Pablo Casado es el nuevo presidente del Partido Popular y una de las primeras cosas que tendrá que hacer es comerse sus palabras sobre las “alianzas de perdedores”. Casado, el segundo en el voto de los militantes, ha ganado frente a la candidata más votada, Soraya Sáenz de Santamaría, gracias al apoyo de María Dolores de Cospedal, que bajo ningún concepto iba a permitir que su archienemiga gobernase el PP. También ha resultado vencedor porque su campaña, sin ninguna duda, ha sido mucho mejor que la de su rival desde el primer día hasta el final. Desde el debate inexistente –que no se hizo porque Santamaría sabía que lo iba a perder– hasta los discursos de este sábado, donde Casado, para su público, ha estado francamente mejor.
Santamaría usó tres argumentos en su campaña de primarias frente a Casado. Que era la que podía ganar elecciones. Que tenía experiencia de gestión. Que era mujer. Fueron los mismos que en su momento usó Susana Díaz. Le ha ido igual de mal.
La vicepresidenta siempre fue un poder vicario en el Partido Popular, un poder supeditado al liderazgo de Mariano Rajoy, sin apoyos en el partido. Y a pesar de que el expresidente del Gobierno en las últimas semanas se empleó, su empuje no ha bastado para dar la vuelta a unas primarias cuyo poco democrático reglamento –esas dos vueltas a militantes y a compromisarios– son un ejemplo de lo que no se debe hacer. El nuevo líder del PP nace con una primera derrota en su haber. Ha ganado entre las élites de partido, pero no entre sus militantes. Sus rivales en el Congreso se lo recordarán en cada ocasión.
Pablo Casado era el más temido por Ciudadanos –que pierde su diferenciación– y también el preferido por el PSOE y Pedro Sánchez, que con Casado tiene más fácil consolidarse en La Moncloa. Está por ver si el discurso ultra del nuevo líder del PP era solo para consumo interno, para ganar las primarias, o si lo piensa mantener. Pero si Casado sigue por esta línea, quien seguro se queda sin espacio será Vox.
El nuevo presidente del PP nace con plomo en las alas. Por su hinchado currículum académico y especialmente por su máster en la URJC. Casado está pendiente de una decisión judicial que, en muy breve tiempo, llegará. La juez ya ha preguntado al Congreso por su aforamiento porque se está planteando una petición de imputación, que tendrá que trasladar al Tribunal Supremo. Ya ha encontrado indicios de delito y la gran duda que tiene la juez es qué decreto reglaba para el máster que cursó. Pueden ser dos. Si se trata del decreto 2005, las convalidaciones son ilegales. Y si se trata del decreto de 2007, a Casado le aprobaron sin el trabajo fin de máster. Sea cual sea el decreto, el máster es más que irregular.
Es de esperar que el nuevo líder del PP confíe en que el Supremo le vaya a tratar con un cariño especial. No por nada, los vocales nombrados por el PP han designado a la gran mayoría de los jueces del Supremo. Pero incluso si el Supremo no le imputa, la instrucción contra el catedrático Álvarez Conde, el principal responsable del caso Cifuentes, más tarde o más temprano acabará en una sentencia donde el máster de Casado probablemente saldrá como uno de los títulos regalados de la URJC.
Con todo, el PP es especial. Si Mariano Rajoy pudo sobrevivir durante años pese a lo mucho que se parecía su nombre a ese tal M. Rajoy que aparece en los sobresueldos de Bárcenas, no descarten que se consolide Casado. En su contra juega que España ya no es lo que era, como demuestra el claro relevo generacional que supone su designación. Todos los principales líderes de la política no habían nacido o no sabían leer cuando Franco se murió. A su favor, que los últimos meses de la política española demuestran que cualquier cosa puede pasar.