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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Gernika, 1937

6 de abril de 2022 00:23 h

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Fue un pequeño milagro en el Congreso: ver a la práctica totalidad de los diputados y senadores, por primera vez en mucho tiempo, aplaudiendo de forma casi unánime el discurso del presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski. Todos salvo el diputado del BNG, otro de IU y los representantes de la CUP (que explican sus motivos en este artículo). Todos, incluida la ultraderecha de Vox, que probablemente no se enteró muy bien de la parte del discurso en la que Zelenski trazó un paralelismo entre lo que hoy pasa en su país y el bombardeo de Gernika: “Estamos en abril de 2022, pero parece abril de 1937”.

El consenso duró poco. Al rato, el europarlamentario de Vox Hermann Tertsch desmarcó a su partido de lo ocurrido, y volvió a lo de siempre: a negar los crímenes franquistas, empezando por el bombardeo de Gernika. Solo le faltó acusar a Zelenski de reabrir viejas heridas, pero es coherente con lo que representa. No nos engañemos: lo que más se parece a Putin en Europa es Le Pen, es Abascal y es Salvini. Por eso todos ellos felicitaron este domingo al ultra Viktor Orban por su victoria en Hungría. Por eso Orban, en su primer discurso como ganador, citó a Zelenski y a Bruselas entre sus “adversarios”.

Pero volvamos a Gernika, y al paralelismo trazado por Zelenski, un político muy hábil que en el Congreso tocó un nervio muy sensible. Hoy, igual que ayer, hay quien busca enterrar los crímenes de guerra con propaganda. En 1937, los fascistas intentaron presentar esa matanza como un incendio provocado por los propios republicanos. En el caso de la masacre de Bucha, las mentiras son muy parecidas: siempre consiste en presentar a las víctimas como verdugos.

A pesar de la propaganda rusa, las evidencias encontradas en Bucha son palmarias. No hay un solo periodista serio de los muchos que están sobre el terreno en Ucrania que no esté recogiendo los mismos testimonios y pruebas, que documentan también distintas organizaciones no gubernamentales. Solo desde el sectarismo más extremo se pueden negar esos crímenes y quiénes son sus responsables. 

A medida que las pruebas sobre lo ocurrido en Bucha son más cruentas, los partidarios de Putin han variado su discurso. Primero el ‘y tú más’ –al estilo de Tertsch, que justificaba Gernika con Paracuellos–. Y más tarde las mentiras han sido aún más repugnantes, con discursos partidarios de “reeducar” y “liquidar” a todos los ucranianos, a los que se acusa de nazis. 

Es cierto, y así lo hemos contado en elDiario.es en numerosos artículos, que Estados Unidos tiene en su historial una larga lista de invasiones, torturas y guerras ilegales. Que la geopolítica rara vez tiene que ver con los derechos humanos, sino con los intereses económicos. Ojalá algún día en el Congreso todos los partidos aplaudieran a un presidente palestino. Es también cierto el sentimiento de humillación de Rusia tras el colapso de la URSS; y el error que supuso por parte de la OTAN la expansión hacia el este, o dar esperanzas a Ucrania de una entrada en la alianza que nunca se materializó. Es exacto recordar que el gobierno ucraniano no cumplió con los tratados firmados en Minsk –tampoco cumplió Rusia los de 1994, cuando Ucrania renunció a sus armas nucleares–. Y que hace años que operan en el Donbas milicias neonazis, con la pasividad de los distintos gobiernos.

Todo esto ayuda a entender los orígenes de esta guerra. Pero en ningún caso la justifica. Nada puede servir para justificar una invasión imperialista, como la que Putin ha puesto en marcha. Ni las masacres contra civiles, que ni siquiera son novedad en el déspota ruso. Hoy es Bucha. Antes fue Grozni, o Alepo.

