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La ruptura entre Pablo Iglesias y Yolanda Díaz: qué está pasando en Unidas Podemos
Yolanda Díaz y Pablo Iglesias casi no hablan desde octubre de 2021. Toda relación entre ambos es inexistente y es muy difícil que pueda recomponerse
Yolanda Díaz y Pablo Iglesias casi no hablan desde el 12 de octubre de 2021. Ni una reunión, ni un café, ni una comida, ni una cena. Apenas algunos mensajes. Solo se han visto dos veces en el último año, cuando han coincidido rodeados de gente en un par de eventos públicos: el 22 de abril, en la fiesta previa a Sant Jordi de La Vanguardia, y el 30 de mayo, en el aniversario de Hora 25 de la SER. En el primero charlaron un rato, en presencia de algunos periodistas. En el segundo casi ni se saludaron. Toda relación entre ambos está rota y es muy difícil que pueda recomponerse. La división entre la vicepresidenta segunda del Gobierno y su predecesor en el cargo es tan profunda como probablemente irreparable.
Según la versión de Iglesias, fue él quien se distanció porque ya había perdido demasiados amigos en política y porque no compartía lo que ella estaba haciendo. Según la versión de Díaz, fue ella quien dejó de hablar con Iglesias, después de varios desencuentros y tensos mensajes telefónicos.
Para explicar esta ruptura entre el fundador de Podemos y la sucesora que él mismo nombró hay que remontarse a hace más de dos años.
En el verano de 2020, Pablo Iglesias comunicó a Yolanda Díaz su intención de retirarse pronto de la política. Y ya entonces le dijo que ella debía ser su sucesora al frente de Unidas Podemos y más tarde como candidata. Díaz pidió primero unos días para pensárselo, consultó con distintas personas y después respondió que no: que no quería dar ese paso. Que no quería ser la líder de Unidas Podemos.
En diciembre de 2020, Yolanda Díaz estuvo muy cerca de dimitir como ministra de Trabajo, dejar la política y regresar a Galicia por un encontronazo con la vicepresidenta Nadia Calviño a cuenta de la subida del salario mínimo. Fue en gran medida Pablo Iglesias quien convenció a Díaz para que no lo dejara.
Y el 15 de marzo de 2021, Pablo Iglesias anunció su dimisión como vicepresidente del Gobierno para presentarse a las autonómicas de Madrid. Ese día, en un vídeo que difundió en redes sociales, Iglesias también comunicó que Yolanda Díaz le sustituiría como vicepresidenta y como futura candidata.
La frase literal con la que Iglesias nombró a Díaz como su sucesora fue esta: “La gente de izquierdas tenemos que animar y apoyar a Yolanda para que, si ella así lo decide y si así lo quiere la militancia de nuestras organizaciones, sea la candidata de Unidas Podemos en las próximas elecciones generales y la primera mujer en ser presidenta del Gobierno de España”.
“Si ella así lo decide”, dijo textualmente Iglesias. Era un matiz importante. Porque en aquel momento –y el ex secretario general de Podemos era plenamente consciente– Yolanda Díaz no quería ser la candidata. No quería sustituir a Iglesias. No quería liderar Unidas Podemos. Y no sabía siquiera que Iglesias iba a presentarla como futura candidata y vicepresidenta sin consultárselo primero.
Iglesias decidió lanzar a Díaz a la piscina de un empujón, consciente de que después no podría negarse a nadar. Él mismo lo contó después en uno de sus últimos libros, ‘Verdades a la cara’: “Para que saliera bien –escribe Iglesias–, sabía que no podía decírselo a Yolanda. De hecho, si se lo hubiera comunicado no me habría dejado hacerlo”.
Yolanda Díaz se enteró por la prensa de que Iglesias la había nombrado como su sucesora sin su permiso. Y su primera tentación fue negarse. Estuvo muy cerca incluso de rechazar la Vicepresidencia y dimitir como ministra ese mismo día, aseguran desde su entorno. Fue su equipo más cercano quien la convenció de que no podía irse, después de toda la esperanza que había generado en buena parte de los votantes de la izquierda.
