Independentismo mágico: dícese de ese género de la ficción política donde la ruptura de Catalunya con España solo trae ventajas y ningún inconveniente, donde todo lo bueno se exagera, todo lo malo se minimiza y a cada catalán le regalan un unicornio. ¿Un ejemplo? Las últimas declaraciones de Raül Romeva. Es “muy importante explicar”, dice el cabeza de la lista de Artur Mas, que la independencia catalana “no supondría prácticamente nada a nivel personal y práctico”. “Si usted quiere seguir siendo español viviendo en Cataluña, o incluso si me apuras seguir estando vinculado al régimen fiscal o las pensiones a nivel del Estado español, lo podría seguir haciendo”, dice Raül Romeva para pasmo generalizado. También lo dice Oriol Junqueras, que promete a los catalanes que seguirán siendo españoles si se produce la ruptura. Serán españoles y catalanes; la república independiente de andar por casa.
El argumento independentista para defender la doble nacionalidad y, como consecuencia, la pertenencia a Europa, es que lo dice la Constitución, y es cierto. Artículo 11.2: “2. Ningún español de origen podrá ser privado de su nacionalidad”. Es un punto bastante habitual en todas las constituciones del mundo, pensado para evitar uno de los abusos más comunes de un Estado totalitario: condenar a los disidentes a ser apátridas. Pero resulta naif, por no decir oportunista, que los mismos independentistas que defienden una secesión que no cabe en la Constitución citen esa misma Constitución para lo que les interesa. El mensaje político roza la estafa: voten por la independencia que, si al final sale mal, siempre podrán ser españoles y no habrá pasado nada.
Es obvio algo: si se produce un ruptura tendrá que ser negociada –así se planteó, por ejemplo, en la hoja de ruta que habría seguido Escocia si hubiese ganado el sí–. Pero en esa negociación no es realista plantear que la nueva república catalana vaya a ser un Estado formado al 100% por españoles. Eso no es un secesión: es una confederación o una federación; una reforma del Estado autonómico. Para ser catalanes y españoles, no hace falta este viaje.
Con todo, los indepes tienen suerte. Para llenar el vacío del independentismo mágico, el vacío de una propuesta concreta y realista sobre la secesión, siempre sirve la torpeza infinita de Mariano Rajoy y sus muchachos. El presidente del Gobierno tuvo con Carlos Alsina una entrevista digna de tal nombre. Por supuesto, no se lo esperaba –ya se ocupa Rajoy de escoger muy bien a sus entrevistadores– y eso le llevó a un ridículo tras otro.
Mi momento preferido de la entrevista, cuando nuestro presidente del Gobierno intenta explicar la singularidad catalana: “Cataluña tiene una historia que no la tienen otros. Y otros tienen una que no tiene Cataluña”. ¿Obviedad insuperable? No. Fue mejor la pantunflada del día siguiente, cuando intentó explicar el estatus jurídico catalán. “Es muy claro y lo entiende todo el mundo: un vaso es un vaso y un plato es un plato”. Con un líder así, hasta a uno de Burgos como yo le entran ganas de independizarse.
Independentismo mágico: dícese de ese género de la ficción política donde la ruptura de Catalunya con España solo trae ventajas y ningún inconveniente, donde todo lo bueno se exagera, todo lo malo se minimiza y a cada catalán le regalan un unicornio. ¿Un ejemplo? Las últimas declaraciones de Raül Romeva. Es “muy importante explicar”, dice el cabeza de la lista de Artur Mas, que la independencia catalana “no supondría prácticamente nada a nivel personal y práctico”. “Si usted quiere seguir siendo español viviendo en Cataluña, o incluso si me apuras seguir estando vinculado al régimen fiscal o las pensiones a nivel del Estado español, lo podría seguir haciendo”, dice Raül Romeva para pasmo generalizado. También lo dice Oriol Junqueras, que promete a los catalanes que seguirán siendo españoles si se produce la ruptura. Serán españoles y catalanes; la república independiente de andar por casa.
El argumento independentista para defender la doble nacionalidad y, como consecuencia, la pertenencia a Europa, es que lo dice la Constitución, y es cierto. Artículo 11.2: “2. Ningún español de origen podrá ser privado de su nacionalidad”. Es un punto bastante habitual en todas las constituciones del mundo, pensado para evitar uno de los abusos más comunes de un Estado totalitario: condenar a los disidentes a ser apátridas. Pero resulta naif, por no decir oportunista, que los mismos independentistas que defienden una secesión que no cabe en la Constitución citen esa misma Constitución para lo que les interesa. El mensaje político roza la estafa: voten por la independencia que, si al final sale mal, siempre podrán ser españoles y no habrá pasado nada.