“Es difícil convencer a alguien de que use las escaleras cuando siempre que se tira por el balcón cae de pie”. La frase se la atribuyen a Alfredo Pérez Rubalcaba y el destinatario de la metáfora era Zapatero, un presidente que ganó el liderazgo del PSOE a la primera, que ganó las elecciones a la primera y cuyo “optimismo antropológico” le hacía asumir riesgos que otros en su partido le aconsejaban no correr.
Zapatero era un simple aficionado, al lado de los suicidas con suerte que vinieron después. Al lado de Pedro Sánchez y esos saltos al vacío que, por ahora, siempre le han salido bien. El 'balconing' le funcionó en las primarias de 2014, a las que se presentó sin que nadie apostara por él. Le funcionó en el “no es no”, del que salió derrotado para luego vencer. Le funcionó en la moción de censura y le volvió a funcionar en la convocatoria electoral del 28 de abril.
Hoy Pedro Sánchez cree que el 10 de noviembre, si se repiten las elecciones, volverá a caer de pie.
En Unidas Podemos confiaban en que las encuestas de septiembre ablandaran la posición de Pedro Sánchez, y que cediera en la coalición. Ha sido justo al revés. Los datos que manejan en La Moncloa son buenos para el PSOE: pronostican que en noviembre tendrán más escaños que hoy. Incluso, en las horquillas más optimistas de las encuestas, les aparece un unicornio: la posibilidad de que pudieran sumar 176 escaños sin pasar por la derecha o los independentistas, solo con su izquierda y el PNV. Aunque resulte difícil de creer.
La posición de Pedro Sánchez es firme y es muy dudoso que en los próximos días vaya a cambiar. El presidente en funciones prefiere ir a elecciones que una coalición con Unidas Podemos. Cree que tendrá mejores cartas dentro de dos meses. Confía en que, tras noviembre, alguien a su izquierda o a su derecha cederá, y que si no es Iglesias será Rivera o Casado quienes le entreguen la investidura y un gobierno en solitario, en mejores condiciones que las que Podemos le ofrece hoy. Sánchez apuesta a que es Iglesias quien tiene mucho más que perder en noviembre, que su espacio electoral sufrirá más, que se juegan la competencia con Errejón. Y las encuestas y los números que manejan en Moncloa corroboran, por ahora, su posición.
Las encuestas también le daban a Artur Mas una mayoría absoluta en 2012, y por eso adelantó las elecciones catalanas. Perdió 12 escaños. Es un precedente que muchos en el PSOE recuerdan hoy. Pero a diferencia de lo que ocurría con otros líderes suicidas, ya no hay nadie con poder en el partido capaz de convencer a su secretario general de que baje por la escalera, en vez de tirarse por el balcón de la repetición electoral.
La nueva política ha generado hiperliderazgos personalistas, sin los contrapesos que antes existían en los partidos. Nunca el PSOE en su historia reciente tuvo un líder con tanto poder dentro de la organización. Hasta Felipe González en sus años de mayorías absolutas tenía oposición interna: el guerrismo. Pero la forma en la que Sánchez fue expulsado y regresó, con todo el partido en su contra, le dejó las manos completamente libres. No debía nada a nadie. Es llamativo ver a Felipe, a Cebrián y a los mismos barones que, en 2016, prohibían a Sánchez pactar con Podemos pidiéndole ahora un gobierno de coalición. Entonces su opinión pesaba mucho en el PSOE. Hoy ya no.
Pedro Sánchez es el principal responsable de esa probable repetición electoral, y no solo porque es quien tiene más poder. Nadie en el PSOE sabe explicar de forma coherente para muchos votantes de izquierdas por qué la coalición que valía en julio no vale hoy. Pero Sánchez no es el único suicida de la política nacional, ni tampoco es el PSOE el único partido donde se ha impuesto un hiperliderazgo por encima de la organización. También Iglesias se tiró en el mes de julio por el balcón, cuando rechazó una oferta del PSOE –una vicepresidencia, tres ministerios– que hoy firmaría sin dudar.
