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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Los fraudes imaginarios no justifican los recortes de verdad

En un mundo paralelo, hay una España donde los parados se gastan el subsidio de desempleo en televisiones de plasma, las universitarias sin recursos emplean el dinero de la beca en ponerse tetas y los inmigrantes sin papeles practican el turismo sanitario. Estos fraudes imaginarios sirven para justificar atropellos de lo más real: que se recorte la ayuda a los parados, que se deje a miles de universitarios sin poder estudiar o que haya gente que se muera por perder su derecho a la sanidad.

Quienes difunden semejantes infundios pretenden convertir la leyenda urbana en realidad, creen que el plural de “anécdota” es “dato” y confunden el “me lo comentó una amiga” con fuentes de toda solvencia. Sin embargo, el verdadero problema no es que propaguen estas mentiras sin contrastar; por desgracia, esto ya es algo habitual. La gran trampa consiste en utilizar estos casos fraudulentos –los imaginarios y los de verdad– como argumento para desmontar el Estado del bienestar.

No sé si en España existe esa estudiante descerebrada que se ha gastado el dinero de la beca en operarse las tetas. Me cuesta creerlo, pero es posible que haya pasado en alguna ocasión; no lo sé. Pero es evidente que existen abusos y que hay gente que cobra las becas o el subsidio de desempleo de forma irregular. Es otra de las nefastas consecuencias de tener un país con el 20% de su economía sumergida y un enorme fraude fiscal: parte de los subsidios acaban en manos de tramposos y defraudadores; hay quien accede a las becas y demás ayudas del Estado del bienestar porque no declara su renta real.

Obviamente, éste es un problema que habría que arreglar. Pero la solución pasa por eliminar el fraude: no las ayudas. Recortas las becas porque alguno hace trampas sería tan injusto como prohibir los aviones para evitar que alguien vuelva a construir otro aeropuerto peatonal como el de Castellón.

Los principales damnificados por los fraudes en el Estado del bienestar son, precisamente, quienes menos tienen; son ellos los estafados, no el Gobierno. Si recortan estas ayudas y becas con el argumento de que se producen algunos abusos, los están atropellando dos veces.

En un mundo paralelo, hay una España donde los parados se gastan el subsidio de desempleo en televisiones de plasma, las universitarias sin recursos emplean el dinero de la beca en ponerse tetas y los inmigrantes sin papeles practican el turismo sanitario. Estos fraudes imaginarios sirven para justificar atropellos de lo más real: que se recorte la ayuda a los parados, que se deje a miles de universitarios sin poder estudiar o que haya gente que se muera por perder su derecho a la sanidad.

Quienes difunden semejantes infundios pretenden convertir la leyenda urbana en realidad, creen que el plural de “anécdota” es “dato” y confunden el “me lo comentó una amiga” con fuentes de toda solvencia. Sin embargo, el verdadero problema no es que propaguen estas mentiras sin contrastar; por desgracia, esto ya es algo habitual. La gran trampa consiste en utilizar estos casos fraudulentos –los imaginarios y los de verdad– como argumento para desmontar el Estado del bienestar.