Díaz aceptó ser vicepresidenta. Y también decidió que, si iba a ser la candidata, sería con sus reglas: con su propio proyecto político. Que sería muy distinto en las formas y en el fondo al de la última etapa de Pablo Iglesias.
En su primera entrevista como vicepresidenta, el 8 de abril de 2021, Yolanda Díaz ya dejó marcada su ruta: “Voy a tender puentes, la política del ruido y los muros no conduce a nada” (...) “Yo no ordeno y mando, quiero un liderazgo no confrontativo y no jerárquico” (...) “Nunca le he hecho una crítica a un medio de comunicación y no lo voy a hacer”. (...) “Nunca me van a ver peleando por un puesto”.
Iglesias fue uno de los primeros que conocieron sus planes al detalle: un “proceso de escucha” a través de una asociación, sin siglas de partidos, desde la que construir un nuevo proyecto. El modelo que ya había funcionado antes con las mareas gallegas. Fue en una cena entre ambos, en verano. Según fuentes cercanas a Yolanda Díaz, Iglesias no puso entonces pegas a la hoja de ruta.
Fue al final del verano de 2021, en el que Díaz empezó a tomar sus propias decisiones, cuando comenzó un distanciamiento personal y político con Pablo Iglesias: uno de sus amigos más cercanos durante años, desde que Iglesias aterrizó en Galicia en 2012 como asesor de Alternativa Galega de Esquerda (AGE), la coalición que lideró Xosé Manuel Beiras y donde Yolanda Díaz era la número dos. Contra pronóstico, AGE logró no solo entrar en el parlamento gallego sino superar al BNG en aquellas elecciones.
Yolanda Díaz fue después diputada de En Marea, en el grupo confederal de Podemos formado en las elecciones de 2015, que lideraba Pablo Iglesias. Más tarde entró en el Gobierno de coalición porque se lo propuso Pablo Iglesias, que contaba con ella como una de sus personas de máxima confianza. Su nombre como ministra de Trabajo fue de los primeros que Podemos puso encima de la mesa. Y allí, por méritos propios, se ha convertido en la ministra mejor valorada. Pero si Díaz es hoy vicepresidenta del Gobierno no fue solo porque era la dirigente de Unidas Podemos con más respaldo entre los votantes. También porque así lo decidió Pablo Iglesias: una persona que no solo ha sido el líder de su coalición electoral, sino también su amigo.
La foto de Valencia
El primer desencuentro entre ambos llegó con la forma en la que Iglesias forzó a Díaz a aceptar una responsabilidad que ella había rechazado: liderar Unidas Podemos. Aunque aquello se arregló entre ambos.
El segundo desencuentro, el más relevante, fue con el acto de las “Otras políticas”, que se celebró en noviembre en Valencia. Es una herida aún abierta.
Aquel encuentro lo organizó Compromís: concretamente el equipo de la entonces vicepresidenta valenciana, Mónica Oltra. El plan, según explican los organizadores, era “reunir en un mismo acto a las reinas de la baraja de la izquierda española”. Un repoker. Además de Oltra, el equipo de la anfitriona invitó a la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, a la líder de Más Madrid, Mónica García, a la diputada ceutí Fatima Hamed Hossain, y a la vicepresidenta Yolanda Díaz. También intentaron convocar a la líder del BNG, Ana Pontón, que rechazó la invitación.
Díaz no estuvo en la organización ni en el origen de este encuentro. Y desde Compromís aseguran que no pensaban que esa selección fuera a incomodar tanto a Unidas Podemos, teniendo en cuenta que dos de las cinco mujeres de la foto son dos de las principales líderes de este espacio: Yolanda Díaz y Ada Colau.
El problema de fondo es que Podemos y Unidas Podemos no son la misma cosa. Y que en Podemos hay quien considera a Díaz, o a Colau, no como dos de sus principales líderes y referentes sino como personas ajenas a su proyecto y a su militancia. Al menos eso trasluce el diagnóstico y el enfado con esa foto de su ex secretario general, Pablo Iglesias.
