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La “dictadura” española contra la que merece la pena arriesgar la vida
La deriva demagógica de la derecha es muy peligrosa y está calando en una buena parte de la sociedad, como en esos altos mandos militares retirados, dispuestos a fusilar a “26 millones de hijos de puta”
3 de diciembre de 202022:09 h
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“Tenemos que defender la libertad como el bien más preciado que tiene el ser humano y por el que bien merece arriesgar la vida. Eso es lo que han hecho los valientes opositores cubanos y venezolanos, eso es lo que haremos la oposición en España”.
Pablo Casado, presidente del PP, 1 de diciembre de 2020
Hace meses que la derecha española juguetea con una idea peligrosa: la del gobierno ilegítimo. Un gobierno contra el que todo vale, pues no cuenta con el respaldo democrático. Un Gobierno “social comunista” al que hay que derribar a cualquier precio. Un Gobierno que quiere romper España, y transformar lo que quede de ella en una dictadura.
Lo dice Vox abiertamente, en cada ocasión. Lo dice con circunloquios Pablo Casado, el líder del PP, que esta semana superó un nuevo límite al comparar al gobierno español con los “regímenes liberticidas” de Cuba, Nicaragua y Venezuela. Un Gobierno que está poniendo en peligro la libertad, por la que “bien merece arriesgar la vida”.
“Es lamentable que 30 años después de la caída del Muro de Berlín aún haya que conjurarse para defender las sociedades abiertas frente a sus enemigos” defiende Casado, que usa un verbo con el que no caben muchas interpretaciones. Conjurarse: “Ponerse de acuerdo para hacer algo, especialmente contra el estado o el soberano”.
Es un discurso que conviene repasar, y que solo se puede analizar de dos maneras.
La primera interpretación es que el líder del PP realmente se cree lo que dice: que la democracia española está en peligro, que va a ser necesario “conjurarse” contra una dictadura comunista, que el Gobierno está derribando todas las instituciones –el Parlamento, la prensa, la Justicia...– y está a punto de encarcelar a los disidentes. O incluso matarlos y por eso la oposición “arriesga la vida” en defensa de la libertad.
La segunda interpretación es más sencilla: que el propio Pablo Casado no se crea sus palabras. Que toda esta soflama sea solo puro populismo: un discurso demagógico con el que intentar tapar el agujero de votos que desangra al PP a favor de Vox.
¿Es el líder de la oposición un hipócrita? ¿O realmente Casado teme por su vida, y cree que la tendrá que sacrificar en defensa de la libertad?
No está claro cuál de las dos interpretaciones es la real, pero ninguna deja demasiado bien a un líder de la oposición que hace poco más de un mes prometió en la tribuna del Congreso distanciarse de Vox y que ahora de nuevo se deja arrastrar por la ultraderecha. Casado un día reivindica el centro y al siguiente hace un discurso al que Santiago Abascal no le cambiaría ni una letra.
Es una deriva muy peligrosa, pues está calando en una buena parte de la sociedad. Como esos altos mandos militares retirados, dispuestos a fusilar a “26 millones de hijos de puta” para salvar España. Esos a los que Vox defiende como “nuestra gente”. Porque lo son. Sin ser mayoritarios, la presencia de la extrema derecha entre las fuerzas de seguridad del Estado es un problema real, más allá de este episodio que no es, por desgracia, anecdótico.
Es difícil imaginar un golpe de Estado militar en la Europa democrática. Pero el riesgo de involución sigue presente, y el fenómeno de la crispación y la polarización sirve a ese propósito. Lo ha vivido el país más rico del mundo, Estados Unidos, que se ha salvado del golpe de Estado que ha intentado Donald Trump porque el resultado electoral fue holgado. No por falta de ganas o de precedentes: George Bush robó la presidencia a Al Gore por una cacicada del Tribunal Supremo estadounidense, que paró el recuento en Florida. Los golpes del siglo XXI se dan siempre en los juzgados.
En España, la última semana ha dejado aún más claro el aislamiento y la frustración de la derecha. El amplio pacto de la izquierda con catalanes y vascos ha configurado una mayoría letal para el PP y Vox, que en el penúltimo trámite parlamentario se han descalificado mutuamente. No solo porque salgan adelante los Presupuestos. También por lo que supone ese acuerdo.
Tras el fin del bipartidismo, la gobernabilidad del país depende de los partidos catalanes, vascos, valencianos, gallegos... No hay dos Españas: hay tres. Y la llave del Parlamento la tiene esa tercera España periférica con la que la derecha tiene imposible pactar mientras Vox forme parte de sus filas.
Para la derecha, que los Presupuestos salgan adelante con los votos de Bildu, o de los independentistas catalanes es una provocación intolerable. También genera reticencias entre una buena parte de los votantes del PSOE, a pesar de que ETA hace diez años que no mata y Bildu sea hoy un partido legal y que rechaza la violencia. Pero que la izquierda pueda entenderse con esa tercera España, y que esa mayoría de los Presupuestos sea hoy incluso más amplia que la de la investidura o la moción de censura, es una pésima noticia para el PP. Solo dejando sin derechos políticos a una gran parte de España –considerando que sus representantes no son válidos, o ilegalizando sus votos– esta derecha extrema puede sumar en la España de hoy los apoyos necesarios para gobernar.
Por eso estos ataques furibundos ante el voto de estos partidos a los Presupuestos. Si Bildu y los independentistas se convierten en actores políticos legítimos, con los que se puede pactar, el bloque de la derecha tiene casi imposible sumar más escaños que el de la izquierda. Puede que PP, Vox y lo que quede de Ciudadanos superen en diputados a PSOE y Unidas Podemos en unas próximas elecciones. Pero mucho tendría que caer la izquierda para que esa derecha alcance los 176 escaños, la mayoría absoluta que necesita. Y si la ultraderecha forma parte de esa hipotética alianza, catalanes y vascos estarán en contra. La única opción que tiene el PP para gobernar es que esos diputados vascos y catalanes no cuenten.
Es el mismo fenómeno que ocurre ya en Francia, donde el Frente Nacional no parece que pueda llegar a la presidencia de la República, a pesar de ser el primer partido del país. Hay una mayoría aún más grande en su contra, que une a partidos rivales pero que ponen pie en pared contra el fascismo.
Salvo que el PP reabsorba a Vox, salvo colapso histórico de la izquierda, la derecha hoy lo tiene muy difícil para recuperar el Gobierno.
La amplia mayoría absoluta que este jueves ha aprobado los Presupuestos en el Congreso lleva ahí desde las generales de diciembre de 2015, desde el fin del bipartidismo. Desde entonces, ha habido otras cuatro elecciones generales, pero en todas ellas se ha repetido siempre el mismo esquema: la izquierda y la tercera España sumaban la mayoría absoluta. Si no gobernaron desde 2015 fue por la imposibilidad de entenderse.
La inestabilidad política de los últimos cinco años responde a esa división, hoy en apariencia resuelta. Tras este acuerdo presupuestario, que garantiza la legislatura, entramos en una nueva época. Irónicamente, la amenaza de Vox ha reforzado este acuerdo entre la izquierda y la tercera España.
Mientras la derecha no modere sus posiciones y pueda volver a pactar con catalanes y vascos, tiene imposible el Gobierno. Paradójicamente, la competición con Vox les está llevando justo al otro extremo.
Por eso están tan enfadados. Por eso están tan crispados. Por eso ven una dictadura totalitaria a la que combatir donde solo hay un parlamento democrático que representa a la soberanía popular de esa España a la que tanto dicen amar. Una España donde ellos, por sus propios errores, ya no son los que mandan.
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