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La Comunidad de Madrid y la de Murcia tienen muchas cosas en común. Ambas son feudos conservadores desde hace más de un cuarto de siglo. En las dos el PP ha gobernado en solitario durante décadas y se ha visto en los últimos años obligado a compartir el poder. Ambas han sido epicentros de la corrupción, en ambas sendos presidentes del PP han acabado procesados por la justicia, y en ninguna de ellas se ha producido una regeneración.
Hoy Madrid y Murcia se parecen más que ayer. Otra cosa les iguala: la reacción del PP cuando está a punto de perder el poder.
Los tres tránsfugas han recibido ya su recompensa. Isabel Franco mantiene una vicepresidencia que habría perdido y los otros dos se convierten en consejeros. Una de las tránsfugas, Valle Miguélez, participó incluso en la negociación con el PSOE de la moción. Seguía negociando estos días con el PSOE el programa de gobierno, al mismo tiempo que pactaba a espaldas de su partido con el PP.
La derecha intentará vestir todo esto de normalidad democrática, o tratará de equipararlo con la moción de censura, como una traición en respuesta a otra. Es una burda manipulación. Porque las negociaciones de investidura o las mociones de censura son procesos legales y democráticos; una manera completamente legítima de decidir quién gobierna, y que el PP solo critica cuando le va mal.
Los mismos que habían santificado que gobernara “la lista más votada” abjuraron de esa teoría cuando les dejó de convenir. Los mismos que cuestionaban los “pactos de perdedores” se aliaron con la extrema derecha para alcanzar o mantener el poder. Los mismos que critican los “pactos en los despachos” han acordado en un despacho, con tres tránsfugas, una traición.
Ciudadanos hoy ya sabe –si es que tenía alguna duda– a qué tipo de partido sostiene en la Junta de Andalucía, en la Junta de Castilla y León o en el Ayuntamiento de Madrid. Y también la medida del gran error que cometió en 2019, cuando decidió entregar todos esos gobiernos a un Partido Popular que es la antítesis de la regeneración democrática o la lucha contra la corrupción que Ciudadanos decía enarbolar.
Está en manos de Inés Arrimadas decidir si quiere seguir ejerciendo de muleta del PP y la extrema derecha hasta que Ciudadanos corra el futuro de UPyD. Si es que Arrimadas se mantiene al frente de un partido que, esta semana, ha entrado en fase acelerada de descomposición.
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