Esta semana, en varias intervenciones públicas, Iglesias ha mostrado su malestar porque no se invitara a Ione Belarra o Irene Montero a este encuentro en Valencia apelando a “cómo se podían sentir los militantes” porque Díaz acudiera a ese acto de Compromís si ninguna de ellas era invitada. Es la primera ocasión en la que lanza esa crítica en público. No así en privado. Este asunto ya fue el principal detonante que provocó la ruptura entre Iglesias y Díaz, hace ya un año.
El 12 de octubre de 2021, semanas antes de que se celebrara este encuentro valenciano, Iglesias reprochó a Díaz que fuera a participar en este acto. Desde Podemos aseguran que ella no fue del todo clara sobre si iba a asistir cuando el ex secretario general le preguntó directamente por este tema. Según fuentes cercanas a la vicepresidenta, Iglesias llegó a pedir a su sucesora que no acudiera a Valencia si no invitaban también a Ione Belarra o a Irene Montero. Yolanda Díaz –aseguran esas mismas fuentes– primero intentó mediar con Compromís para ampliar la cita, a lo que este partido se negó, porque ya había dos personas de Unidas Podemos. Después Díaz decidió acudir, a pesar del veto de Iglesias. Y eso provocó el gran conflicto entre ambos.
Pablo Iglesias envió a Yolanda Díaz un duro mensaje por teléfono donde criticaba su decisión de acudir a ese acto en el que no estaría la secretaria general de Podemos, Ione Belarra. Un mensaje que Díaz consideró intolerable. Y que decidió no contestar. Y ahí se rompió todo.
Podemos no era el único miembro de la coalición Unidas Podemos que no salía formalmente en esa foto. Tampoco había nadie de Izquierda Unida, un partido en el que Yolanda Díaz no milita desde el año 2019: se dio de baja por discrepancias con la posición de Alberto Garzón durante las negociaciones fallidas con el PSOE tras las primeras elecciones de ese año. “Nosotros no hemos cambiado por eso nuestra posición sobre la candidatura de Yolanda Díaz ni hemos hecho de esa foto un ‘casus belli’ contra ella, como sí ha hecho Iglesias”, aseguran fuentes de la dirección de Izquierda Unida.
El acto de Compromís en Valencia no nació como parte de la estrategia política de la vicepresidenta. Yolanda Díaz no fue la organizadora, pero sí la estrella y principal protagonista del evento, donde fue aplaudida con gritos de “presidenta, presidenta”. Y aquel encuentro acabó convirtiéndose de facto en la primera carta de presentación de su futuro proyecto de país: la plataforma electoral, Sumar. Una foto en la que estaba Mónica García, y Mónica Oltra, pero no Ione Belarra.
Desde aquella dura discusión, que fue en octubre de 2021 –antes incluso de que se celebrara este encuentro–, Iglesias y Díaz rompieron lazos. Y la distancia entre la vicepresidenta segunda y el ex secretario general de Podemos es cada día más grande. Díaz sí mantiene interlocución tanto con Irene Montero como especialmente con Ione Belarra, con quien tiene mejor relación personal que con la ministra de Igualdad, con la que nunca se ha entendido. Pero no así con Iglesias, que en la práctica sigue siendo el principal referente de Podemos, aunque ya no sea su secretario general.
Iglesias niega estar en las decisiones políticas de su partido, como afirman otras fuentes de Unidas Podemos. “A Ione Belarra la dirigen desde fuera”, critican estas mismas fuentes. En Podemos lo niegan.
Pero la división en Unidas Podemos y en su grupo parlamentario no se explica solo como una fractura entre Pablo Iglesias y Yolanda Díaz. Es una grieta mucho más amplia.
Los aliados de Yolanda Díaz
Del lado de Iglesias están Ione Belarra, Irene Montero, Pablo Echenique, Lilith Vestrynge y buena parte de la dirección y los diputados de Podemos. Algo más de la mitad del grupo parlamentario en el Congreso de los Diputados. Y la mayor parte de los cuadros y militantes de Podemos.
