A la segunda, 48 horas han bastado. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias han pactado el primer Gobierno de coalición de la reciente historia democrática española. Ambos se comprometen a dejar atrás los reproches y trabajar juntos, “codo con codo”, en un Gobierno progresista que garantice el trabajo digno, que defienda los servicios públicos, que blinde las pensiones, que luche contra el cambio climático, que apueste por el feminismo y que defienda la dignidad de las personas. Ojalá hubiera sido antes. Pero bien está lo que bien acaba.
El acuerdo aún tiene que pasar por una votación de investidura, pero dudo que vaya a fracasar en ese intento. En el Congreso hay una mayoría simple de la izquierda sobre la derecha. También hay una mayoría absoluta de diputados que prefieren un gobierno progresista a unas nuevas elecciones donde vuelva a crecer la extrema derecha. El PSOE no quiere cerrar ningún acuerdo con los partidos independentistas. Pero aún así, lo más probable es que el nuevo Gobierno esté listo antes de fin de año.
Para la izquierda, es una oportunidad enorme. Y no solo porque sea la primera coalición en La Moncloa, o porque termine con el bloqueo político. También porque este acuerdo cierra una etapa y abre otra. Acaba con un periodo de cuatro años de inestabilidad y pone en el Gobierno a un ejecutivo que solo suma 155 escaños, pero que tiene la capacidad para articular mayorías parlamentarias mucho más amplias. También cuenta con el respaldo de la mayoría absoluta de los votantes progresistas: con diez millones de votos directos. Un apoyo popular que ningún otro gobierno ha tenido en casi un lustro, a pesar de las repeticiones electorales.
Desde el 20 de diciembre de 2015, cuando Mariano Rajoy perdió su mayoría absoluta y murió el bipartidismo, la ausencia de mayorías en la derecha y la falta de entendimiento en la izquierda abrieron un periodo de crisis política que hoy empieza a cerrarse. Fueron cuatro elecciones sin resolución, ni a izquierda ni a derecha. Todo empezó a cambiar con la moción de censura y hoy, con este pacto, cambia del todo.
PSOE y Unidas Podemos han logrado, esta vez, mantener la discreción en las negociaciones. Ese secreto y el cambio en los negociadores ha ayudado a que salieran adelante. El lunes, a primera hora, el jefe de gabinete del presidente en funciones, Iván Redondo, hizo la primera llamada. Habló con Pablo Gentili, el jefe de gabinete de Iglesias. Y ahí empezó el deshielo.
A primera hora de la tarde, el mismo lunes, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se vieron en La Moncloa. Fue una conversación larga, alrededor de una hora, donde pactaron las líneas generales. Después Adriana Lastra e Irene Montero remataron los detalles. Más tarde Redondo pulió el texto de un pacto que no es solo de investidura. “Es un acuerdo para cuatro años, un acuerdo de legislatura”, explicó durante la firma Pedro Sánchez antes de fundirse en un abrazo con Pablo Iglesias.
Ese abrazo simboliza mucho más que un simple pacto. Ahí está la verdadera casa común de la izquierda, el fin de las dos orillas, la posibilidad de un entendimiento basado en la lealtad mutua y la generosidad que, hasta ahora, no ha existido. Si sale mal, será un desastre histórico para todas las izquierdas y sus votantes. Si sale bien, será un ejemplo para el mundo.
En los próximos cuatro años, la izquierda se juega mucho. Toda ella. La de “la experiencia”, como definió Iglesias al PSOE, y la de “la valentía”, que surgió en las plazas del 15M y ahora va a entrar en el Gobierno.
La coalición que hoy da sus primeros pasos tiene por delante una legislatura que puede cambiar España. Porque viene una desaceleración económica –sino es una crisis–, y hay que demostrar que la única receta contra ella no son los recortes. Porque hay que buscar una salida al conflicto catalán, y tiene que pasar por el diálogo. Porque la crisis climática no puede esperar más. Tampoco los derechos de las mujeres. O la lucha contra la pobreza.
El futuro Gobierno de coalición aún no ha terminado de nacer y ya tiene enemigos declarados, que no le van a dar ni cien días. No le gusta a la patronal, que ya se ha llevado las manos a la cabeza. No le gusta a la mayoría de los medios de comunicación, que van a atacarlo sin cuartel, porque tampoco le gusta a sus dueños. No le gusta a la derecha, que lo ha recibido pidiendo “la dimisión de Sánchez” –a los dos días de que haya ganado las elecciones– y no le gusta a la extrema derecha, que se llena la boca con la palabra España, pero prefería el caos, y que no hubiera gobierno para los españoles.
Sí le gusta, y mucho, a una amplia mayoría de los españoles. A la gran mayoría de los votantes de PSOE y de Unidas Podemos. A los sindicatos. A las organizaciones sociales. A muchos de los que no llegan a fin de mes porque, aún teniendo trabajo, siguen estando en precario. A los jóvenes que tuvieron que irse al extranjero. A muchos pensionistas. A tantas mujeres que sufren el machismo.
Por todos ellos, por todos nosotros. Pedro y Pablo: no nos falléis.
A la segunda, 48 horas han bastado. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias han pactado el primer Gobierno de coalición de la reciente historia democrática española. Ambos se comprometen a dejar atrás los reproches y trabajar juntos, “codo con codo”, en un Gobierno progresista que garantice el trabajo digno, que defienda los servicios públicos, que blinde las pensiones, que luche contra el cambio climático, que apueste por el feminismo y que defienda la dignidad de las personas. Ojalá hubiera sido antes. Pero bien está lo que bien acaba.
El acuerdo aún tiene que pasar por una votación de investidura, pero dudo que vaya a fracasar en ese intento. En el Congreso hay una mayoría simple de la izquierda sobre la derecha. También hay una mayoría absoluta de diputados que prefieren un gobierno progresista a unas nuevas elecciones donde vuelva a crecer la extrema derecha. El PSOE no quiere cerrar ningún acuerdo con los partidos independentistas. Pero aún así, lo más probable es que el nuevo Gobierno esté listo antes de fin de año.