Vladimir Putin simboliza exactamente lo opuesto a los derechos humanos. A la libertad. A la igualdad. A la paz. A la democracia. Al respeto por las minorías. Basta con escuchar cualquiera de sus discursos para identificar en él las pulsiones y los métodos del fascismo

Putin es exactamente lo contrario a los valores editoriales de elDiario.es y de la inmensa mayoría de sus lectores. Pese a ello, en las últimas semanas, han sido varias decenas los socios y socias que se han dado de baja de elDiario.es por nuestra cobertura de esta guerra, acusándonos de participar en una campaña de propaganda “a sueldo de la OTAN”. 

Pocas acusaciones peores se pueden hacer a un periodista que estar vendido. Y entiendo que cuando algunos socios nos lanzan palabras tan gruesas lo hacen como una hipérbole, con la que mostrar su descontento. Desde luego os aseguro que no es así: que todos y cada uno de los artículos que publicamos en elDiario.es los decidimos exactamente con la misma independencia y autonomía que hemos tenido desde nuestro nacimiento, hace ya casi diez años. Que en esta redacción solo estamos a sueldo de nuestros lectores, y trabajamos con la honestidad de siempre. 

Es posible que hayamos cometido errores, eso seguro. Nos podemos equivocar, pero no nos hemos vendido.

No es la primera vez que nos enfrentamos a un fenómeno así entre una pequeña parte de nuestra comunidad de socios. A una desconfianza colosal por parte de una minoría entre ellos, que nos acusa de haberles traicionado, y de traicionar también nuestro compromiso con la verdad de los hechos y con el buen periodismo. 

La anterior ocasión en la que pasó algo parecido fue con la pandemia, donde tuvimos algunas bajas de socios que nos acusaban de estar “vendidos a las farmacéuticas”, por no reflejar la voz de aquellos que primero negaron el virus y después recetaron lejía como remedio. Entonces, igual que hoy, los críticos con nuestra cobertura sobre la pandemia nos enlazaban a supuestos expertos de youtube a los que estábamos “silenciando”. A medida que la realidad les dejaba en evidencia, cambiaban sus argumentos. 

Creo que una de las razones por las que esto ocurre es la sospecha ante la unanimidad. Y en parte lo entiendo: los errores de la prensa han sido muchos. Y quienes apoyan económicamente a elDiario.es son lectores críticos, que desconfían, que dudan, y que han sido traicionados demasiadas veces.

He respondido personalmente a todos los socios que me han escrito tras darse de baja por nuestra cobertura de esta guerra, igual que antes lo hice con quienes nos dejaron por “vendernos a las farmacéuticas”. Muchos de ellos han entendido nuestros argumentos y han reactivado su suscripción. Otros no, y de verdad lo lamento. Pero en elDiario.es nuestro primer compromiso es con la verdad. Y no vamos a traicionarnos.

Fue un pequeño milagro en el Congreso: ver a la práctica totalidad de los diputados y senadores, por primera vez en mucho tiempo, aplaudiendo de forma casi unánime el discurso del presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski. Todos salvo el diputado del BNG, otro de IU y los representantes de la CUP (que explican sus motivos en este artículo). Todos, incluida la ultraderecha de Vox, que probablemente no se enteró muy bien de la parte del discurso en la que Zelenski trazó un paralelismo entre lo que hoy pasa en su país y el bombardeo de Gernika: “Estamos en abril de 2022, pero parece abril de 1937”.

El consenso duró poco. Al rato, el europarlamentario de Vox Hermann Tertsch desmarcó a su partido de lo ocurrido, y volvió a lo de siempre: a negar los crímenes franquistas, empezando por el bombardeo de Gernika. Solo le faltó acusar a Zelenski de reabrir viejas heridas, pero es coherente con lo que representa. No nos engañemos: lo que más se parece a Putin en Europa es Le Pen, es Abascal y es Salvini. Por eso todos ellos felicitaron este domingo al ultra Viktor Orban por su victoria en Hungría. Por eso Orban, en su primer discurso como ganador, citó a Zelenski y a Bruselas entre sus “adversarios”.