Del lado de Díaz está Izquierda Unida y Alberto Garzón. Está el Partido Comunista de España y su secretario general, Enrique Santiago, que en el último año ha pasado de ser una de las personas más cercanas a Iglesias a ser recientemente despedido del Ministerio de Asuntos Sociales por “yolandista”. Están Ada Colau, Joan Subirats y Jaume Asens, y los Comunes en pleno. Están algunos dirigentes autonómicos de Podemos. Y están también algunos otros diputados que entraron en las listas por Podemos, pero que hoy están disconformes con la posición de Iglesias.
El ‘Sumar’ de Yolanda Díaz también cuenta entre sus más que probables aliados a Íñigo Errejón y a Mónica García; a quienes protagonizaron la gran escisión de Podemos, Más Madrid, que hoy es el mayor partido de la izquierda en la asamblea madrileña. Y está también muy cerca Compromís, que es la fuerza a la izquierda del PSOE más potente en la Comunitat Valenciana. No es solo una historia de “Yolanda vs Iglesias” o de “Podemos vs Yolanda”. No es tampoco una guerra de Yolanda contra los partidos, porque la mayoría de estos partidos respaldan su estrategia. Es una brecha entre Pablo Iglesias y buena parte de la dirección nacional de Podemos, enfrentado a todo el resto del espacio de la izquierda española, que hace piña alrededor de una candidata que fue designada por el propio Iglesias.
Desde Podemos también critican que Díaz cuide más a estos aliados potenciales que a quienes la llevaron al Consejo de Ministros. Y ponen como ejemplo lo que ocurrió cuando Joan Baldoví fue nombrado candidato a la presidencia de la Generalitat Valenciana por Compromís. Díaz respaldó públicamente su candidatura, a pesar de que Podemos presentara otra lista contra él. O lo que ocurre con Más Madrid, donde es Mónica García quien no quiere pactar una lista común. “No puede ser que la confluencia sea solo donde ellos son débiles”, argumentan desde Podemos.
En Unidas Podemos y fuera de esa coalición son muchos los que han intentado mediar en este desencuentro entre Pablo Iglesias y Yolanda Díaz –entre otros, el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero–. El enfrentamiento, sin embargo, no cesa, y las escaramuzas entre ambos lados son cada vez mayores hasta el punto de que esta guerra interna se ha convertido en uno de los factores más importantes que juegan a favor de la derecha.
A pesar de la gravedad de la situación política española, con el PP y Vox liderando las encuestas, el conflicto interno dentro de Unidas Podemos está escalando casi cada mes. Ya no es descartable incluso la posibilidad de que esto se traduzca en una fractura definitiva para las próximas generales, donde la candidatura de Yolanda Díaz bajo la marca Sumar acabe compitiendo contra una lista de Podemos. “Cara a ganar las elecciones, nos preocupa más este factor que el desgaste por la inflación”, asegura un ministro del PSOE.
La grieta en Unidas Podemos ha aflorado de forma aún más visible esta última semana. Pero hace más de un año que se han producido distintos enfrentamientos no tan conocidos. Como las distintas posiciones respecto al envío de armas a Ucrania, o sobre la cumbre de la OTAN. O la reforma laboral, donde los partidarios de Yolanda Díaz critican que Podemos no remó lo suficiente.
Uno de los primeros enfrentamientos llegó cuando la presidenta del Congreso. Meritxell Batet, dejó sin su escaño a Alberto Rodríguez tras la injusta condena del Supremo. Podemos anunció una querella contra Batet, que de presentarse (nunca se hizo) habría supuesto una enorme crisis en el Gobierno de coalición –no todos los días se denuncia por lo penal a la tercera autoridad del Estado y militante de tu socio de Gobierno–. Desde Podemos se acusaba veladamente a Yolanda Díaz –que se opuso a esa querella– de no defender lo suficiente a un diputado del partido tratado tan injustamente.
