Los independentistas tenían dos grandes estrategias para el 1 de octubre. Solo dos, y ninguna de ellas era secreta. La primera era votar: defender el derecho a decidir en las urnas, aunque fuese en un referéndum ilegal, de parte y sin garantías, que solo sirviese como forma de protesta.
La segunda, el plan B si no se lograba votar, era forzar al menos una respuesta lo más dura posible por parte del Gobierno que dejase en evidencia su falta de diálogo: luchar por el derecho a decidir en las portadas de la prensa internacional, en los vídeos de la policía disolviendo a patadas los colegios electorales.
Gracias a Rajoy, contra todo pronóstico, ambas estrategias han funcionado: la de la votación y la de la represión. El 1-O lo ha perdido Mariano Rajoy y ha sido un triunfo para los independentistas, que hoy tienen más cerca que ayer lograr su objetivo.
Las órdenes dadas a la Policía y la Guardia Civil no solo han sido desproporcionadas y abusivas. También inútiles para bloquear las urnas. Las cargas policiales dejan cientos de heridos y miles de imágenes impropias de un país democrático. Pero además han sido incapaces de lograr su supuesto objetivo: evitar las votaciones.
A pesar del inmenso despliegue policial, entre todos los cuerpos policiales solo han cerrado 319 colegios electorales, un 14% del total. Es un resultado ridículo para el dispositivo empleado. Y pese a las críticas recibidas, los Mossos han cerrado más colegios electorales (227) que la Policía y la Guardia Civil juntas (92). También lo han hecho con mucho mayor respeto a la orden judicial del TSJC, que pedía a las fuerzas policiales cerrar los colegios pero “sin afectar la normal convivencia ciudadana”.
La respuesta policial ha sido un fracaso, no solo por no frenar la votación; también por la pésima imagen que España ha ofrecido al resto del mundo. Las portadas de la prensa mundial ya están siendo duras y lo van a ser más. También empiezan a oírse a algunos líderes internacionales criticando la respuesta del Gobierno y su falta de diálogo. Incluso alguien tan poco sospechoso como el exministro de Exteriores de Rajoy, José Manuel García Margallo, admitió este domingo que “el relato de la Generalitat se está imponiendo” fuera de España.
Las cargas policiales no han funcionado, salvo que el objetivo del Gobierno fuese otro: evitar las críticas que con seguridad habría recibido Mariano Rajoy si los tripulantes del crucero de Piolín se hubiesen quedado de brazos cruzados mientras los catalanes votaban.
El presidente del Gobierno prometió a los suyos que no habría otro 9-N: que no habría colegios electorales, ni papeletas, ni urnas, ni siquiera de cartón. A su pesar, eso no ha sucedido. Las cargas policiales quedan así como la rabieta del antónimo de un hombre de Estado; de alguien al que importa mucho más su propia imagen que los intereses del país que representa.
La votación del 1-O dista mucho de alcanzar los mínimos de una consulta democrática, pero no solo por las cargas policiales o por la forma en que fue convocada, dinamitando todas las leyes. Las garantías en el recuento o en la votación han sido casi inexistentes y el Govern tuvo que modificar las normas de la votación media hora antes de que abrieran los colegios. El recuento no es fiable ni será reconocido por todos. Tampoco es suficiente para declarar la independencia. Con todo, es evidente que la movilización vivida este domingo en Catalunya mantiene el órdago del independentismo, un movimiento que era irrelevante y marginal hace solo siete años y que Mariano Rajoy ha disparado.
Carles Puigdemont guarda un recorte de prensa de los años 80 de 'El Alcazar', el diario del búnker franquista. Allí salen en una foto varios independentistas en una protesta y uno de ellos es él, que ya defendía esa idea cuando era completamente minoritaria en Catalunya. Sin duda el president de la Generalitat y quienes le rodean son responsables de esta deriva pero, ¿habrían convencido a tantos catalanes sin la ayuda del presidente del Gobierno?
Fue Rajoy, desde la oposición, quien incendió la convivencia con Catalunya con su recurso y su recogida de firmas contra el Estatut. Fue Rajoy, desde la mayoría absoluta, quien se pasó cuatro años ignorando ese problema que él mismo había creado. Es Rajoy quien este domingo ha echado más gasolina a este fuego con una intervención policial que dejará heridas profundas.
Si algún día Catalunya logra ser independiente, el presidente Mariano Rajoy Brey se habrá ganado el derecho histórico a una gran avenida en Barcelona con una estatua en bronce como padre fundador de la patria. Es difícil hacerlo peor. Es difícil ser más cortoplacista y políticamente cobarde. Es difícil ser más irresponsable.
Los independentistas tenían dos grandes estrategias para el 1 de octubre. Solo dos, y ninguna de ellas era secreta. La primera era votar: defender el derecho a decidir en las urnas, aunque fuese en un referéndum ilegal, de parte y sin garantías, que solo sirviese como forma de protesta.
La segunda, el plan B si no se lograba votar, era forzar al menos una respuesta lo más dura posible por parte del Gobierno que dejase en evidencia su falta de diálogo: luchar por el derecho a decidir en las portadas de la prensa internacional, en los vídeos de la policía disolviendo a patadas los colegios electorales.