Colgué esta cita en el blog hace ya siete años y hoy, a través de Roger Senserrich, la he vuelto a releer. No comparto la tesis y es probable que Yasmina Reza tampoco; no lo dice ella, solo un personaje de una de sus obras. Puede que eso de la “oportunidad” fuese verdad para aquellos obreros que se quedaban deslocalizados en 2006, pero hoy, con un 27% de desempleo, no hay duda de que no es así. Seguro que muchos parados preferirían estar hoy en el fondo de una mina –que hace tiempo que no son esos pozos de silicosis y grisú de la revolución industrial– que al final de la cola del paro.
Sin embargo, es cierto que el mundo progresa, aunque sea lentamente: los datos de los últimas décadas sobre reducción de la pobreza mundial son esperanzadores. Pero no está tan claro que no pueda progresar aún más, o que la única manera de industrializar a los países pobres sea así, al estilo de Bangladesh: cumpliendo con todos los pasos de explotación laboral que tuvimos durante el siglo XIX durante la revolución industrial y sin que ese proceso se pueda acelerar, a través de la presión de los propios consumidores y de la diplomacia de los países prósperos que pongan freno al trabajo infantil y a las condiciones infrahumanas de algunas fábricas.
También es cuestionable que las indeseadas consecuencias de la globalización no se puedan paliar: que el aumento de la desigualdad en el primer mundo y la perdida de poder adquisitivo de las clases trabajadores sean algo inevitable; que la precariedad que provoca la globalización en los países desarrollados no se pueda compensar por medio de políticas redistributivas que eviten dejar al obrero deslocalizado en la miseria y (al menos en España, donde esto también se recorta) sin posibilidades de reciclaje laboral ni educación. Sin embargo, la provocadora cita es un buen arranque para el debate. ¿Cómo lo ves tú? Cuéntalo en los comentarios.
Colgué esta cita en el blog hace ya siete años y hoy, a través de Roger Senserrich, la he vuelto a releer. No comparto la tesis y es probable que Yasmina Reza tampoco; no lo dice ella, solo un personaje de una de sus obras. Puede que eso de la “oportunidad” fuese verdad para aquellos obreros que se quedaban deslocalizados en 2006, pero hoy, con un 27% de desempleo, no hay duda de que no es así. Seguro que muchos parados preferirían estar hoy en el fondo de una mina –que hace tiempo que no son esos pozos de silicosis y grisú de la revolución industrial– que al final de la cola del paro.
Sin embargo, es cierto que el mundo progresa, aunque sea lentamente: los datos de los últimas décadas sobre reducción de la pobreza mundial son esperanzadores. Pero no está tan claro que no pueda progresar aún más, o que la única manera de industrializar a los países pobres sea así, al estilo de Bangladesh: cumpliendo con todos los pasos de explotación laboral que tuvimos durante el siglo XIX durante la revolución industrial y sin que ese proceso se pueda acelerar, a través de la presión de los propios consumidores y de la diplomacia de los países prósperos que pongan freno al trabajo infantil y a las condiciones infrahumanas de algunas fábricas.