Los acontecimientos posteriores dejaron las cosas más claras: Alberto Rodríguez, ex secretario de Organización de Podemos, se dio de baja del partido; harto, entre otros motivos, de que se intentara instrumentalizar su expulsión del Congreso contra Díaz (con la que mantiene muy buena relación, como ha contado en distintas entrevistas). Después Alberto Rodríguez ha fundado una nueva plataforma electoral para Canarias, Proyecto Drago, que es probable que acabe confluyendo con Sumar para las generales.
El siguiente conflicto llegó con las elecciones andaluzas. La versión que trasladan los críticos con Iglesias es que Podemos forzó las negociaciones de una coalición hasta el último momento porque había muy pocas ganas en el partido para ese acuerdo. Para Podemos, aseguran estas fuentes, era un precedente muy peligroso: una confluencia donde también estaba Más País y que no encabezaba su candidato sino la de IU. Algo entendible, teniendo en cuenta que Podemos apenas cuenta con estructura en Andalucía, tras la expulsión de Teresa Rodríguez con todo su grupo. Algo razonable, pero que también podía ser extrapolable a otros muchos territorios donde Podemos ya no es la primera fuerza a la izquierda del PSOE.
El plazo para inscribir las coaliciones para las andaluzas terminaba a las doce de la noche y, hasta las 23:30, desde Podemos no cogieron el teléfono. A falta de pocos minutos, presentaron al resto de partidos (Izquierda Unida, Más País, Equo…) una última oferta donde, según la interpretación de IU, exigieron una representación desmesurada en las listas que estaba destinada a que fueran el resto quienes rompieran. A pesar del órdago de Podemos, en IU dijeron que sí al acuerdo. Pero como en Podemos ni siquiera habían mandado a nadie al registro con los poderes –otro síntoma de su falta de voluntad para este pacto, argumentan– no hubo tiempo para inscribir la coalición en tiempo y forma, lo que terminó provocando un enorme fiasco económico y político para el proyecto.
La versión de Podemos sobre este conflicto es que aquello que pasó con la inscripción de la coalición no fue un error: fue intencionado. Aseguran que IU lo hizo deliberadamente para controlar después el grupo parlamentario. Un grupo que hoy, de facto, está roto en dos: Podemos por un lado, el resto por el otro.
La crisis andaluza con aquella candidatura provocó, el 22 de mayo, las primeras declaraciones públicas del ex secretario general de Podemos contra su sucesora. En la tertulia de la SER, Pablo Iglesias aseguró que no quería “generar ningún titular que perjudique a Yolanda Díaz, ni a la candidatura del cambio, ni al frente amplio o como leches se termine llamando” para, a renglón seguido, responsabilizar a Díaz de lo ocurrido por no convocar primarias.
Y el último gran desencuentro, antes de que estas luchas internas vieran del todo la luz pública, llegó con la frustrada renovación del Consejo General del Poder Judicial.
La cobardía de Feijóo evita que Unidas Podemos se rompa
La negociación repitió el mismo esquema que el Gobierno había intentado en otras ocasiones. El mismo modelo que previamente había aceptado Pablo Iglesias en anteriores intentos: el PP solo negociaba con el PSOE, no con Unidas Podemos. Pero el PSOE sí le cedía a sus socios de Gobierno dos puestos en el CGPJ, que pactaban entre ambos.
El negociador por parte de Unidas Podemos era también el mismo que Pablo Iglesias había nombrado en su etapa como líder: Enrique Santiago.
En febrero de 2021, el acuerdo se rompió porque el PP vetó a los dos candidatos que proponía Unidas Podemos: la jueza y exdiputada Victoria Rosell y el juez José Ricardo de Prada. A la primera, el PP se negaba con el argumento de que había sido diputada de Podemos. Con el segundo, argumentaban que sería “un fraude de ley”, porque es un juez pero iba a entrar por el turno de juristas. Era una mala excusa. La realidad es que no querían a José Ricardo de Prada por otra razón: porque fue uno de los jueces que firmó la sentencia de la Gürtel, que acabó con la moción de censura y la caída de Mariano Rajoy. Por eso, y solo por eso, lo vetaban.
