“No es un punto y seguido, es un punto y aparte”. El presidente del Gobierno se queda, y lo hace con un compromiso público: “Trabajar sin descanso, con firmeza y con generosidad por la regeneración pendiente de nuestra democracia”. Y es muy relevante, aunque por ahora sea una propuesta difusa e inconcreta.
¿Cuál es el principal problema de España? La mayoría parlamentaria que sustenta a este Gobierno, de forma transversal, tiene hoy una respuesta compartida a esa pregunta: es la existencia de poderes no democráticos que se consideran dueños de este país, al margen de las urnas. Hay un problema grave con la desinformación: con los bulos y las mentiras a sueldo. Hay un problema grave con la Justicia: con el secuestro del Consejo General del Poder Judicial y el uso espurio de los procesos penales. Hay un problema con la extrema toxicidad de la vida pública, eso que algunos llaman “crispación” y que –como el bloqueo del CGPJ– es el estado natural de las cosas cuando no manda la derecha.
No creo que la carta de Pedro Sánchez, hace cinco días, formara parte de una enrevesada estrategia para recuperar impulso político. Entiendo las dudas de muchos ciudadanos progresistas que ven en ella un maquiavélico cálculo electoral o una decisión irresponsable. Pero sigo pensando lo mismo que escribí: que fue una carta sincera. Una muestra extrema de debilidad que, desde el punto de vista táctico no tiene sentido alguno y que probablemente le haya pasado factura; algo que ningún ‘spin doctor’ le hubiera recomendado nunca. Aunque lo ocurrido durante los últimos cinco días sin duda va a tener consecuencias enormes en la política española; en las prioridades políticas del Gobierno de coalición, y de la mayoría parlamentaria que lo respalda.
¿Va a servir para rebajar la tensión en el debate público? Me temo que no, y lo lamento. Pero pasará justo lo contrario: Sánchez es hoy más odiado de lo que ya lo era por la derecha. Además, ha mostrado públicamente cuál es su punto débil. Ni bajarán los insultos ni tampoco pararán ni el acoso ni los bulos. Que son –y no la respuesta de la izquierda o las dudas que le entraron a Pedro Sánchez– la principal causa del clima tóxico que hoy padecemos.
Estos últimos días son un ejemplo perfecto de a qué me refiero: ¿cuántos analistas supuestamente serios han dado por seguro que Sánchez dimitía porque los servicios secretos israelíes habían hackeado su teléfono? ¿Cuántas veces, en las últimas semanas, has escuchado o leído esas teorías de la conspiración, que ya no forman parte de oscuros foros en Internet sino que se han convertido en parte cotidiana y normalizada del debate público? ¿Cuántas veces ha dado alas Feijóo, en distintos discursos públicos, a la conspiración del móvil de Pedro Sánchez? ¿Pruebas? No hay ninguna. ¡Quién las necesita!
No bajará por tanto la crispación, porque la única decisión que tiene la izquierda en su mano para que tal milagro ocurra es una rendición incondicional. Solo cuando Feijóo y Abascal gobiernen, cuando llegue ese día, se reducirá esta insoportable tensión en la vida pública. Por eso están hoy tan enfadados con Pedro Sánchez: por quejarse públicamente y por no irse inmediatamente, tras aceptar que le había dolido.
¿Qué hacer entonces? Claro que hay una vía. Se llama Boletín Oficial del Estado y es el medio de comunicación más potente que existe en España.
¿Se puede legislar contra la desinformación sin poner en riesgo la libertad de expresión ni la necesidad democrática de medios de comunicación que respondan a todas las sensibilidades? Claro que se pueden buscar vías. También para desbloquear el intolerable secuestro del CGPJ por parte del Partido Popular, y no todas ellas serían inaceptables para Europa ni cuestionarían la imprescindible separación de poderes. Claro que hay medidas muy concretas –hoy Sumar ponía otra sobre la mesa, derogar la ley mordaza– que están al alcance de la mayoría parlamentaria, sin que sean aceptables más retrasos.
Ese “punto y aparte” que plantea Pedro Sánchez necesita unos cuantos párrafos debajo: propuestas concretas que el Gobierno debería presentar en las próximas semanas ante el Parlamento. Desde aquí, recomiendo un par de cosas: que no aprueben ni una sola ley sin valorar muy bien sus consecuencias dentro del complejo marco democrático, ni tampoco sin pensar en qué ocurrirá cuando sea un Gobierno de la derecha quien las aplique. El camino hacia el infierno está empedrado de buenas intenciones.
Hoy hemos podido ver un apunte significativo: las palabras de Isabel Díaz Ayuso en “defensa del periodismo independiente”. Es la misma Ayuso que mantiene como jefe de gabinete a una persona que amenazó a elDiario.es con “triturarnos” hasta forzar nuestro cierre.
La reacción de la oposición no ha podido ser más agresiva. E irá a más en las próximas semanas. Para Feijóo, los cinco días que se ha tomado Pedro Sánchez para reflexionar sobre su continuidad al frente del Gobierno son un “bochorno”, un “ridículo”, un “despropósito”, un “engaño”, un “esperpento” y una “huída hacia adelante”. No ha podido esconder su decepción con el desenlace, después de que también en la derecha soñaran con la posibilidad de que una dimisión de Pedro Sánchez dejara al Gobierno de coalición contra las cuerdas. No ha sido así –para alivio de buena parte de los españoles, no solo quienes votan al PSOE sino también quienes respaldan a los demás partidos que apoyan ese mismo Gobierno–. Y esta reacción desmesurada de la derecha es, en el fondo, un primer indicador sobre por dónde irán también las cosas a partir de ahora. ¿Es posible subir aún más el diapasón, después de haber negado en repetidas ocasiones la propia legitimidad del Gobierno? ¿Hay algo más, después de acusar de “tirano” y “dictador” al presidente?
En los últimos meses, por hacer un repaso no completo, hemos visto manifestaciones violentas a la puerta de la mayor parte de las sedes del PSOE. Hemos visto el linchamiento de un muñeco caricaturizado como el presidente del Gobierno. Salimos del “que te vote Txapote” a llamar directamente “hijo de puta” al presidente elegido por el Parlamento, y que después el insulto se reafirmara con camisetas y pegatinas de “me gusta la fruta”, en vez de una disculpa. Hemos visto también que una asociación ultra presenta una denuncia con recortes de prensa y bulos, y es aceptada a trámite. Luego es Sánchez quien crispa a la sociedad, porque se queja de los golpes.
¿Se puede superar este nivel ponzoña en el debate público? Apuesten a que sí: a que en los próximos meses lo superaremos. Y es un estrategia indecente, además de un error para la derecha: si Feijóo se quedó a las puertas de La Moncloa hace un año no fue porque se quedaran cortos en la dosis de crispación; fue porque se pasaron. Pero la derecha cuenta con un apabullante dominio del debate público, que se demuestra casi cada día. Y donde demasiadas cosas salen gratis.
Si cinco días de dudas de Pedro Sánchez son un “bochorno intolerable”, un “completo esperpento” que “pone en ridículo a España”, ¿cómo calificar los cinco años de bloqueo del Consejo General del Poder Judicial que está aplicando la derecha?
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