El himno nacional es un símbolo. Su entrada en el debate público hoy simboliza mucho más. El inesperado éxito que ha logrado Marta Sánchez entre una parte de la sociedad y los principales dirigentes de PP y Ciudadanos, con su letra para el himno, solo se explica por esta situación excepcional en la que vive España. El procés catalán ha sido respondido por un “a por ellos” español, tan unilateral y anacrónico como el propio independentismo que pretende combatir. Hemos caído en una espiral nacionalista donde los dos partidos de la derecha española compiten por ser muy español y más español, subiéndose a esa ola que realmente vive una gran parte de la sociedad.
No es siquiera novedad y la simetría es evidente. Lo mismo pasó antes en el mundo independentista, donde la competencia entre los partidos provocó otra espiral nacionalista, que desembocó en una DUI irresponsable, apoyada por menos de la mitad de la población catalana. Ahora es la competencia entre la derecha española, entre Ciudadanos y el PP, la que achica el espacio para cualquier salida política de largo plazo al conflicto catalán y abona un terreno fértil para himnos y banderas. O para cuestionar desde Madrid el modelo autonómico en asuntos tan sensibles como la educación. Vivimos un reflujo centralizador, en gran medida provocado por los excesos del nacionalismo catalán. Vivimos una contrarreforma y el auge del himno es un símbolo, un síntoma más.
Intentos de poner letra al himno nacional los ha habido por decenas. Todos antes fracasaron. No descarten que esta última propuesta llegue a más, fruto del momento excepcional y de esa competencia entre PP y Ciudadanos por el voto nacional. También rema a favor del himno de Marta Sánchez el estrecho margen de maniobra parlamentaria de M. Rajoy. El Gobierno es incapaz de aprobar una sola ley y está necesitado de cualquier debate político que no pase por los tribunales y la corrupción. A falta de Presupuestos Generales del Estado, prefieren hablar del himno nacional.
La letra que propone Marta Sánchez no me gusta, y no solo porque crea que la unidad española no se defiende con símbolos, sino convenciendo a esa mitad de los catalanes que se quieren marchar. Decir que España es grande es también decir que los otros son pequeños. Si es un orgullo nacer en España, nacer fuera de ella sería una deshonra. Dar “gracias a Dios” casa mal con esa España que, constitucionalmente, dice ser aconfesional.
Sin embargo, es cierto que la letra tiene el espíritu de un himno, especialmente si la comparamos con las del resto de los países. Todas ellas con más de cien años de antigüedad. También llegamos tarde este tren. Las naciones europeas se construyeron en el XIX, cuando ser ciudadano en vez de súbdito era un avance revolucionario; cuando la soberanía dejó de residir en el monarca para pasar al pueblo. En España, las élites conservadoras primero se opusieron a la patria porque suponía quitar autoridad al rey. La nación, en aquel momento, era una idea peligrosa, nacida del 1789 francés. Más tarde esas mismas élites españolas integraron el concepto de patria, asumiendo lo peor de esa idea en el nacionalcatolicismo que vino después.
Por eso las letras de los himnos son así. Hijas de su tiempo; supremacistas y xenófobas. También violentas en muchos casos, porque nacen ahí: de la exaltación nacional y las guerras. De la victoria frente al otro, que es inferior. De una época tan convulsa y violenta como fue el siglo XIX y la primera mitad del XX.
Frente a esas letras y esos himnos, me quedo con el más bello que hay. Es el Himno de la Alegría, el himno oficial de esa Unión Europea que se levantó precisamente para enterrar para siempre el nacionalismo y su sangre. Lo compuso Ludwig van Beethoven, es un movimiento de su novena sinfonía, y tampoco tiene letra oficial –aunque en origen Beethoven lo compusiera para poner música a un poema del poeta alemán Friedrich Schiller y en España sea popular la versión que interpretaba Miguel Ríos–. La versión oficial como himno de la UE no tiene letra, entre otras cosas porque Europa asume sus distintas lenguas con normalidad, sin querer imponer una sobre las demás. Porque la Unión Europea siempre supo que el único Estado europeo posible era multilingüe y plurinacional. Como la propia UE explica, la música, por sí sola, “es un lenguaje universal”.
El himno nacional es un símbolo. Su entrada en el debate público hoy simboliza mucho más. El inesperado éxito que ha logrado Marta Sánchez entre una parte de la sociedad y los principales dirigentes de PP y Ciudadanos, con su letra para el himno, solo se explica por esta situación excepcional en la que vive España. El procés catalán ha sido respondido por un “a por ellos” español, tan unilateral y anacrónico como el propio independentismo que pretende combatir. Hemos caído en una espiral nacionalista donde los dos partidos de la derecha española compiten por ser muy español y más español, subiéndose a esa ola que realmente vive una gran parte de la sociedad.
No es siquiera novedad y la simetría es evidente. Lo mismo pasó antes en el mundo independentista, donde la competencia entre los partidos provocó otra espiral nacionalista, que desembocó en una DUI irresponsable, apoyada por menos de la mitad de la población catalana. Ahora es la competencia entre la derecha española, entre Ciudadanos y el PP, la que achica el espacio para cualquier salida política de largo plazo al conflicto catalán y abona un terreno fértil para himnos y banderas. O para cuestionar desde Madrid el modelo autonómico en asuntos tan sensibles como la educación. Vivimos un reflujo centralizador, en gran medida provocado por los excesos del nacionalismo catalán. Vivimos una contrarreforma y el auge del himno es un símbolo, un síntoma más.