Aquel veto del PP a Rosell y a De Prada acabó con esas negociaciones, que probablemente tampoco habrían avanzado en ningún caso porque el PP no tenía intención alguna de renovar. Unidas Podemos se negó a presentar a otros candidatos y el PSOE les apoyó en esa decisión. La negociación formalmente se rompió por ese veto que en el PSOE también consideraban injusto, especialmente en el caso de José Ricardo de Prada que –a diferencia de Rosell– no había estado nunca en política.
Al arrancar estas nuevas negociaciones, tras la dimisión de Carlos Lesmes, el veto a José Ricardo de Prada dejó de ser un obstáculo. Porque fue el propio juez quien decidió retirarse del proceso. Pero el PP sí mantuvo el otro veto.
Desde que empezaron las conversaciones, quedó claro que la jueza Victoria Rosell, hoy delegada del Gobierno contra la Violencia de Género, no tenía muchas posibilidades de entrar en el nuevo consejo. No porque no se lo mereciera, que se lo merece más que nadie. Sino porque el primer punto que pidió el PP para sentarse a hablar fue que no hubiera “puertas giratorias” del Gobierno a la Justicia: que nadie saltara directamente del Ejecutivo al Poder Judicial. Una premisa que el PSOE aceptó. Y que, en el pasado, Podemos también había defendido públicamente.
Es cierto que esa condición impuesta por PP –diseñada para vetar a Rosell y para vender a lo suyos que no habría otra ministra que pasara a ser Fiscal General del Estado, como Dolores Delgado–, era del todo hipócrita. ¿Puertas giratorias? ¿En serio? En la anterior renovación, el PP puso al frente del CGPJ a Carlos Lesmes: exdirector general de Justicia con Aznar. Pero la realidad es que Rosell tenía muy difícil llegar a este consejo, hiciera lo que hiciera Yolanda Díaz. Porque no dependía de ella.
Dato importante: los votos de Unidas Podemos no eran necesarios para renovar el CGPJ. Entre PSOE, PP y el PNV –que obtenía también un vocal– ya superan ampliamente los tres quintos necesarios en el Parlamento.
Unidas Podemos lo intentó. Y en las primeras conversaciones con el PSOE –según confirman fuentes de este partido– Enrique Santiago volvió a plantear el nombre de Victoria Rosell para el CGPJ. El PSOE no puso peros a su candidatura. Pero el PP volvió a vetar a Rosell, con el argumento de que venía de la política.
Tras varios días de bloqueo –no solo por este asunto–, el PSOE trasladó a Unidas Podemos que tenían que proponer otro nombre. Que esta vez el PP iba en serio. Y que en esta ocasión no estaban dispuestos a perder la oportunidad de lograr sendas mayorías progresistas en el CGPJ y en el Tribunal Constitucional, después de cuatro años de bloqueo: que irían adelante con la renovación, con o sin Rosell, con o sin Podemos.
Unidas Podemos se encontró de ese modo ante la siguiente disyuntiva: mantener el nombre de Victoria Rosell contra viento y marea, asumiendo que probablemente se quedarían fuera del nuevo CGPJ, o presentar a otro candidato distinto a Rosell. Y este debate partió el grupo parlamentario en dos mitades. Por un lado Podemos, en una posición que también defendía públicamente Pablo Iglesias: mantener a Rosell a toda costa. Por el otro, el resto del espacio: Yolanda Díaz, Enrique Santiago, los comunes y también algunos diputados de Podemos críticos con la actual dirección, que defendían la alternativa más pragmática. Díaz llegó incluso a convocar una reunión del espacio confederal donde solo Pablo Echenique se opuso a proponer otro nombre en lugar del de Victoria Rosell.
