El PSOE ha ganado las elecciones. Pedro Sánchez vuelve a ser el más votado y también el único presidente posible. En porcentaje de votos, retrocede unas décimas. En escaños, pierde tres. La izquierda sigue siendo el bloque más amplio en el Congreso, pero con menos margen que en abril: siete escaños menos. El PSOE pierde la mayoría absoluta en el Senado. Y la extrema derecha se ha convertido en la tercera fuerza del país.
La repetición electoral no ha traído buenas noticias ni para España ni para la izquierda, algo que ya era evidente meses atrás. Solo queda el consuelo de que podría haber sido mucho peor y una enorme incertidumbre: si Vox tendrá una tercera oportunidad.
El partido ultra de Santiago Abascal es el gran ganador de esta noche electoral. Hace un año era una formación extraparlamentaria. Hoy cuenta con 52 escaños y no para de subir. Ha pasado del 10% al 15% de los votos: cinco puntos muy rentables porque se traducen en 28 diputados más, gracias a las carambolas de la ley electoral.
El crecimiento de Vox nace de un desplome histórico: el de Ciudadanos, que queda por debajo de ERC y es duda incluso que pueda mantener el grupo parlamentario –no lo tendrán si se aplican las mismas normas que Ciudadanos pedía hace no tanto para los demás–. En apenas dos años, Albert Rivera ha pasado de liderar las encuestas a un castañazo monumental, que deja a su partido herido de muerte. Pierde más de la mitad de sus votos –de 4,1 millones a 1,6– y se queda en una quinta parte de sus escaños. Después de no hacerlo durante la noche electoral, Rivera ha dejado la política y renunciado al escaño este lunes.
El Partido Popular mejora desde el desastre. El de este domingo fue su segundo peor resultado de los últimos treinta años, por mucho que Pablo Casado lo quiera festejar. Mantiene la segunda posición con algo más de margen, pero se enfrenta a un rival, Vox, que ataca los cimientos de su base electoral, que amenaza su hegemonía en algunos territorios clave y que puede ser mucho más difícil de derrotar de lo que fue Ciudadanos.
Mientras la extrema derecha esté tan fuerte, el PP lo tiene muy difícil para poder gobernar. No solo por la competencia en ese flanco: también por lo difícil que le resultará sumar más socios parlamentarios, en este escenario multipartidista, si el principal apoyo de la derecha está en Vox.
Unidas Podemos vuelve a caer. Se deja un punto y medio de sus votos –del 14,4% al 12,9%–, pierde siete escaños y no recupera la tercera posición. Desde 2016, la coalición liderada por Pablo Iglesias no ha parado de retroceder: ha perdido más de un tercio de los votos y la mitad de los escaños. Sin embargo, sus diputados siguen siendo imprescindibles para la investidura de Pedro Sánchez, que tendrá que reabrir una negociación que nunca debió fracasar.
Iglesias vence en su pulso contra Íñigo Errejón. Su ex número dos entra en el Congreso, pero con solo tres escaños: un resultado muy inferior a sus expectativas y a los votos que obtuvo en las autonómicas y municipales de mayo. Más País ha logrado en toda España casi los mismos votos que Manuela Carmena consiguió solo en la ciudad de Madrid. Su candidatura se presentaba en 18 provincias. Solo ha conseguido escaños en dos. La mitad de sus votantes se ha quedado sin representación.
Un dato relevante: entre Más País y Unidas Podemos tienen 34.500 más votos que Vox, pero 14 escaños menos. La ley electoral es así de cruel. Aunque, por bloques, es la derecha la más perjudicada, por el castañazo de Ciudadanos, que es quien más votantes deja sin representación. Ambos bloques prácticamente empatan en votos –43,99% en la izquierda frente 43,55% en la derecha–. Pero la izquierda tiene seis escaños más.
La calculadora de posibles pactos es bastante clara. La repetición electoral deja un Congreso con solo dos opciones de Gobierno e investidura. La primera, un acuerdo de izquierdas que sigue necesitando al PNV y a los independentistas –o a lo que quedó de Ciudadanos– para poder sumar. La segunda, una gran coalición entre PSOE y PP, que dudo mucho que vaya a ocurrir porque no interesa a ninguno de los dos. El PSOE solo la quiere para la investidura y si es gratis, y gratis no va a ser. Con la ultraderecha tan fuerte, Pablo Casado no parece tener margen para facilitar un acuerdo así.
Volvemos, por tanto, al mismo escenario de hace unos meses: a una negociación entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias que puede ser tan frustrante como lo ha sido hasta hoy. Porque el PSOE se ve más fuerte e insistirá en un gobierno en solitario. Y no parece que Pablo Iglesias tenga intención de dar su brazo a torcer.
Ambos tienen por delante una responsabilidad histórica: evitar que la extrema derecha tenga una tercera oportunidad. La paciencia de los votantes tiene un límite. Sánchez tiene que sentarse a negociar con Iglesias, dejar atrás los reproches y pactar lo antes posible una investidura y un Gobierno. Nadie entendería que desaprovechasen esta segunda oportunidad.