
Es dudoso que tal cosa vaya a suceder, pero si el nuevo Pablo Casado –con barba o sin ella– decide al fin abandonar el seguidismo de la extrema derecha y construir esa derecha europea y moderada en la que alguna vez tendría que convertirse el PP, bienvenida sea.
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