La candidatura de Victoria Rosell al CGPJ se acabó convirtiendo en otro caballo de batalla de Iglesias contra su sucesora. La dirección de Podemos avisó de que el partido votaría en contra del acuerdo si Victoria Rosell no entraba en la lista. A través de su podcast, Iglesias acusó a Yolanda Díaz de “ceder a las presiones” de los medios y la retó públicamente a decir que Rosell no era su candidata.
Pese a estas crecientes presiones, Díaz no cedió. Y el interlocutor de Unidas Podemos, Enrique Santiago, negoció con el PSOE una lista donde no figuraba Rosell entre los vocales del CGPJ, pero sí otros dos nombres propuestos por Unidas Podemos. Un pacto que finalmente saltó por los aires por otro motivo: porque Feijóo no aguantó sus propias presiones internas. Pero de haberse renovado el CGPJ, de haberse producido esa votación en el Parlamento de los 20 vocales acordados, la división habría sido evidente en el grupo parlamentario, que se habría partido casi por la mitad: una parte de los diputados de Unidas Podemos habría votado lo que planteaba Díaz. La otra, lo que pedía Iglesias.
Para Podemos, según explican fuentes del partido, el veto a Rosell era intolerable. Porque había sido víctima del ‘lawfare’ y porque la premisa contra las “puertas giratorias” del PP era un traje a medida contra ella. “Tampoco había novedad en renovar el CGPJ con dos vocales nuestros, IU también ha tenido vocales en este órgano y no sirvieron de mucho”, argumentan. Las mismas fuentes aseguran que “todo Podemos” prefería salirse del acuerdo, aún perdiendo esos puestos, que aceptar ese veto. Incluso asumiendo que el grupo parlamentario se rompería en la votación en un asunto de tanta trascendencia.
Sin entender este último choque, que no fue el definitivo porque a Feijóo le temblaron las rodillas, no se entienden tampoco las críticas públicas de Pablo Iglesias contra Yolanda Díaz de estos últimos días.
“Ay de aquella que le falte el respeto a la militancia”
La ruptura se hizo visible a las ojos de todos el pasado domingo, en un acto de Podemos que clausuró el ex secretario general en un teatro de Madrid y donde lanzó numerosas críticas a su sucesora, pero sin nombrarla abiertamente: “Claro que los partidos son necesarios. No hay discurso más reaccionario que el que dice que el problema son los partidos” (....) “Los que aceptaron el veto a Rosell no lo van a poder reconocer jamás” (...) “Necesitamos una izquierda que diga la verdad” (...) “Podemos tiene que ser generosa. Pero Podemos debe ser respetada”.
La última frase de Iglesias en ese discurso era también inequívoca: “¡Ay de aquel o de aquella que se atreva a faltarle el respeto a la militancia de Podemos!”.
La mayor parte de la prensa interpretó ese discurso como lo que era: como una dura advertencia a Yolanda Díaz. El lunes por la mañana, distintas voces desde Podemos argumentaron que no era así: que Iglesias no se refería a la vicepresidenta, a la que no nombró en todo el discurso. El lunes por la noche, desde la tertulia de la SER, el propio Iglesias fue aún más explícito. Y dejó claro que sí, que esa petición de respeto por supuesto que se dirigía a quien él mismo eligió como su sucesora.
Según la explicación de Iglesias, Podemos debe ir con Sumar, pero Yolanda Díaz no está siendo generosa. No por voluntad propia, sino por culpa de “sectores mediáticos” que ven en ella la oportunidad de “destruir definitivamente a Podemos”. El exvicepresidente hace meses que acusa a los medios de “sembrar cizaña” en Unidas Podemos –como si su mala relación con Yolanda Díaz fuera un relato inventado y no una realidad a la vista de todos– y aprovecha la pésima imagen de la prensa entre sus partidarios para desacreditar cualquier crítica.
Iglesias sabe bien que los numerosos abusos de la mayoría de los medios de comunicación contra Podemos han galvanizado a buena parte de los militantes y simpatizantes de su partido contra las críticas. Y utiliza esa merecida mala imagen de la prensa para desgastar el liderazgo de su sucesora, para forzarla a negociar unas listas donde Podemos no pierda peso. Es siempre Iglesias –no Díaz, ni Belarra, ni Montero, ni Echenique– quien provoca los principales titulares sobre la división en Unidas Podemos, en una espiral creciente.
