Todos los medios conservadores dieron a Albert Rivera como ganador de la primera noche de debate. Esto ha tenido consecuencias en la segunda vuelta, donde la lucha de las derechas ha sido, en esta ocasión, feroz por ambos bandos. Pablo Casado se olvidó de que Rivera “no es su adversario”, como le dijo el lunes, y pasó al ataque en ambos frentes: contra el PSOE y contra Ciudadanos, que también le devolvió los golpes.
La batalla en la derecha fue cruenta: entre ellos y, para puntuar, endureciendo aún más sus críticas contra Pedro Sánchez. El resultado fue un debate mucho más vivo, menos encorsetado, más rápido, pero también más airado, subido de revoluciones, sobrado de crispación, falto de propuestas, faltón y, en algunas ocasiones, ininteligible.
Los candidatos de PP y Ciudadanos se jugaban mucho. Entre ellos, y también en relación con el gran ausente, Vox, donde alguien tan soso como Santiago Abascal habría pasado por un estadista esta noche, al lado de los otros dos candidatos de la derecha. Casado afronta el riesgo de caer por debajo de los cien escaños, como apuntan la gran mayoría de las encuestas, y pasar a la historia de la derecha como el candidato del PP con el peor resultado desde 1982. Rivera, perder su última oportunidad para asaltar La Moncloa; salvo que gobierne, a la tercera, probablemente será su derrota definitiva.
Pablo Casado empezó esta precampaña superando a Vox en los insultos contra el presidente del Gobierno –traidor, felón, iluminado, inútil...– . Y su plan para esta última semana era moderarse e intentar disputar el voto centrista al PSOE y a Ciudadanos. En su cabeza parecía una gran idea, asumiendo que la gente no tiene memoria y que jugaba solo en el tablero de la derecha.
El resultado ha sido algo distinto. El lunes, Rivera le robó la merienda entre sus votantes y se llevó el aplauso casi unánime de la derecha –que si en algo está de acuerdo es en el desprecio absoluto a Sánchez–. El martes, Rivera se pasó de revoluciones y Casado recuperó sus mentiras más flagrantes y ya varias veces desmentidas para intentar seguir su ritmo.
El candidato del PP volvió a repetir sus datos económicos falseados, mostró gráficos manipulados, habló de que la inestabilidad política ha provocado una “crisis económica” (cuando crecemos al 2,6%), presumió de feminismo por tener esposa y madre y defendió la mano dura contra la corrupción con el principal responsable de vigilar la corrupción de su partido imputado. Sirvió de poco, salvo para la pequeña batalla con Vox y Ciudadanos. Dudo que Casado robase ayer un solo voto centrista al PSOE de Sánchez.
Pablo Iglesias fue el candidato más sólido en sus intervenciones. También el más propositivo. Y en esta ocasión sí bajó al ring frente a los los candidatos de la derecha –muy contundente frente al “maleducado” Albert Rivera– y abandonó la teoría constitucional de la primera noche. Arrancó a Pedro Sánchez un muy leve compromiso de no pactar con Ciudadanos –“No está en mis planes pactar con un partido que ha puesto un cordón sanitario al PSOE”, aseguró el candidato socialista–. Y debatió con Sánchez en un tono constructivo, muy diferente del hosco enfrentamiento que se vivió entre la derecha.
Pedro Sánchez volvió a salir vivo del envite, y si vas el primero en las encuestas esto siempre es una suerte de victoria. También estuvo menos rígido que en la primera vuelta y entró más al cara a cara frente Rivera y Casado, sin evadirse con “el día de la Tierra” cuando el tema no le convenía. La clara alineación de Ciudadanos en el bloque de la derecha y su competición con Vox y con el PP también le dejó a mano una enorme bolsa de votantes: la de los centristas que ha abandonado Albert Rivera en su nada disimulada apuesta por gobernar con la extrema derecha de Vox y la derecha populista de Casado.
El debate en dos tragos consecutivos tendrá influencia en las urnas porque en estas dos noches se concentra una campaña electoral bastante anómala. Los primeros siete días no contaron casi para nada, con la Semana Santa de por medio. Los que quedan hasta el domingo dudosamente tendrán la electricidad de estas dos noches.
Falta por determinar qué influencia tendrá la ausencia de Vox en los debates. Si su campaña de mentiras y odio en las redes sociales y los grupos de whatsapp son más eficaces que la televisión, como ya pasó con la victoria de Bolsonaro en Brasil o en el Brexit.
Si las encuestas aciertan con Vox, gobernará la izquierda. Si esas plazas de toros colmadas con el himno de la legión que logra la extrema derecha en esta campaña no son el indicador adelantado de una ola reaccionaria que no se está midiendo bien, Pedro Sánchez seguirá en La Moncloa.
Pero si las encuestas fallan, Casado y Rivera tardarán menos de una hora en volver a ser los mejores amigos que eran antes. Con Santiago Abascal en la foto del Consejo de Ministros.
Todos los medios conservadores dieron a Albert Rivera como ganador de la primera noche de debate. Esto ha tenido consecuencias en la segunda vuelta, donde la lucha de las derechas ha sido, en esta ocasión, feroz por ambos bandos. Pablo Casado se olvidó de que Rivera “no es su adversario”, como le dijo el lunes, y pasó al ataque en ambos frentes: contra el PSOE y contra Ciudadanos, que también le devolvió los golpes.
La batalla en la derecha fue cruenta: entre ellos y, para puntuar, endureciendo aún más sus críticas contra Pedro Sánchez. El resultado fue un debate mucho más vivo, menos encorsetado, más rápido, pero también más airado, subido de revoluciones, sobrado de crispación, falto de propuestas, faltón y, en algunas ocasiones, ininteligible.