Más allá de Cospedal y su particular pucherazo manchego, solo hay un precedente en Europa de una reforma de la ley electoral como la que hoy cocina Mariano Rajoy: sin consenso, a la medida del partido en el Gobierno y a unos pocos meses de las elecciones. Fue Silvio Berlusconi, en 2006. Fue una ley tan despótica, indecente y antidemocrática que ha pasado a la historia de Italia como la “porcellum” o “porcata”: la ley cerdada.
La cerdada electoral que prepara Mariano Rajoy para las próximas municipales contiene los mismos ingredientes que la de Berlusconi, por lo que se merece idéntico título. Es tan oportunista como interesada y las prisas solo se explican porque las elecciones están a la vuelta de la esquina y el PP tiene miedo de perder gran parte de las alcaldías que hoy gobierna. Es también cínica e hipócrita; es un insulto a la inteligencia de los ciudadanos que se disfrace de regeneración democrática lo que es justo lo contrario: un ataque a las bases de la democracia. La ley cerdada de Rajoy es un pucherazo preventivo porque no estaríamos en este manipulado debate sobre la elección directa del alcalde sin la reciente irrupción de Podemos y el nuevo mapa político, con una izquierda dividida pero muy movilizada.
“Todos los sistemas electorales son opinables y discutibles, y por supuesto que se puede modificar la ley electoral, pero lo más importante es que cualquier modificación se haga con un gran consenso”. La frase es de Mariano Rajoy, ese hombre de palabra. Lo dijo en febrero de 2013, cuando prometió que nunca modificaría la ley electoral por mayoría.
Las promesas de Rajoy hace ya mucho que no valen nada, pero la convivencia de los españoles es tremendamente valiosa. Se puede romper. Trampear la ley electoral a unos meses de las urnas para anular los votos de millones de ciudadanos –de todos aquellos que no quieran votar a los dos primeros partidos de cada municipio– es un secuestro de la voluntad ciudadana; un puñetazo en el estómago de esta democracia ya de por sí vapuleada.
P.D. Siete años después, en 2013, la “cerdada” de Berlusconi fue anulada por el Tribunal Constitucional italiano. “Porcada” también se puede traducir como “mierda”, la ley mierda, pero el gráfico nombre de aquella reforma electoral no lo puso la oposición. Fue el propio político que la redactó –Roberto Calderoni, de La Liga Norte–, quien así la bautizó al reconocer públicamente que aquella reforma era una enorme cagada. Acertó. A pesar de la jugarreta, Silvio Berlusconi perdió aquellas elecciones.
Más allá de Cospedal y su particular pucherazo manchego, solo hay un precedente en Europa de una reforma de la ley electoral como la que hoy cocina Mariano Rajoy: sin consenso, a la medida del partido en el Gobierno y a unos pocos meses de las elecciones. Fue Silvio Berlusconi, en 2006. Fue una ley tan despótica, indecente y antidemocrática que ha pasado a la historia de Italia como la “porcellum” o “porcata”: la ley cerdada.
La cerdada electoral que prepara Mariano Rajoy para las próximas municipales contiene los mismos ingredientes que la de Berlusconi, por lo que se merece idéntico título. Es tan oportunista como interesada y las prisas solo se explican porque las elecciones están a la vuelta de la esquina y el PP tiene miedo de perder gran parte de las alcaldías que hoy gobierna. Es también cínica e hipócrita; es un insulto a la inteligencia de los ciudadanos que se disfrace de regeneración democrática lo que es justo lo contrario: un ataque a las bases de la democracia. La ley cerdada de Rajoy es un pucherazo preventivo porque no estaríamos en este manipulado debate sobre la elección directa del alcalde sin la reciente irrupción de Podemos y el nuevo mapa político, con una izquierda dividida pero muy movilizada.