El blog personal del director de elDiario.es, Ignacio Escolar. Está activo desde el año 2003.
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La mentira industrial, la que hoy calificamos como ‘propaganda’, nace con las grandes guerras del siglo XX. Hoy esas mentiras nos parecen toscas, pero carecemos de los anticuerpos culturales contra la nueva manipulación digital
30 de marzo de 202222:35 h
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Contra el tópico, es falso que seamos “el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra”. Todo lo bueno y lo malo que somos se explica porque el humano es el único animal que transmite sus conocimientos de una generación a la siguiente. Si tropezamos dos veces es porque la piedra no es exactamente igual que la anterior. Porque cambia de aspecto o de lugar.
Hubo un tiempo, antes de la Segunda Guerra Mundial, en que la palabra ‘propaganda’ no estuvo cargada de las connotaciones negativas que tiene hoy. No es que antes no existieran las mentiras. Ni que no se hubieran utilizado para manipular a un pueblo con el engaño más atroz: que merece la pena matar o morir por una clase dominante que siempre se queda en la retaguardia. Pero la mentira industrial, la que hoy calificamos despectivamente como propaganda, nace con las grandes guerras. Igual que las dos grandes guerras, en su cruda y sangrienta brutalidad, son también hijas de la revolución industrial.
La industria lo cambió todo. La forma de matar, simbolizada en esas cargas de caballería contra un nido de ametralladoras y, más tarde, en el horror de esos bombardeos masivos que empezaron en Gernika y arrasaron después Londres, Dresde o Hiroshima. Y también cambió la forma de mentir: con la tecnología de las ondas y la electricidad. Sin ella, sin la propaganda masiva del cine y la radio, no se entienden las guerras del siglo XX. Sin conocer esa historia, la de los cambios tecnológicos, tampoco se entienden las mentiras de hoy.
¿Cómo explicar que un pueblo culto y avanzado, como lo era hace un siglo el alemán, cayera en las mentiras de la propaganda nazi? ¿Cómo fueron engañados con manipulaciones tan burdas como ese famoso cartel de los judíos retratados como ratas? Hoy vemos esas mentiras y nos parecen toscas, un truco donde se ve la trampa y el cartón. Usamos la palabra ‘propaganda’ como sinónimo de una manipulación simple y sencilla de diagnosticar. Pero aquellas sociedades de hace un siglo fueron las primeras en enfrentarse a la propaganda industrial sin contar con los anticuerpos que tenemos hoy. Por eso fue tan eficaz.
No sabemos cuáles serán las últimas consecuencias del modo en que se multiplican y prosperan las mentiras de hoy
Nuestra generación, ante la revolución digital, es como aquella que empezó a fumar sin saber que el tabaco producía cáncer. O como las primeras víctimas de la propaganda industrial, un siglo atrás. Tropezamos con una piedra diferente, distinta a la anterior. Porque no tenemos anticuerpos culturales contra la nueva manipulación digital. No tenemos los conocimientos previos, ni la experiencia. Tampoco sabemos cuáles serán las últimas consecuencias del modo en que se multiplican y prosperan las mentiras de hoy.
Pensábamos que la democratización de la Red sería la mejor vacuna contra la propaganda y la desinformación. No ha sido así, a pesar de las buenas noticias que también nos ha traído Internet. Porque toda tecnología, en manos del ser humano, siempre sirve para lo mejor y lo peor.
Las causas de estos embustes son las mismas, eso no cambió. Toda pirámide social se sustenta sobre los cimientos de la información: de verdades, mentiras y valores compartidos. Y quien controla la información, controla la sociedad. La propaganda siempre fue una herramienta de poder, normalmente al servicio del poder o de quien busca conseguirlo. La mentira de masas es la primera palanca para la dominación, que es lo contrario al ideal democrático.
Es eso, la democracia, lo que hoy está en cuestión.
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Este artículo forma parte del último número de nuestra revista: Las mentiras (y la guerra) que amenazan a la democracia. Es un nuevo monográfico, dedicado a la manipulación: a cómo los bulos y la desinformación acaban destruyendo los cimientos de nuestra sociedad.
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