Iglesias no quiso bajar por la escalera, a pesar de que muchos de los dirigentes de Unidas Podemos intentaron convencerle de que era la mejor opción. Alberto Garzón, Jaume Asens, Ada Colau… le pidieron a Iglesias que aceptara la propuesta del PSOE, aun sin ser la más justa ni proporcional. Iglesias dudó y finalmente dijo que no, en la convicción de que después habría un septiembre para aceptar esa oferta si no veía una mejor. Es obvio que se equivocó.
“Nadie nos gana jugando a la ruleta rusa”, decían en Podemos en las semanas previas a la investidura. Pero Iglesias, que también ha hecho gran parte de su carrera política apostando a doble o nada, se ha encontrado con un Sánchez aún más suicida que él.
Hoy es evidente que en ese salto al vacío del mes de julio, Iglesias falló en el análisis de la situación. Pedro Sánchez llegó hasta esa oferta de coalición a regañadientes, empujado en gran medida por la renuncia del líder de Podemos a entrar en el Consejo de Ministros. No quería ese acuerdo, no lo puso fácil, y por eso se escapó de él en cuanto tuvo ocasión.
Al día siguiente de romperse aquellas negociaciones, en la mañana de la segunda votación a la investidura de Sánchez, el propio Iglesias fue consciente de su error e intentó corregir su decisión cuando ya estaba volando hacia el suelo, tras saltar por el balcón. Su propuesta de última hora desde la tribuna de oradores –lo que ofrecía el PSOE más las políticas activas de empleo– fue una improvisación tan a la desesperada que ni siquiera la había comunicado previamente a sus propios compañeros de partido. Según fuentes de la dirección del partido, no lo sabía nadie, ni Irene Montero. Todos en Unidas Podemos se enteraron de esa última oferta improvisada al tiempo que el resto de los españoles, cuando Iglesias la contó. Ya era tarde, porque el PSOE tenía la foto que quería: retratar a Pablo Iglesias como el político que impedía un gobierno de Sánchez por segunda ocasión.
¿Y ahora? ¿Hay tiempo para corregir el salto o las elecciones son inevitables ya? Es muy dudoso, aunque podría pasar. No por el lado del PSOE, donde no parece que Sánchez se vaya a mover, a pesar de lo difícil que lo tiene su partido para explicar entre una gran parte de sus votantes la decisión, a pesar del miedo a unas nuevas elecciones de muchos de sus dirigentes. Aunque tal vez haya un movimiento de última hora en Unidas Podemos, donde muchos aconsejan a Iglesias que busque una salida que evite las elecciones, incluso si no hay coalición.
Iglesias ha pactado con sus confluencias lavar los trapos en casa: no cuestionar en público la estrategia de pedir la coalición. Pero internamente las discrepancias continúan, y no son solo ya los comuns o Izquierda Unida quienes creen que es un error ir a elecciones. También personas del entorno más cercano a Iglesias, como la diputada Yolanda Díaz, están hoy planteando internamente al líder de Podemos que busque otra salida para evitar las elecciones, aunque sea sin coalición. No se trata de quién tiene la culpa: nadie duda en Unidas Podemos de que es el PSOE quien les arrastra a esta situación y que su voluntad de diálogo ha sido muy escasa. Sino de cuál estrategia es mejor.
¿Sorprenderá Iglesias con esa oferta de última hora? En la dirección de Podemos aseguran que no, y que vamos a elecciones si Sánchez no cede a la coalición. También transmiten que sus encuestas les dan un buen resultado; mejor de lo que sus rivales querrían pronosticar.
En política, la experiencia es un grado y la osadía es un requisito fundamental. Pero la experiencia en caer de pie no siempre es la mejor escuela para acertar. Cada salto en el vacío siempre puede ser el último. Si se repiten las elecciones, esa catástrofe nacional, no todos sobrevivirán.