La pelea de fondo, si se llegara a un acuerdo, es por ver quién controla el futuro grupo parlamentario. Pero no descarten que todo salte por los aires y Yolanda Díaz acabe siendo presentada por Pablo Iglesias como la enésima traidora, junto con varias de las caras más visibles de Unidas Podemos que le acompañan en Sumar, como Alberto Garzón o Ada Colau o Jaume Asens o Joan Subirats o Enrique Santiago… Nada alegraría más al PP y a Vox que ese escenario que hoy no es para nada improbable.
Antes que Yolanda Díaz o Ada Colau fueron Luis Alegre, Carolina Bescansa, Íñigo Errejón, Ramón Espinar, Tania Sánchez,Teresa Rodríguez, Sergio Pascual, Miguel Urbán, Manuela Carmena, Rita Maestre, Alberto Rodríguez, Pablo Bustinduy, Gemma Ubasart, Lorena Ruíz-Huerta, Gloria Elizo… y tantos otros que estuvieron y ya no están en Podemos. Tantos y tan distintos entre sí que es muy difícil argumentar que todas las rupturas sean siempre culpa de los demás (o del poder mediático).
Sin alguien con la personalidad de Pablo Iglesias, Podemos nunca habría existido. Pero las mismas virtudes que hacen de Iglesias un político excepcional son las que después le convierten en un mal jugador de equipo. Y un expolítico aún peor para su partido.
Iglesias acusa a los medios de “presionar” a Yolanda Díaz. Cuando es él, desde sus intervenciones en los medios, quien más presiona a la vicepresidenta que él mismo nombró, para intentar marcar su línea.
Yolanda Díaz también ha cometido errores que debería enmendar. Porque se ha dejado arrastrar por este enfrentamiento con Iglesias y no ha dado el cariño necesario a un partido, Podemos, que es mucho más que su antiguo líder.
Podemos ya no es hoy la marca electoral arrolladora que fue hace unos años. Pero en la militancia de Podemos y en los muchos simpatizantes del partido residen buena parte de las esperanzas de la izquierda para que el PP y Vox no alcancen La Moncloa. Si Díaz no logra ilusionar de nuevo a estas personas comprometidas, y que ellas también sientan que forman parte de su proyecto, difícilmente podrá hacerlo con una mayoría amplia de los españoles. Y para eso es necesario que la vicepresidenta dé más pasos lo antes posible. El primero de ellos, que confirme oficialmente su candidatura.
Muchos dicen que Pablo Iglesias y Yolanda Díaz tienen que hablar, y arreglar esta ruptura.
Pero quienes tienen que hablar más, mucho más, para no tirar por el retrete la oportunidad de otro gobierno progresista, son otras: Yolanda Díaz e Ione Belarra. Afortunadamente, parece que ya lo están haciendo.
Yolanda Díaz y Pablo Iglesias casi no hablan desde el 12 de octubre de 2021. Ni una reunión, ni un café, ni una comida, ni una cena. Apenas algunos mensajes. Solo se han visto dos veces en el último año, cuando han coincidido rodeados de gente en un par de eventos públicos: el 22 de abril, en la fiesta previa a Sant Jordi de La Vanguardia, y el 30 de mayo, en el aniversario de Hora 25 de la SER. En el primero charlaron un rato, en presencia de algunos periodistas. En el segundo casi ni se saludaron. Toda relación entre ambos está rota y es muy difícil que pueda recomponerse. La división entre la vicepresidenta segunda del Gobierno y su predecesor en el cargo es tan profunda como probablemente irreparable.
Según la versión de Iglesias, fue él quien se distanció porque ya había perdido demasiados amigos en política y porque no compartía lo que ella estaba haciendo. Según la versión de Díaz, fue ella quien dejó de hablar con Iglesias, después de varios desencuentros y tensos mensajes telefónicos.